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Un pastor y una oveja negra

Guido Castro Duarte

Separados por el Río de la Plata, troche cada uno en sus respectivos ambientes, uno en la fe y el otro en la guerrilla, ambos fueron evolucionando en la época de los grandes cambios de la segunda mitad del Siglo XX, para saltar a la palestra pública, el primero, como el primer Papa latinoamericano, y el segundo, como el primer presidente tupamaro del Uruguay.

Sin embargo, ambos han mostrado al mundo una forma distinta de vivir la fe y la política respectivamente.

Por supuesto, nos referimos al Papa Francisco y al Presidente Pepe Mujica de Uruguay. El primero, pastor de más de mil millones de católicos, y el segundo, quien se autodenomina como una “oveja negra” en el libro escrito por los periodistas Andrés Danza y Ernesto Tulbovitz, un ex presidente Uruguayo que rompió todos los esquemas de la política tradicional.

El papa Francisco marca una continuidad histórica en la Iglesia Católica, pero ha marcado su papado bajo el signo de la Misericordia, abriendo la Iglesia a temas que siempre se han considerado tabús, mostrando el rostro misericordioso de Dios, en contraposición a los duros cánones y dogmas de la iglesia.

Su rebeldía a los protocolos vaticanos les ha provocado no pocos dolores de cabezas a la Guardia Suiza y a la curia romana. Ha renunciado a los resabios de los signos imperiales de los papas del medioevo, finalizando un proceso que inició San Juan XXIII. Sigue usando sus viejos zapatos, no deja de comer su pizza favorita con cerveza y no pierde oportunidad para romper los protocolos que le tratan todavía de imponer, con tal de compartir con la gente común y corriente, sin embargo su cátedra ha estremecido los tradicionales esquemas doctrinarios, y no debería extrañarnos que el Catecismo de la Iglesia Católica se encuentre actualmente bajo una profunda revisión.

Francisco ha llevado aires nuevos al interior de la Iglesia,. La última de sus encíclicas, “Laudato Si”, ha incursionado en el campo de la ecología, que parecía excluido de los grandes temas eclesiales, pero que ahora el Papa toca de manera profunda y pastoral, advirtiendo al mundo del peligro de la autodestrucción a causa del egoísmo originado en el consumismo, el mercantilismo y el hedonismo egoístas.

Francisco está marcando una nueva forma de ser de la Iglesia, una primavera eclesial, que permite dejar en los museos los viejos esquemas, para poder salir al encuentro de los pobres y de los marginados y así darle un verdadero sentido de universalidad de la Iglesia.

Por el otro lado, Pepe Mujica marcó una forma distinta y personal de vivir la política. Al igual que Francisco, Pepe se alejó de los esquemas protocolarios uruguayos. Pepe se apartó de la tradición de los políticos latinoamericanos de enriquecerse a su paso por el poder, sin embargo, reconoce con tristeza que muy pocos siguieron su ejemplo. Se enfrentó con los esquemas mercantilistas de las estructuras de poder que se han venido cimentando por casi 200 años de vida independiente en América Latina. Criticó la forma de construir el socialismo de Chávez en Venezuela y de los Kirchner en Argentina, pero reconoce que algo quedará en favor de los pobres.

Le molesta sobremanera la falta de contenido en los discursos presidenciales, y en general, de todos los políticos. Se queja que ya no hacen pensar, que hay un divorcio entre la filosofía y la política. Sorprendió al mundo con su discurso en la Cumbre de Río, que constituye una verdadera joya de la oratoria política en materia ecológica, denunciando el modelo de consumo y despilfarro de la sociedad capitalista y la civilización hija del mercado. Dice las cosas como son y cómo las piensa. No es amigo de la diplomacia a la hora de decir dos verdades a quien sea.

Trata de igual manera a reyes, príncipes, presidentes, políticos y  hombres de a pie. Ser Presidente no marcó para él un cambio radical de su rutina diaria. Siguió viviendo en su casa y no logró encajar en el moderno uso de la tecnología, se limitó a gobernar bien sin enriquecerse.

Ambos, Francisco y Pepe, nos han mostrado como vivir con autenticidad de una forma distinta la fe y la política.

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