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Sembrar la esperanza en contextos de violencia

German Rosa, s.j.

Cada mañana al despertar nace el deseo de tener una jornada diferente a las anteriores, y desearíamos que fuera siempre mejor. En nuestra imaginación nos invaden las imágenes de los dramas acostumbrados en los noticieros, en los periódicos, en las conversaciones, en los mensajitos que recibimos a través de las redes sociales… Mientras leo estas líneas me sobrecoge el temor de experimentar en carne propia lo que le pasó al vecino, al amigo, al familiar e incluso a aquella persona desconocida que quedó grabada en mi imaginación. ¡Ni Dios lo quiera!, y como remedio inmediato me pongo a rezar. Junto a esta experiencia de temor me abraza la angustia al pensar que nos pueda ocurrir lo peor. Pues, sin pretenderlo, vivimos en un contexto de violencia que nos desborda.

La violencia, si la analizamos ecológicamente, se ha convertido en una atmósfera que contamina el ambiente social porque destruye la confianza. Por esta razón necesitamos recuperarla. Aunque no lo pensemos, ni lo busquemos, cada mañana nace el hambre de la esperanza de una vida mejor.

En el mejor de los casos, me levanto pero con la energía de hacer las cosas de manera distinta. La esperanza no se concreta si nos ponemos de brazos cruzados para que las cosas cambien, somos nosotros quienes las cambiamos, las transformamos porque esperamos que este cambio sea posible y nos ponemos manos a la obra. La esperanza despierta el sentido de lo posible para actuar y hacer que las cosas cambien con realismo. Cuando se opaca la luz del camino por la oscuridad del temor, la esperanza nos ilumina, nos fortalece y nos impulsa a vivir una nueva aurora.

1) La esperanza es lo último que se pierde dice nuestro pueblo

La esperanza es lo último que se pierde, dice nuestro pueblo, y ésta es la síntesis de sus sueños y de sus añoranzas. El recuerdo vuelve a aparecer: “en mi pueblo vivíamos tranquilos y muchas cosas que ocurren hoy no pasaban antes”…éste es un comentario que escuchamos con frecuencia.

La esperanza nos alienta para crear un ambiente de confianza. Los peces necesitan el agua para vivir, los pájaros necesitan el aire para volar, y nosotros necesitamos la confianza para desarrollar nuestras capacidades y energías. En un ambiente seguro nos sentimos con confianza, nos sentimos libres. La persona libre es la que puede prometer y cumplir sus promesas, es una persona confiable y digna de fe a los ojos de los demás.

Ernst Bloch nos dice al respecto: “Esperanza, este anti-afecto de la espera frente al miedo y el temor, es, por eso, el más humano de todos los movimientos del ánimo y solo accesible a los hombres, y está, a la vez, referido al más amplio y al más lúcido de los horizontes” (Bloch, E. (1977). El Principio Esperanza, Tomo I, Madrid: Edición Aguilar, S.A., 61). Los sentimientos de miedo y de terror se vencen con el ímpetu de la esperanza.

La esperanza es más fuerte que la angustia y el temor, y nos catapulta más allá de las fronteras imaginadas. Sin embargo, la esperanza es transformadora solo si nos ponemos manos a la obra.

La esperanza es la disposición natural del ser humano a proyectar libremente la plenitud de su existencia, en la tensión del presente y el futuro, y desde la postura opuesta con respecto a aquella realidad que restringe, domina, daña o afecta su condición humana. Cuando prevalece la esperanza sobre el miedo que nos anonada o nos restringe; ésta nos lanza al triunfo, da amplitud a la humanidad en lugar de angostarla. No se sabe la fortaleza que suscita la esperanza en el interior del ser humano y de lo que nos hace capaces hacia el exterior.

