Trabajo

Orlando de Sola W.

Trabajar es vencer la pereza, lo cual no significa ingresos suficientes. Confundir trabajo con ingresos es un error común que confunde ideas. Por ello la necesidad de aclararlas.

Del verbo trabajar derivan muchos nombres, como empleo, oficio, ocupación, carrera, vocación y profesión, que no siempre representan ingreso monetario, o reconocimiento social. Cuando un obrero desempleado busca trabajo se refiere a los ingresos y posición social que desea obtener. Pero al vencer la pereza de buscar ya trabaja, aunque no ha recibido ingresos.

Muchos trabajan sin remuneración monetaria, como los curas y las amas de casa. Pero reciben otro tipo de remuneración que satisface, aunque sea parcialmente, su necesidad de reconocimiento y amor.

Los ingresos, como es evidente, también pueden ser sentimentales, o intelectuales. Pero solo contabilizamos los ingresos pagados con dinero, porque los pagos en especies, como la gallina que la paciente da al médico por servicios profesionales, es trueque. Eso no se contabiliza, aunque tiene importantes efectos económicos y anímicos.

Se cuentan los ingresos para fines estadísticos. También se calculan para fines tributarios, pero no los ingresos por vencer la pereza, excepto en nuestra intimidad personal.

Premiar la pereza no es bueno, pero eso solo sucede en nuestra introspección íntima. En el empleo, oficio, ocupación, carrera, o profesión la pereza solo es remunerada cuando logramos disimularla, convirtiéndola en fraude, o estafa.

Vencer la pereza requiere fuerza, talento, conocimiento, entrenamiento, disposición y voluntad. No es fácil. Por eso pretendemos premiar a los empleados diligentes, tanto públicos como privados, con abundante remuneración. Pero no sucede así. Y para disimular nuestra estrecha compasión recurrimos al salario mínimo.

Las relaciones de poder, no la oferta y la demanda, son las que determinan los salarios máximos y mínimos. Los que poseen, usan y abusan de personas, recursos y bienes determinan la remuneración de débiles y poderosos, tanto en el estado, como en el mercado.

El problema no es el comunismo, ni el capitalismo, sino el mercantilismo, con sus ventajas, favores y privilegios; con sus monopolios, oligopolios, o carteles. Mientras no comprendamos eso y que la nación, la tribu, el clan y la familia requieren respeto al prójimo, no podremos vivir en paz. Pero ese respeto no se traduce en un digno salario mínimo.

Ser, hacer y tener son verbos muy importantes en la vida de las personas, pero el ingreso “mínimo vital” no depende de lo que hacemos y tenemos, o sea de nuestra ocupación y posesión, sino de nuestra desigual dignidad.

Esto sucede en las sociedades mercantilistas, guiadas por arrogancia, codicia e indiferencia, con su recíproco odio, envidia y pereza. En ese tipo de sociedades, los que poseen, utilizan y abusan de recursos y bienes también se consideran dueños de personas, cuyo tiempo y esfuerzo utilizan para generar riqueza. Pero esa riqueza, o abundancia, no llega con suficiencia a los que contribuyeron a crearla con diligencia, al vencer su pereza.

Por naturaleza, los sueldos y salarios de los que vencen la pereza debían alcanzar para cubrir, por lo menos, el costo de vida, que cada día es mas alto por fenómenos monetarios, cambiarios y bursátiles provocados. Como los sueldos y salarios no alcanzan para cubrir ese costo mínimo de vivir, debemos compensar, a través del estado, con servicios públicos subsidiados.

No es válido especular con la vida de nuestros semejantes, cuya pereza es mínima, comparada a su pobreza. Confiemos en su diligencia y especialmente en su dignidad, que merece respeto, reconocimiento y remuneración adecuada, además de los servicios públicos para proteger la vida, la libertad y la propiedad de todos, especialmente de nuestro cuerpo, sentimientos y pensamientos.

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