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La encrucijada de Israel

Isaac Bigio

Analista internacional

El primer ministro israelí Benjamin Netanyahu está en un gran dilema. El ala dura de su gobierno, conformada por los partidos sionista-religiosa de Bezalel Smotrich (ministro de finanzas) y «Poder Judío» de Itamar Ben-Gvir (ministro de seguridad), demandan una inmediata ofensiva final sobre Rafa (la única urbe que no ha sido 100% tomada por el ejército), que se encuentra al extremo sur de la franja de Gaza, mientras que la mayoría de la opinión pública y de los aliados internacionales de Israel le piden un alto al fuego temporal para intercambiar rehenes hebreos por prisioneros palestinos.
A fines de abril, se publicaron videos de tres cautivos israelíes en los cuales estos demandaban a Netanyahu que sean liberados mediante un intercambio y que la continuación de esta guerra pone su futuro en peligro. Todo ello ejerce una gran presión interna a internacional sobre Tel-Aviv, pues si más rehenes siguen muriendo se va a seguir deteriorando la cohesión nacional y la confianza de la población en sus autoridades. Los halcones saben que en Rafa sobrevive hoy la mayoría de los 2,300,000 gazatíes y que ello va a implicar una carnicería, por lo que estiman que sí se demora entrar allí, esto podría por terminar en que nunca suceda, con lo cual deberán olvidarse de sus ambiciones de limpiar étnicamente a dicha franja y repoblarla con colonos sionistas.
Si Netanyahu acepta una tregua, los halcones amenazan con retirarse del gobierno. Esto implicaría que él perdería el respaldo de 13 de los 130 parlamentarios (10% del Congreso), una fuerza vital para que él pudiese estar en el poder. Sin embargo, Yair Lapid, el principal líder opositor, se ha comprometido a que sus 24 congresistas le den el apoyo que él necesita para evitar que su gobierno caiga. A pesar de que ello implicaría que el número de parlamentarios que estuviesen con Netanyahu pasaría de los 72 actuales a 83, él no quiere una coalición con el «centro», pues teme que allí él acabaría desbordado por los ultraderechistas y apresado por Lapid y por su socio «moderado» Benny Gantz, quienes demandan adelantar elecciones generales.
Netanyahu es impopular en casa, pero mucho más en el exterior. Con él, Israel por primera vez en su historia ha visto reducir su índice crediticio internacional según Moodys, ha generado protestas masivas de millones de personas en Occidente, ha sido amonestado por la Corte Internacional de Justicia y también en cualquier momento tanto su persona como varios de sus principales colaboradores podrían ser requeridos para ser detenidos por crímenes de guerra por parte de la Corte Penal Internacional.
Las diferencias entre Netanyahu y Joe Biden, presidente norteamericano, se han acentuado. Washington demanda preparar el reconocimiento de una forma de Estado palestino. En cambio, Netanyahu veta ello, mientras quisiera provocar una guerra con Irán para que los marines entren a pelear y ello sea su tabla de salvación. Ni Biden ni Donald Trump quieren una escalada militar con Teherán, pues saben que eso desembocaría en una aventura bélica que les dejaría peor de la que antes tuvieron al atacar Irak, Afganistán, Libia o Siria. Tel-Aviv, sin el compromiso de Washington de mandar tropas, no se atreve a una guerra regional o a ingresar al Líbano para efectuar una guerra prolongada en dos frentes.
Trump reconoce que esta guerra es un desastre para las relaciones públicas de Israel. Además, ha evitado que Arabia Saudita (la principal potencia económica árabe) establezca relaciones diplomáticas con Tel-Aviv. Esto, a su vez, afecta los planes de crear la mega-ciudad eco-tecnológica de Neom, que los sauditas están construyendo al lado de Israel y Jordania.
