Por Leonel Herrera*
Poner a una militar como ministra de Educación no es un simple show mediático o un hecho distractor de la opinión pública, como consideran algunos analistas críticos. El nombramiento de la capitana Karla Trigueros es un acontecimiento de graves implicaciones legales, políticas, históricas y prácticas.
Ciertamente hay toda una puesta en escena y una espectacularización propagandística de la designación y las primeras actuaciones de la nueva titular de la cartera educativa, como ningún otro funcionario, excepto el propio Nayib Bukele.
También es cierto que el nombramiento de la capitana Trigueros ha desviado la atención pública sobre la prórroga de las reformas que mantienen presos sin juicio a los capturados durante el régimen de excepción, la aprobación que una ley que desmantela al sistema público de salud y otras groserías avaladas por el oficialismo.
Sin embargo, una mirada menos ligera y más profunda permite descubrir objetivos aún más perversos en la designación de una ministra militar en Educación. El propósito más relevante consiste en incorporar al ámbito educativo el enfoque represivo que caracteriza a la práctica gubernamental del bukelismo, especialmente en su política de seguridad pública.
Se trata de una especie de “manodurismo educativo” que pone la disciplina, la obediencia, el “orden” y la “buena presentación” por encima del aprendizaje, la creatividad, el espíritu crítico y el desarrollo integral de los estudiantes. Y para eso, nada mejor que colocar a una militar al frente de la cartera educativa.
Esta visión propone vigilar, controlar, disciplinar y “domesticar”, en vez de orientar, acompañar, formar y educar. Aquí, el objetivo no es formar ciudadanos libres y críticos, sino personas disciplinadas, obedientes, temerosas y “respetuosas” del status quo.
Y el otro objetivo importante es el restablecimiento del protagonismo de la Fuerza Armada y una suerte de “blanqueo” del desempeño histórico de la institución castrense. Así el gobierno fortalece su alianza con los militares, ante la creciente ineficacia de la propaganda y el deterioro de la imagen presidencial.
Esto tiene un doble propósito: por un lado, generar un mayor sentido de pertenencia de la base militar con el gobierno y, por otro, legitimar en el imaginario social a los militares. Los militares se sienten representados en la nueva ministra y la población acepta que los militares entren al escenario gubernamental.
Asistimos a una mayor escalada de militarización del gobierno que inició con la seguridad pública, sigue con la educación y quizás después sea el sistema de salud u otras instancias públicas que también sean dirigidas por militares.
Por lo demás, el nombramiento de la capitana Trigueros como ministra de Educación es consecuente con dos prácticas permanentes del actual gobierno. La primera es la violación sistemática de la Constitución de la República.
Los artículos 211 y 212 de la Constitución definen tres funciones de la Fuerza Armada: defender la soberanía nacional ante amenazas externas, auxiliar a la población en situaciones de desastres y participar, de manera temporal y excepcional, en tareas de seguridad interior, apoyando a la Policía Nacional Civil.
Por tanto, los miembros de la institución armada sólo pueden involucrarse en tareas relacionadas con los tres roles antes mencionados. La redefinición constitucional de las funciones del Ejército fue resultado de los Acuerdos de Paz; por tanto, la designación de una militar como ministra de Educación también violenta los históricos acuerdos.
Y la segunda se refiere a nombrar funcionarios que no tienen las competencias y la experiencia necesaria para los cargos: un ministro de Obras Públicas cuya experticia es vender motos, un ministro de Agricultura que estudió diseño gráfico y un ministro de Cultura que sólo sabe de informática, para mencionar tres casos emblemáticos.
Así que poner a una capitana como ministra de Educación solo confirma la práctica de designar funcionarios incompetentes. Como señala la dirigente magisterial Idalia Zúniga, un militar sabe de educación lo mismo que un maestro conoce sobre armas, guerras y estrategia militar, es decir: poco o nada.
Trigueros también es médica, pero eso tampoco le genera condiciones de idoneidad para el rol educativo. Además, el hecho que, en sus labores como ministra, use traje militar sugiere que su nombramiento no fue por ser médica, sino por pertenecer a la Fuerza Armada.
Finalmente, como he escrito en otros textos, mientras el show de la ministra militar se efectúa, las escuelas seguirán sin reconstruirse, las condiciones de los maestros seguirán precarias, la deuda presupuestaria con la UES se mantendrá, las políticas inclusivas serán clausuradas y los estudiantes pobres serán excluidos de las escuelas debido a su “mala presentación”.
*Periodista y activista social.
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