Caralvá
Intimissimun
Fili se quedó en silencio, nosotros comprendimos su dolor.
La vida bajo un símbolo de revolución es lo mismo que el vuelo del halcón sobre un objetivo, desciendes y asciendes aquellas distancias sociales, sin límites de imaginación, el sentido final es el cambio, el tiempo no es nada, pasan 40 o 50 años y pronto tus palabras se convierten en historias de marineros en los parques, en bares, en los cafetines, entre los cheros que se ríen de tu fortuna, ahí estás relatando las victorias sobre titanes, sorprendentes leyendas de supervivencia contra dragones alados que escupen bombas de quinientas libras, que arrasan con todo a su paso, porque tu renuncia es igual a tu vida, es una libertad a la inversa, lanzas tu vida por la ventana para que otros puedan vivir felices.
Tú aprendes a conducir el destino, eres el dueño del futuro, con una meta social, después de tanto compartir las esperanzas no puedes renunciar a un pensamiento de liderazgo, olvidas todo el pasado.
Entonces relatas algunas escenas de tu escape luminoso de las garras del ejército, cuando el foro a tu alrededor llega a varias decenas.
Inicias proclamando: “aceptar tu destino, es aceptar la voluntad de Dios”… hace muchos años…Aquél día era especial, sabías que marcaría tu ser para toda la vida, tenías la vocación de contarle a todo el mundo, que la mujer de tu vida se casaría por la noche contigo. El sol parecía más radiante, la gente a pesar de la guerra lucía ecuánime, la ciudad llena de autos en su largo peregrinar hacia un sitio desconocido, ahí recorrías las calles, comprando el último traje, todo para lucir impecable. Los zapatos deberían coincidir con el color del traje, tu padre ha desprotegido sus ahorros y te acompaña generosamente con la faena.
Así caminas por esas calles de la ciudad, te cortas el pelo anunciando al barbero tu destino por la noche, él saluda tu proeza… ¿quién se casa en tiempos de guerra?…
Existían ciertas coincidencias históricas, tu trabajo de médico había concurrido a los llamados de combatientes heridos en los campos de batalla, asistido durante años a los militantes de una pequeña clínica de pobres llamada: “Clínica de AGEUS”, un sitio plagado de brillantes médicos y estudiantes que se acercaban presurosos en los peores momentos de represión, en aquellos largos años setenta y principios de los ochenta.
Así compartiste la curación de los quemados, la de los heridos de bala G-3 que producían desgarres musculares y parecían tajos de carne expuesta, atendiste a niños, a todo al que pedía una aspirina o un leve consejo para el hambre social, pero en ocasiones era más difícil, mucho más al asistir a un funeral de los jóvenes estudiantes de secundaria en medio de las calles de la ciudad, fallecidos en una manifestación de protesta contra el autoritarismo.
En poco tiempo la Clínica de AGEUS era un centro de atención popular, ahí se brindaba ayuda general. Continuará amazon.com/author/csarcaralv

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