De manera inmediata, la esperanza más fuerte es despertar en una tierra en la que habita la tranquilidad, la paz y la justicia. Y recordemos que nuestra esperanza cristiana no solo anuncia un juicio, sino que éste va acompañado de una salvación y un nuevo comienzo, una nueva historia, un verdadero renacer. La esperanza está enraizada en la historia pero siempre abierta a lo que ésta da de sí misma y al don de Dios perennemente. La esperanza nos regala una energía, nos da una fortaleza de cara a la violencia para aprender a vivir la conquista de la paz en medio de los conflictos, sabiendo que “nuestro corazón está siempre inquieto, insatisfecho hasta que repose en Dios” (San Agustín). Cuando nos cansamos de luchar en contra del mal de la violencia debemos aprender a reposar en Dios, vivir la experiencia del sábado o el sexto día de la creación, en el cual Dios también descansó, para apreciar su obra creadora, así nosotros también debemos apreciar nuestro trabajo por la paz y la vida. Pero no olvidemos que el domingo es el día de la resurrección, evento que nos muestra que la creación ya está en el dinamismo de alcanzar la plenitud de la vida.

2) La violencia podemos enfrentarla como el avestruz o como la jirafa

La esperanza tiene nombre y apellido. ¿Qué cosas esperamos? No es una pregunta retórica, especulativa, abstracta. La respuesta es muy concreta. Esperamos tener la alimentación necesaria; lograr una buena educación para la familia; tener una atención médica muy buena; mejorar el salario mínimo para que ajuste a cubrir las necesidades fundamentales del hogar; esperamos regresar sanos y salvos a casa porque no sabemos si nos puede ocurrir un accidente, un asalto, un secuestro, una extorsión, o nos puedan arrebatar la vida. La esperanza es sobre cosas muy terrenas, pero nunca se vive plenamente sino hasta que no exista más que esperar.

La esperanza siempre es para los inconformes, los contestatarios, para quienes no están a gusto ni se acomodan a un mundo injusto y violento. Quienes tenemos esperanza no nos rendimos, ni renunciamos sino que somos verdaderos luchadores y no tememos enfrentar la batalla más importante de todas, la batalla por la vida digna. La esperanza nos hace resistir y perseverar hasta conquistar un país sin violencia. ¿Qué podemos esperar en una comunidad, en un país, en un mundo donde hay violencia e injusticia? Simplemente abrazar con fortaleza la esperanza transformadora practicando la justicia para hacer posible la paz. La esperanza transformadora nos compromete hasta los tuétanos. Pero la esperanza nos impulsa y nos apresura hacia un futuro que aún no está, y que tenemos que hacer presente confrontándonos con lo que existe en la realidad para entrar en el tierra de lo futuramente posible. El mundo nuevo no llega, sino que nosotros lo conquistamos. La paz no viene sino que nosotros la construimos. En buenos términos, la paz es el regalo que recibimos de Dios cuando lo acogemos trabajando activamente por conquistarla. Haciendo lo justo preparamos el camino a la nueva tierra en la que habita la justicia. Si lo decimos brevemente, se trata de resistir a la violencia y anticipar la paz que es real y posible.

La vida la podemos vivir como el avestruz que ante los problemas “entierra la cabeza”, como se dice míticamente, para no enfrentarlos ni resolverlos. O bien, podemos enfrentar la vida como la jirafa, con los pies en la tierra, con la fortaleza de un gran corazón y teniendo una mirada amplia de largo alcance. Al sembrar la esperanza en contextos de violencia se trata de hacer todo lo que está a nuestro alcance para acabar con ella. Este hacer es personal, comunitario y social. La muy buena disposición para acabar con la violencia necesariamente tiene que estar basada en medios institucionales. Veámoslo desde donde lo veamos. La familia necesita unas relaciones básicas funcionales y laborales; la comunidad necesita servicios básicos educativos, sanitarios, deportivos, religiosos, etc.; la sociedad debe proponer las formas de seguridad ciudadana que se requieren, y hoy se trata de una seguridad integral que responde a las demandas del desarrollo humano y social. La esperanza sin medios concretos es un suspiro que nace del alma pero que se queda en los mejores deseos que no se realizan. La violencia solo se vence con una resistencia activa que siembra la cultura de la paz. Y ésta es expresión de una genuina espiritualidad ciudadana, cristiana y un êthos social. Las concreciones materiales institucionales básicas se sustentan en los valores humanos más profundos. Éstas son expresiones de los elementos que constituyen las identidades personales, comunitarias y sociales.  Desde nuestra fe cristiana, la jirafa es un símbolo espiritual, porque no solo tiene los pies en la tierra, sino que tiene la cabeza en el cielo. Unir el cielo y la tierra es el gran sueño de los que apostamos a sembrar la esperanza contra toda desesperanza causada por la violencia.