Biden vería con agrado que los ultranacionalistas salgan del gobierno. Smotrich es el autor de la doctrina de que hay que expulsar o matar a la mayoría de los palestinos (y los pocos que queden allí deberán jurar lealtad al «Estado judío»). Ben-Gvir pide la pena de muerte a todos los casi 10,000 presos palestinos, demanda que el ejército mate a más gazatíes rendidos (en vez de arrestarlos para erradicarlos a las hacinadas cárceles israelíes), arma a los colonos de Cisjordania a quienes les da carta libre para que cometan atrocidades y ha incrementado las duras condiciones, torturas y vejaciones a los prisioneros palestinos en las celdas. Amihai Eliyahu, ministro de patrimonio israelí, en vez de proteger el patrimonio cultural de Gaza (que hace más de 3 milenios fue la primera capital de «Tierra Santa»), llamó dos veces a aplastarla con armas nucleares.
La única vez en que bombas atómicas han caído sobre civiles fue en Japón 1945. No obstante, la cantidad de explosivos que Israel ha detonado en la franja de Gaza es 4 veces superior al de Hiroshima. Más del 70% de este territorio palestino está demolido. Se estima que hay más de 10,000 gazatíes sepultados bajo los escombros. Estos, sumados a los más de 34,000 muertos, sugieren que hay 44,000 palestinos que ya no están vivos (2% de los gazatíes). De estos, más del 70% son niños y mujeres.
Pese a que el grado de destrucción de Gaza supera al que experimentaron las ciudades de las potencias que perdieron en la II Guerra Mundial (Italia, Alemania y Japón), Netanyahu no ha logrado sus dos objetivos: aplastar al Hamás y liberar a sus cautivos. Es más, Hamás sigue activo en toda la franja, se jacta de haber matado a 600 soldados hebreos y afirma que unos 70 rehenes han fallecido con los bombardeos israelíes.
Por todas las metrópolis europeas y norteamericanas hay masivas marchas donde millones demandan el alto al fuego. Muchas universidades estadounidenses se han tornado campos de batalla en las cuales estudiantes locales pro-palestinos se enfrentan a policías o a contra-manifestantes o grupos de choque pro-israelíes.
El intento de Netanyahu de provocar un conflicto regional con Irán no se ha materializado. Tras que sus misiles han matado a varios generales persas, Teherán lanzó más de 300 cohetes y drones-bombas sobre bases militares, lo cual ha sido el primer ataque de un vecino regional no-árabe sobre Israel. Ben-Gvir criticó la respuesta militar de su gobierno como «débil».
Washington veta cualquier posible invasión sionista en Irán o Líbano, pues no quiere abrir otro frente de guerra (además del que tiene en Ucrania la OTAN contra Rusia, en el cual no anda bien). También no quiere provocar una matanza en Rafa, pues enajenaría a la opinión pública norteamericana (cuando en noviembre son las elecciones generales), afectaría la imagen global de la megapotencia y crearía problemas con Egipto (quien no quiere recibir flujo de refugiados que desestabilicen a su régimen).
Pese a que la tregua debió haberse dado en Ramadán o Semana Santa, es posible que se empiece a dar una para mayo. Empero, Israel no va a querer que con esta se cierre su posibilidad de atacar luego Rada, mientras que los palestinos querrán parar la guerra.
Irán demostró la fuerza del eje que comanda (y en el que están Hezbolá de Líbano e Irak, Siria, Yemen y varias facciones palestinas), mientras que Israel quiere crear una entente con los regímenes árabes sunitas «moderados» de Egipto, Jordania y la península arábiga. Netanyahu es una figura en decadencia y lo que Occidente demanda es que haya un reemplazo que pudiese abrir las puertas a un Estado palestino. Hamás ha declarado que estaría dispuesto a aceptar uno con las fronteras previas a la guerra de 1967, con Jerusalén oriental como su capital y hasta auto-desarmándose. Problemas serios son la situación de los colonos hebreos en Cisjordania y el pedido de los palestinos de retornar a sus tierras ancestrales y reconstruir sus pueblos. Mientras no haya una solución al impasse palestino, el Medio Oriente podrá ser el foco de más guerras, incluyendo una nuclear.

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