Masferrerismo
Rafael Lara-Martínez
Professor Emeritus, New Mexico Tech
Desde Comala siempre…
La memoria olvidó (este archivo)… F. L.,»Patria», 27 de diciembre de 1936
III. Vitalismo contra Iglesia
Por último, Salarrué compara el salvajismo de la Iglesia Católica con el estereotipo holywoodesco del «western» clásico sobre el indígena, en el suroeste estadounidense: «la cabellera en manos de un piel roja». Desde la perspectiva urbana del escritor, parecería que el estereotipo cinematográfico reemplaza la etnografía. Obviamente, pese al calco neocolonial, su oposición no podría ser más atrevida. Critica a un sacerdote particular, a la vez de dirigir la acusación directa a la institución eclesiástica como jerarquía política. En el clero, asegura el autor, el afán de dominio olvida toda ética mística y espiritual que reivindicaría para Masferrer. La Iglesia anhela apropiarse del vitalismo masferreriano, durante la agonía de ese ser cercano a la muerte. El acecho al moribundo triplica el deseo de acaparar el vitalismo para los fines políticos de un grupo o institución: «Patria» vs. «Boletín de la Biblioteca Nacional» vs. Iglesia Católica. Sin embargo, esa denuncia prosigue el silencio del segundo rubro, al acallar la misa en Catedral en honor al ejército, luego de la matanza. En esa fisonomía despiadada del indígena fílmico, la figura del maestro opaca la matanza, en vez de culminarla según exigiría su ética vitalista aplicada a la política.
A lo sumo, A. Rochac insinúa la correlación entre los sucesos de enero y la defunción de septiembre al asegurar que Marferrer «muere pobre, negado por los semejantes que le atribuyen todas las desdichas que otros apresuraron o planearon» («Los últimos días de Masferrer»; ídem Juan del Camino en «Estampas. Un filósofo del orden social», «una barbarie apasionada del mando y los cantoncillos afirman que son la consecuencia funesta de don Alberto Masferrer»). Obviamente, Juan del Camino reitera la denuncia explícita: «la barbarie ha hecho matanzas espantosas inventando peligros comunistas» («Estampas. Un filósofo del orden social»). Igualmente, su compatriota Carmen Lyra insiste en establecer el enlace entre «el presidente Martínez…los militares y la papada grasosa y horrible de los terratenientes», encantados porque «el papa que llaman santo ya reconoció el gobierno» («El retrato», op. cit.)
IV. Archivos migrantes
Si quieren saber de tu pasado, es preciso decir una mentira…
Así concluye uno de los archivos nacionales de 1932, vigente en Costa Rica, ausente en El Salvador. El expediente pervive gracias a la deriva migratoria de la Biblioteca Nacional, ya que el guanaco errante acarrea documentación primaria clandestina consigo. Al no acomodarse al imaginario actual del 32, su censura no la ejerce el autoritarismo martinista. La recomienda el presente académico democrático que impide su difusión y obstaculiza el debate. Para la actualidad, la enseñanza prescribe la edición de obras que admiten la disensión como precepto obligatorio. Si este requisito no sucede en las universidades —ni en la Biblioteca Nacional— con mayor razón lo rechaza la política en boga.
Como problema crucial, la po-Ética siempre plantea el anhelo monopolista por atesorar el legado material e intelectual de la Muerte. La herencia de los Difuntos —se cree— le pertenece al más preciado en quien la razón y el poder se (con)funden en unidad indisoluble. Hasta 2021, sólo la «fantasía» democrática imagina que lo «invisible» —el pasado y el futuro— suscita diversas «opiniones», hoy encarceladas por el autoritarismo.
V. Omisiones I
De 1932-2021, el poder de la historia oficial consiste en «arrancar palabras de humillación al gran moribundo»…
En primer epílogo adicional, se transcriben unas breves observaciones de la manera en que el «Repertorio Americano» evalúa el gobierno de Martínez en 1933. Su ausencia en los artículos más destacados sobre la dictadura coincide con la falta de toda contribución salvadoreña al debate sobre el marxismo internacional de la época. El imaginario socialista de J. Stalin y L. Trotsky se hallan fuera del debate intelectual nacional, de igual manera que se excluye casi toda denuncia al régimen que el presente califica de dictatorial. En cambio, tal cual lo demuestra la coincidencia entre la reseña del «Homenaje a Masferer» y la lectura de Stalin, el 4 de noviembre de 1933, la corriente marxista y la vitalista transcurren sin diálogo alguno en el «Repertorio Americano» (para Trotsky véase su homenaje el 11 de noviembre de 1933).
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Por una creciente disparidad entre el pasado y el presente, un dictamen de apropiación proyecta su vivencia de ilusión hacia esas raíces de la memoria sin archivo. Mientras Francisco Gavidia certifica «la democratización de toda la América» ante las autoridades estatales y universitarias, hoy su indigenismo se imagina crítico de la dictadura. Igual confirmación la verifica el «Repertorio Americano», el año siguiente (1933). La recepción honorífica de Gavidia la redobla esa revista costarricense que exime al régimen salvadoreño de toda acusación dictatorial. Si José Rafael Pocaterra denuncia a «Cuba, Santo Domingo, Panamá, Haití y Nicaragua» de países «mediatizados», excluye a El Salvador de tal condena («La agonía dictatorial», «Repertorio Americano», 3, 10 y 17 de junio de 1933). Asimismo, desde un enfoque martiano, lo reconfirma Juan Marinello quien ataca a Cuba por la sumisión al imperialismo estadounidense, pero insta a «los estudiantes salvadoreños» a proseguir su resistencia activa contra la metrópolis (véase ilustración siguiente). Desde El Salvador a Cuba, Costa Rica y Canadá, la perspectiva política del pasado difiere tanto de su reciclaje actual que es necesario clausurar los archivos nacionales para restaurar su legado y adaptar esa visión a la nuestra.
Más complejo resulta el análisis de Juan del Camino quien de apoyar a Martínez —en nombre del anti-imperialismo en diciembre de 1932— se vuelve quizás en el primer intelectual centroamericano en denunciar la matanza (febrero de 1932). Luego, el 6 de mayo de 1933, anota cómo el imperialismo promueve la unión centroamericana para desarrollar su propia infraestructura ferroviaria — carretera panamericana y «Electric Bond and Service»— así como la apoya para evitar toda intromisión en sus dominios del canal de Panamá («Estampas. Comento a los decires de un informador superficial del imperialismo yanqui»). Por esta defensa costarricense de la soberanía en el istmo, en nuevo vaivén, del Camino evalúa «el no reconocimiento del sanguinario Martínez» en axioma necesario para la independencia nacional y para la autonomía de los «gobiernos revolucionarios». Pero anota que Martínez mantiene una relación estrecha con las finanzas del imperio. Esta evaluación hace de Martínez una dualidad —anti-imperialista y «sanguinario»— que la actualidad reitera bajo las rúbricas de la alabanza del canon artístico-literario y de la condena dictatorial. (Continuará)

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