3) Martin Luther King y Mons. Romero profetas de la esperanza

La esperanza es creativa y propositiva. Inyecta energía y dinamismo e impulsa una cultura de paz para contener y revertir el mal de la violencia. Sin la esperanza no se puede sembrar, ni se pueden cultivar los frutos de la cultura de paz. Ésta es como una semilla que crece aunque durmamos. No olvidemos la parábola del reino de Dios (Mc 4,26-34).

La esperanza es una protesta humana radicalmente solidaria porque constituye un tejido social que rescata las víctimas de la violencia. La esperanza nos hace capaces de construir un mundo sin víctimas ni victimarios, un mundo sin violencia.

Martin Luther King es un ejemplo de hombre con esperanza activa. Profeta de los derechos políticos civiles en contra de la discriminación racial, un auténtico adversario de la guerra del Vietnam y promotor de las acciones políticas no violentas, por eso fue asesinado el 4 de abril de 1968. Martin Luther King se atrevió a soñar un mundo sin violencia estructurada en contra de los derechos fundamentales, por esta razón se convirtió en un enemigo peligroso y lo apartaron del camino. Todos recordamos aquellas palabras cuando dijo “tengo un sueño”. ¿Cuál era el sueño de Martin Luther King? Retomemos sus palabras:

“Hoy les digo a ustedes, amigos míos, que a pesar de las dificultades del momento, yo aún tengo un sueño. Es un sueño profundamente arraigado en el sueño americano.

Sueño que un día esta nación se levantará y vivirá el verdadero significado de su credo: Afirmamos que estas verdades son evidentes: que todos los hombres son creados iguales.

Sueño que un día, en las rojas colinas de Georgia, los hijos de los antiguos esclavos y los hijos de los antiguos dueños de esclavos, se puedan sentar juntos a la mesa de la hermandad.

Sueño que un día, incluso el estado de Misisipí, un estado que se sofoca con el calor de la injusticia y de la opresión, se convertirá en un oasis de libertad y justicia.

Sueño que mis cuatro hijos vivirán un día en un país en el cual no serán juzgados por el color de su piel, sino por los rasgos de su personalidad.

¡Hoy tengo un sueño!

Sueño que un día, el estado de Alabama cuyo gobernador escupe frases de interposición entre las razas y anulación de los negros, se convierta en un sitio donde los niños y niñas negras, puedan unir sus manos con las de los niños y niñas blancas y caminar unidos, como hermanos y hermanas.

¡Hoy tengo un sueño!

Sueño que algún día los valles serán cumbres, y las colinas y montañas serán llanos, los sitios más escarpados serán nivelados y los torcidos serán enderezados, y la gloria de Dios será revelada, y se unirá todo el género humano.

Esta es nuestra esperanza. Esta es la fe con la cual regreso al Sur. Con esta fe podremos esculpir de la montaña de la desesperanza una piedra de esperanza. Con esta fe podremos trasformar el sonido discordante de nuestra nación, en una hermosa sinfonía de fraternidad. Con esta fe podremos trabajar juntos, rezar juntos, luchar juntos, ir a la cárcel juntos, defender la libertad juntos, sabiendo que algún día seremos libres”

(https://www.marxists.org/espanol/king/1963/agosto28.htm).

Martin Luther King pronunció este discurso el 28 de agosto de 1963 delante del monumento de Abraham Lincoln en Washington, D.C., durante la marcha multitudinaria por el trabajo y la libertad, fue un momento definitorio en el Movimiento por los Derechos Civiles en Estados Unidos. (Cfr. https://es.wikipedia.org/wiki/Yo_tengo_un_sue%C3%B1o). Soñar con esperanza es amenazador para quienes son los promotores de la violencia.

