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Un(o) testimonio del otro: 7 de septiembre (VIII)

Caralvá

Intimissimun

Venían por mí, por los recuerdos acumulados sobre aquellas historias de héroes o mártires, quizás por eso me otorgaron el estigma de cadáver en El Salvador, el recuerdo también es un delito político que se paga con la vida. Ahora están ahí afuera, como ángeles de la muerte, con espadas apocalípticas para destruirme de un solo golpe, con uniforme o sin ellos. Es de noche porque dicen que es más fácil matar cuando uno duerme, San Salvador está cuajado de muertes con la soledad a cuestas, con ese malestar agónico de años o de siglos.

Tengo en la piel muchas cicatrices, el sol se apartó huyendo mientras la gente se aferra a no ser la siguiente, veo mis manos con muchas letras, con miles de nombres, esos toman cada una de mis uñas para alimentar su vida represiva.

Llegaron de noche, vestido en trajes fatiga, otros con ropas civil pero armados, me ataron las manos, cumplieron su trabajo, les vi, sentí sus golpes uno a uno, también sus voces, no las quiero recordar.

Todo el mundo se enteró de su llegada, este parece ser nuestro obligado destino, unir las manos y esperar el fin.

Fui conducido por que mi propio destino ya no me pertenecía, ya nada sería mío, a lo mejor solo soy un recuerdo, tanta gente perece por ahí o por todos lados sin nombre, con el estigma de la aniquilación.

Estoy amarrado y en espera.

Aguardo como los condenados o los que estamos pronto a morir, el mundo se acabó esa noche en medio de la oscuridad de los caminos de San Salvador. El sonido, el cielo, la naturaleza, todo se acabó cuando tenía las manos atadas.

Un destino de miles de hombres y mujeres al sur, el rostro de terror, el caudaloso cauce de un río seco de vidas, un mar de dolor una planicie con interminables nombres de amigos desaparecidos.

Mi mujer lloró, mis hijos gritaban asustados, ellos ya era parte del estigma de los huérfanos, el canto de la violencia era la ausencia de mis manos que no volverían a acariciarlos, ahí se quedaron ellos con sus recuerdos y yo con muchas ilusiones.

Desde entonces no he visto a nadie, esto se parece a cualquier paraje olvidado que destila ausencia.

De algo habrá servido rezar un poco, nunca imaginé sentirme tan frágil, nunca imaginé que el destino fuera tan breve.

Veo la noche, veo esas calles desiertas sin palabras, el vacío que da la ausencia de color, el hambre de una palabra que recuerde que no soy un animal, el final feliz de un cuento de niños que rescatan lo olvidado en El Salvador.

Es tiempo de clamar por el mañana, por no sentir ese fétido olor a entrañas descompuestas, ese efluvio que nos identifica a todos, o recordar aquel libro que habla de la vida.

Paredes sin vida, almas suplicantes, carne desprendida sin imaginación, madres que buscan a sus hijos; luto y huérfanos por cualquier rincón de la breve Patria.

Y solo eres un niño, pero comprendes que los hombres matan destruyendo las historias de los infantes, pero debes seguir, debes soportar la suerte sin quejarte como todos en El Salvador.

Fotografías humanas pintan muertes, sus letras tendrán en España la voz de Cervantes, mientras Walt Whitman y Mark Twain observan sus relojes por la hora de los amigos, por ese segundo que rompe el equilibrio entre diferentes formas de no despertar jamás, vivir o dejar de vivir viendo.

Ellos conocieron su destino entre las espadas silenciosas, con jinetes armados de destrucción con el viento plagado de terror, en ese tiempo amaneció asustando a los alatés, que disfrazados de fieles con sus pañuelos blancos iban a sus iglesias.

Tú solo con el sueño, como el pequeño abandonado tras la pared de balas, con el espejo de un jardín de niños. Testigo eres otros que trataron de borrar su nombre, quitaron sus dientes y las manos, desmembraron su cuerpo, expuesto a la voracidad de aves que asolaron el último tejido de tu lengua náhuat-pipil.

¿Cómo se define nuestro destino? ¿o hemos perdido el derecho de tener futuro? Acusado de enemigo de armas, poseer idioma propio, divulgar leyendas subversivas, alcanzar un doctorado inclasificable… de corromper a los jóvenes con paraísos ultraterrenos, insurrecto sin motivo, cómplices de dinamitar a gritos la sagrada propiedad privada, utilizar artillería de metáforas contra los sicarios de redes sociales, defensor de los pobres engañándoles con felicidad materialista, de quitar el sueño precisamente en las noches de mayor tranquilidad a sus amos potentados, culpables de todo, hasta de usar al buen Jesús como arma de liberación, de pintar hermosos muros con caricaturas que atentan contra la seguridad nacional, de usar tatuajes contra el orden constitucional y hacer el amor sospechosamente en la proximidad de la última brigada de infantería.

Pero vos solo veías tras el espejo de ese jardín de niños aquella barquita de papel que navega en el Atlántico, que iba por ahí con dificultad, hasta que se hundió arrasada por ametralladoras.

Entonces recuerdas a Juan Rulfo: “diles que no me maten” …

El colmo fue sobrevivir escapando del barril que estabas con su final conocido, sobrevives porque debías contar, luego abrazar a tus hijos y repetir tu historia a la Cruz Roja en tiempos de guerra. amazon.com/author/csarcaralv

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