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Soberanía y persona

José M. Tojeira

Los políticos y quienes están a sueldo de ellos manejan las palabras con una discrecionalidad y arbitrariedad casi absoluta. El concepto de soberanía es un ejemplo claro. Se suele decir que la soberanía está en el pueblo, y que éste le traslada el poder soberano al Estado. Sin embargo, en muchas constituciones, en cuenta la nuestra, se suele decir que el Estado está al servicio de la persona humana.

Pueblo, soberanía y persona, tres elementos en juego. Pero al final el Estado, o quienes lo manejan, terminan pensando que la soberanía, como poder absoluto de mandar y tomar decisiones, descansa en sus instituciones. Al pueblo, manejado desde la publicidad y las promesas, solo le queda el recurso de votar. Y la persona humana, que teóricamente sería la base de toda reflexión sobre el poder, queda olvidada y con frecuencia humillada, especialmente si pertenece al sector de recursos e ingresos deficientes.

El concepto de soberanía aplicado al Estado ha sido en demasiados países la fuente de abusos contra personas humanas y la semilla de todo autoritarismo. El Estado puede firmar convenios internacionales, protocolos obligatorios de Derechos Humanos, e incluso asegurar constitucionalmente  que los convenios internacionales adecuadamente firmados y ratificados son parte de la legislación interna del país, con prioridad sobre la propia legislación secundaria. Pero todo ese discurso jurídico se opaca y desaparece ante el discurso de la soberanía.

Raro es el juez que en sus sentencias alude a la legislación internacional. Muchos de ellos ni la conocen. Y los procuradores, comisionados y demás encargados de promover y defender los Derechos Humanos, inclinan la cabeza ante la soberanía de quien esté en el poder; ese falso soberano que termina subyugando pueblos y personas.

Afortunadamente en la persona humana hay fuerzas interiores que tienden a resistir el abuso. Aveces desde el silencio y la solidaridad oculta. Otras veces desde la conciencia y la palabra. Víctor Frankl, psiquiatra judío sobreviviente de los campos de exterminio nazis, decía que dichos campos de concentración tendían a brutalizar y a convertir en bestias tanto a los guardianes como a los detenidos. Pero que no podían impedir que en esos campos de despersonalización hubiera personas que invocaran a Dios desde el Shema Israel, una de las plegarias más frecuentes de los judíos, o desde el Padre nuestro. Cuando las Constituciones de los diversos países afirman que el Estado está al servicio de las personas, tratan de recordarnos que toda persona tiene dignidad.

Y que incluso la maldad y el delito, en el caso de que lo haya, no eliminan la dignidad de la persona como realidad fundamental y suprema. Y eso incluye a quienes tengan que ser perseguidos y en caso de ser encontrados culpables, sancionados por las leyes vigentes. Los estados autoritarios tienden siempre a olvidar la dignidad humana como el principio básico de la organización social y a sustituirlo por el Estado soberano que representa supuestamente el “espíritu del pueblo”, y que adquiere con ello el poder absoluto sobre las personas.

Centroamérica está enferma de autoritarismo. Unos hablan de matar, otros de desterrar y de borrar y eliminar la nacionalidad de los opositores. No faltan los que se creen la encarnación del Estado y los representantes de la soberanía del pueblo, con capacidad de actuar desde la arbitrariedad, pisoteando la dignidad de personas humanas. Todos ellos impulsan los sentimientos más bajos del ser humano, alimentándose de ellos y animándolos a crecer.

La venganza, el castigo cruel, los daños colaterales, la protección al sicario y al corrupto obediente, la generalización del discurso de odio, son las prácticas habituales del que pone la soberanía estatal por encima de la persona y su dignidad. Pero quienes confían en la dignidad de toda persona humana continuarán resistiendo y creciendo. Porque su fuerza nace de la conciencia y la historia nos dice que ésta ha resistido siempre al abuso de la fuerza bruta, aunque ésta se disfrace de poder soberano construido sobre el espíritu del pueblo y sobre las elecciones adecuadamente preparadas para permanecer en el poder.

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