La resistencia activa no violenta se justifica sólo si se busca la justicia. Éste es el tipo de desobediencia que se gestó en la lucha pacifista por lograr el reconocimiento de los derechos políticos civiles y conquistar la igualdad sin discriminación en los años 60’s. La desobediencia civil no es legítima si busca difundir la injusticia, fomenta la discriminación en contra de los extranjeros o migrantes o el racismo, o se pretende sustituir la constitución democrática por una dictadura fascista. Por ejemplo, ésta es la diferencia entre Martin Luther King y el gobernador Wallace en su tiempo, el primero llamaba a la desobediencia civil en contra las leyes de la separación racial en nombre de la Constitución de los Estados Unidos, mientras que el segundo promovía la desobediencia civil para reestablecer la white supremacy (supremacía del blanco) en contra de la Constitución. La lucha de Marthin Luther King era legítima, en cambio la de Walla era totalmente ilegítima (Cfr. Moltmann, J (2011). Etica della speranza. Brescia (Italia/UE): Editrice Queriniana, Brescia, 243).

Martin Luther King fue un hombre de fe y de esperanza, los frutos de su proyecto humano y cristiano han sido beneficiosos para toda la humanidad. Su lucha y sus sueños se han realizado impactando en todo el mundo. Éste es un logro importante para toda la humanidad. La esperanza se basa en los avances y los logros alcanzados ante el gran desafío de la violencia y también en las posibilidades y capacidades que se poseen para vencer este flagelo. La fe y la esperanza son dos brazos que se unen por un espíritu de solidaridad y de amor, que nos hacen fuertes para soñar en un país, una región centroamericana libre de violencia.

La esperanza es la fortaleza que nos hace entregarnos activamente al devenir al que pertenecemos. Ernst Bloch al respecto dice lo siguiente: “Espera, esperanza, intención hacia una posibilidad que todavía no ha llegado a ser: no se trata solo de un rasgo fundamental de la conciencia humana, sino, ajustado y aprehendido concretamente, de una determinación fundamental de la realidad objetiva en su totalidad” (Bloch, E. (1977). El Principio Esperanza, Tomo I, XV).

Monseñor Romero también expresó con claridad su gran esperanza para lograr la paz en el país en uno de los momentos más difíciles de la historia en El Salvador. En la cuarta carta pastoral que dedicó al tema de “la Misión de la Iglesia en medio de la Crisis del País”, el 6 de agosto de 1979 expresó: “Por fin, otra observación: sería injusto no reconocer que, durante esta crisis del país, ha habido muchos aspectos positivos que hacen vislumbrar, con sólido fundamento, que los salvadoreños somos capaces de encontrar la paz basada en la justicia y por caminos racionales, y que no es necesario pagar la liberación de nuestro pueblo a tan alto precio de violencia y de sangre” (https://es.scribd.com/doc/21451834/Mons-Oscar-Arnulfo-Romero-CARTA-PASTORAL-5-Mision-de-la-Iglesia-enmedio-de-la-crisis-del-pais).

Cuando hablamos de sembrar la esperanza en un contexto violento tenemos como horizonte la resistencia activa no violenta que implica disponer de los recursos y los medios institucionales necesarios para lograr la paz, y esto es apostar por una cultura de la vida cuando ésta es amenazada constantemente por tantas formas de violencia.

La vida humana está siempre puesta a prueba, contiene en sí misma la contradicción, por eso no podemos perder la oportunidad de amarla tal como es, y amar la vida es el inicio de una vida que supera la muerte.

La violencia nos arrebata la paz, y toda la tradición bíblica y la esperanza cristiana sostienen que solamente la justicia crea una paz duradera. No existe otra vía que conduzca a la paz sino el justo modo de actuar y la preocupación de establecer una justicia a escala nacional, regional y también global. La paz nace en el corazón humano, se establece en las relaciones con los demás, con la naturaleza y con Dios. Donde hay violencia e injusticia no hay paz, aunque ésta se pretenda lograr con la fuerza. Pues la injusticia crea siempre desigualdad y solo con violencia se puede mantener una situación injusta: “No existe paz donde reina la violencia, porque donde reina la violencia gobierna la muerte y no la vida” (Moltmann, J. (2011), Etica della speranza, 87). En el horizonte de la esperanza se encuentra la paz, fruto de la justicia, que es el resultado de un proceso personal y social, porque la paz no es la ausencia de la violencia sino la presencia de la justicia.

Mons. Romero y Martin Luther King son profetas universalmente conocidos. Su voz continúa hoy haciéndose sentir en un contexto de violencia y de racismo. Escuchemos a estos profetas de la esperanza.

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