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Todo tiene su tiempo y condiciones

Luis Armando González 

Uno de los textos más hermosos jamás escrito –no es la primera vez que lo digo, y también lo han dicho otros—es este del Eclesiastés:

“Todo tiene su tiempo, y todo lo que se quiere debajo del cielo tiene su hora.  Tiempo de nacer, y tiempo de morir; tiempo de plantar, y tiempo de arrancar lo plantado;  tiempo de matar, y tiempo de curar; tiempo de destruir, y tiempo de edificar;  tiempo de llorar, y tiempo de reír; tiempo de endechar, y tiempo de bailar; tiempo de esparcir piedras, y tiempo de juntar piedras; tiempo de abrazar, y tiempo de abstenerse de abrazar;  tiempo de buscar, y tiempo de perder; tiempo de guardar, y tiempo de desechar;  tiempo de romper, y tiempo de coser; tiempo de callar, y tiempo de hablar; tiempo de amar, y tiempo de aborrecer; tiempo de guerra, y tiempo de paz”.

Lo he leído –y he escuchado—muchas veces; siempre me hace reflexionar no sólo sobre su significado, sino sobre lo que puede decirme acerca de lo que sucede en la realidad que me rodea y de la que formo parte. Me gusta pensar, en primer lugar, que quien lo escribió –asumiendo que fue una persona y no varias— quiso decir que la vida individual y colectiva no se agotan en una sola experiencia o vivencia, sino que hay una diversidad de ellas –trágicas y alegres, pacíficas y violentas—, que se van dando en distintos momentos, a lo largo de las trayectorias vitales de cada cual. O sea, suceden en el tiempo que les corresponde, sin que alguna en particular esté llamada a ocupar el tiempo total de la existencia personal o grupal. En segundo lugar, también creo que el redactor apunta a que si alguien quiere realizar proyectos importantes para su propia vida o para la sociedad en la que vive –guerra o paz, sembrar o recoger lo sembrado, hablar o callar, reír o llorar, amar u odiar— tiene que dedicarles el tiempo necesario y suficiente para su realización.

“Todo tienen su tiempo” también quiere decir, pues, que cualesquiera actividades o proyectos que se decida hacer o realizar, desde las más relajadas –como lanzar piedras al río o recogerlas— hasta las más tensas y arriesgadas –como hacer la guerra o terminar con ella—, requieren que se les dedique tiempo. ¿Cuánto? El propio de cada una de esas actividades o proyectos. Cada uno de ellos, en su especificidad, tiene su propio tiempo y si se éste se obvia –o no es el que corresponde— lo más seguro es que aquéllas de plano no se realicen o se hagan de forma incompleta. ¿Y las cosas importantes requieren tiempo? Por supuesto que sí: las cosas importantes y también las que lo son menos. No se requiere ser extremadamente talentoso o inteligente para caer en la cuenta de esta exigencia práctica; sí se requiere tener una dosis mínima de sabiduría, de buen sentido y de sentido común.

Sin embargo, no basta sólo con el tiempo; también son esenciales unas determinadas condiciones, según sea la naturaleza del proyecto o acción a realizar. Todo tiene su tiempo –en el sentido que se aclaró antes— y sus propias condiciones; y sobre estas cabe decir que si faltan o no son las mejores lo más seguro es que los proyectos o acciones pretendidos no se realicen en lo absoluto o resulten torcidos. También requiere sabiduría, sentido común y buen sentido caer en la cuenta de este amarre ineludible que tienen el tiempo y las condiciones para los resultados óptimos –o para los malos resultados— en la paz o en la guerra, en el amor o en el odio, en la siembra o en la recolección, en el trabajo o en el descanso.

¿Es aplicable esta sabiduría al estudio? Por supuesto que sí. Estudiar requiere tiempo –tanto como cuan fundamentales o especializados sean los campos del conocimiento en los que se incursiona— y condiciones adecuadas, es decir, las idóneas para asimilar, experimentar y poner en práctica lo asimilado conceptualmente. Quien no tiene tiempo para asistir a las sesiones de clase (sean virtuales o presenciales), para leer (leer: comprender y reflexionar sobre lo leído), para hacer tareas o para interactuar con sus maestros y compañeros de clase –o sólo tiene un tiempo reducido para cualesquiera de estas actividades— está en la senda de no asimilar y no dominar –o de sólo hacerlo parcialmente— lo que corresponde al campo del conocimiento en el que ha decidido incursionar.

Quizás haya que investigar el asunto a fondo, pero –en un tercer año de experimento con la educación virtual (marzo 2020-diciembre 2022)— no es infrecuente escuchar quejas de colegas profesores en el sentido de la notable inasistencia de los estudiantes a las sesiones virtuales, además del preocupante silencio que hacen quienes sí se conectan, y de los que cabe la sospecha de que no estén siguiendo la exposición del profesor. También no es infrecuente escuchar a estudiantes que, por un lado, afirman no tener tiempo ni siquiera para conectarse a clases –ya no se diga para reunirse “físicamente” con sus compañeros de clase y con su profesor—, y por otro lado sostienen que la “modalidad virtual” es una oportunidad que se les presenta a quienes “no tienen tiempo” para estudiar presencialmente, y que además es una modalidad que se “adapta” a la situación de cada cual, o sea, que permite estudiar en cualquier condición. Y cuando digo “condición” no me refiero a la de las personas, sino a las del estudio: por ejemplo, espacios adecuados para escuchar o ver lo que se explica o expone en clase (sea esta virtual o presencial).

¿Realmente es así? ¿Realmente ese proyecto de vida que es estudiar una carrera, con las actividades propias que esta conlleva, se puede realizar en cualquier condición o situación? Pienso que no: hay condiciones y situaciones que, en el límite, pueden torpedear cualquier esfuerzo formativo. En la misma línea, pienso que el estudio, sea en la modalidad que sea, requiere un tiempo propio; y si no se dispone del mismo es casi que imposible que quien estudia obtenga el resultado deseado. No es, pues, prudente que los estudiantes, sea cual sea la modalidad de sus estudios, asuman que pueden lograr metas académicas extraordinarias sin dedicar tiempo suficiente –el tiempo propio requerido por los estudios que realizan— a las distintas tareas y actividades que les exige el proceso formativo que han elegido. En fin, todo tiene su tiempo y condición. También el estudio. También: leer, asistir a clases, hacer tareas, compartir con compañeros y profesores, asimilar lo aprendido. También pensar.

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