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Un(o) testimonio del otro:7 de septiembre IX

Caralvá

Intimissimun

En Guazapa transcurrió la noche de un siglo, donde nuestra estancia entre árboles y pequeños refugios individuales nos hacía parte de esa naturaleza tropical, plagada de mosquitos, arroyos, aves que se ocultan tras una gota de rocío o las montañas impresas en colores verdes que vuelan en los abejorros, existen además diamantes en los pedregales de las quebradas inmersos en los ojos de agua, con sonidos similares a los conciertos de Debussy.

Para llegar a esos sitios hubo que acostumbrarse, al principio casi mareados con nuestros pasos urbanos, porque caminar de noche es otra dimensión, mientras las rocas se atraviesan largamente en cada momento, caminas a ciegas, porque no se pueden usar lámparas.

No teníamos indicaciones para sobrevivir en zonas de combate, todo se reducía a elementos primarios de seguridad, como buenos consejos familiares, pero en las zonas casi todo era la suerte de cada uno.

En Guazapa por poco me matan, puesto que el último bombardeo fue confuso, de manera que salimos como pudimos, mientras una poderosa ofensiva del Ejército caminaba hacia nosotros, me vi obligado a meterme a una zanja profunda, puesto que el ejército estaba  distancia de tiro, en ese barranco sentí la muerte cuando dispararon y lanzaron granadas, todo a mi alrededor era estremecido por ráfagas y una patrulla iba descendiendo cuando un oficiales dio la orden de retroceder, uuuufffff no me vieron, pero ya ha me había despedido de este mundo, eso no lo olvido, tampoco olvido el sonido de las ráfagas muy cerca de mi cuerpo, esos babosos actuaron como si estuvieran en una película del Oeste norteamericano, plomazos por todos lados, en realidad me querían ver muerto como todo lo que se moviera en esos charrales.

Era el momento de mi muerte, pero yo no pensaba más que en las pequeñas cosas de la vida, como la tarde que optamos por estar en ese lugar, un café en el aeropuerto de Nueva York, el restaurante circular de la ciudad, el libro de poemas juvenil, la sonrisa de la novia en las tardes de universidad.

No me gradué de médico porque no hubo tiempo, aunque mi alma nació para ayudar a los heridos, no lo puedo negar, creí que sabía medicina, que era de rutina el ingreso, convalecencia y egreso de un paciente, como un sistema hospitalario solidario; no obstante en aquellos tiempos en el campo era otro dimensión, ahí los hospitales no tienen techo, tu apostolado se pega a tu alma porque el hospital se reduce a tus manos en la mitad de ese océano de vegetación tropical. En las zonas la medicina es básica, te obligas a curar con las manos, sin anestesia y con severas limitaciones, trabajas con pequeños milagros.

En aquella larga noche habíamos llegado con nuestros equipos de medicina general, eran botiquines móviles y algunos instrumentos de cirugía menor, tenía unos instrumentos odontológicos que hicieron maravillas y una navaja suiza.

Había niños heridos por las esquirlas de las bombas del ejército, la verdad que los artilleros a veces eran certeros, sabían dónde encontrarnos, después nos enteramos de pequeños aviones robots (o naves oscuras), ellos tenían incursiones nocturnas con paracaidistas, usualmente oficiales cadetes uno o dos, que informaban de nuestras posiciones, así ocurrió durante un tiempo, hasta que se descubrieron con sus radios y uniformes de fatiga.

Los caseríos de Guazapa son muy pobres, en aquel sitio no había nada, solo champitas, unos pollos saltarines por ahí, dos o tres perros flacos, tan flacos como sus dueños y dos otres niños heridos certeramente en sus brazos y piernas, por la granizada de esquirlas, pero al verlos jugar parecía que esos rasguños eran solo parte de las heridas usuales de sus juegos infantiles, al examinarlos no tenían mayores daños, excepto el pequeño José, que tras un breve examen se podía observar su dificultad respiratoria, a la dedo percusión poseía un sonido mate hasta la mitad del pulmón derecho; tocar un pequeño casi adolescente campesino es tocar a todo un continente, se palpa la miseria, se le tocan los huesos históricos, su palidez de siglos, el cabello amarillento por millones de vitaminas jamás consumidas, seca la piel, secas sus carnes, te queda una sensación de desierto-urbano, sus dientes finos denotan manchas de tetraciclinas y en ese estado te sonríe, pensando en mejores tiempo…

José nos mostró una pequeña herida en su tórax, era una ínfima herida durante el bombardeo.

El estado de José era cada vez más deprimente. Se doblaba al caminar, no soportaba estar de pie. Así tomamos la decisión de traerle a la ciudad, explicar porque un niño casi adolescente tenía una herida de esquirla en su pulmón, en aquellos años era una muerte segura; existía una vigilancia policial en sistema hospitalario, pero nosotros le atenderíamos en nuestros hospitales clandestinos.

Así, mitad a caballo y un poco caminando, el pequeño José, llegó a la carretera, su dificultad respiratoria era notable, se doblaba sobre la silla de montar, su padre que nos acompañó hasta unos metros antes de la carretera se despidió besando al pequeño.

Al salir nos dispusimos a esperar un bus, como si no tuviésemos nada que ocultar.

El primer vehículo que apareció fue un Jeep Comando del Ejército, solo alcancé a decirle al niño, ¡por favor no te dobles José! el niño ensombreció su rostro y se mantuvo firme, esos fueron segundos interminables, el tiempo no parecía avanzar sino detenerse, el Jeep pasaba lentamente frente a nosotros y lueguito un convoy de soldados que realizó la misma rutina, tenía la garganta seca, el corazón agitando y estás jugándote la vida con esa ruleta militar a pocos metros, estás en esas carretera donde la muerte te abraza transparente.

Por fin, no se detuvieron, el pequeño José al solo perder de vista al convoy se dobló hacia adelante, como si enorme peso le colgara del cuello. Su palidez aumentaba, en ese instante apareció un pick up grande, le hice un ademán de “aventón” que fue aceptado y nos llevó al centro de San Salvador.

No podíamos caminar mucho por la ciudad, ya conocía el sistema hospitalario pero también como operaban los cuerpos represivos, así nos encaminamos donde un amigo, en una zona de residencial.

Así coordinamos un gran trabajo voluntario de médicos y enfermeras.

Algunos sacrificaron sus carreras, su casa y comodidades por la ayuda humanitaria que necesitaban las zonas de conflicto.

Así en la ciudad llamamos a Juan, él era un maestro cirujano que compartía nuestras ideas solidarias.

Cuando Juan se enteró que había en el área el pequeño herido, organizó el rescate a otro lugar.

Así Juan utilizó el sistema hospitalario en forma disfrazada, con otro nombre y otra historia, ingresamos a José a salas de rayos x en turnos nocturnos y finalmente realizó la intervención en un hospital-departamento clandestino, fue una operación de pulmón (toracotomía cerrada) que salvó al pequeño José.

De regreso a la zona, el pequeño Juan relató su viaje a la ciudad y su operación a otros niños, lo decía como un cuento de guerra, como un juego de heridas que no dolían, contó de Juan el doctor y las salas de rayos X.

Fueron pequeñas historias de niños en la guerra de las montañas. amazon.com/author/csarcaralv

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