Por: Luis Rafael Moreira Flores
Perquín no es solo un punto en el mapa del norte de Morazán; es un santuario de la memoria colectiva salvadoreña. Sus calles, que alguna vez fueron testigos del fragor de la guerra civil, hoy se transforman en un museo a cielo abierto donde el color le gana terreno al olvido. Del 26 al 29 de diciembre, este municipio celebró su 3er Festival de Muralismo y Arte, un evento que ha logrado consolidarse como el puente definitivo entre el pasado revolucionario y el presente de reivindicación ancestral.

Es necesario volver la vista atrás
El Primer Festival de Muralismo nació como una apuesta arriesgada de colectivos locales y nacionales que buscaban «curar» las paredes heridas por el tiempo. En aquella primera ocasión, el enfoque fue estrictamente histórico-político, rindiendo homenaje a las figuras de la lucha social y a las víctimas del conflicto armado. Fue el primer paso para entender que la pared de adobe o ladrillo en Perquín tiene una voz propia.
El Segundo Festival, por su parte, comenzó a abrir el espectro hacia la identidad. Se introdujeron los primeros elementos de la naturaleza de la zona: los pinos, la fauna local y el rostro del campesino. Sin embargo, este tercer festival ha marcado un hito diferenciador: la descolonización del arte. Ya no se trata solo de recordar la guerra de los años 80, sino de viajar mucho más atrás, hacia las raíces Lencas que han habitado estas tierras desde hace milenios y que la historia oficial muchas veces intentó invisibilizar.
La misión de «Pinceles Ancestrales»
Según Edwin Marinero, la visión de este año fue clara: rescatar la mitología para fortalecer el orgullo de las nuevas generaciones. Marinero explica que el arte en Perquín cumple una función pedagógica. «La idea de estas jornadas es rescatar las leyendas y cultura Lenca. Queremos que la gente que pasa frente a un muro no solo vea colores, sino que reconozca su identidad», afirma.
Esta visión ha permitido que el festival no sea un evento aislado, sino una «toma de las paredes» con sentido de pertenencia. Los ocho muralistas convocados —provenientes de San Salvador, San Miguel y Morazán— llegaron a interpretar los susurros de los ancianos y las historias que aún se cuentan en las esquinas del pueblo.

La Mitología en el Muro: La Guacamaya, el Cusuco y la Mujer
El corazón del festival este año fue la plasmación de las leyendas Lencas. Los artistas utilizaron pinceles y aerógrafos para dar vida a narrativas que son fundamentales para entender la relación del ser humano con la naturaleza en Morazán.
- El Nacimiento de la Guacamaya: En uno de los murales más vibrantes, los rojos, azules y amarillos estallan para contar la historia de la Guacamaya. Según la tradición oral de los pueblos del norte, la guacamaya no es solo un ave, sino una guardiana del fuego. Se dice que sus plumas capturaron los colores del primer amanecer del mundo. Al pintar esta ave en los muros de Perquín, los artistas conectan la belleza natural de la zona con una espiritualidad que resiste al paso de los siglos.
- El Cusuco (Armadillo): Este animal, humilde y resistente, aparece en las paredes como un símbolo de protección y conexión con la tierra. En la cosmogonía local, el cusuco es quien conoce los secretos del inframundo y la fertilidad del suelo. Su armadura es vista como una metáfora de la resistencia del pueblo de Morazán: duro por fuera para proteger la vida que late en su interior.
- Los Tejidos y la Belleza de la Mujer: Quizás la parte más visualmente impactante es la representación de la mujer. No se trata de una belleza comercial, sino de una belleza dignificada por el trabajo y la historia. Los muralistas han recreado minuciosamente los colores de los telares tradicionales. La mujer es el eje central de estos murales, apareciendo como la guardiana de las semillas y de la lengua que, aunque herida, se niega a morir.
La Pintura como herramienta de conexión
La inclusión del aerosol y el pincel permitió que el festival hablara varios idiomas visuales. Mientras los pintores se enfocaban en una técnica más clásica y vinculada a las historias lencas y revolucionaria, los grafiteros trajeron la energía del aerosol. El graffiti, a menudo estigmatizado, encontró en Perquín un espacio de respeto. Sus trazos modernos sirvieron para reflejar la fauna nativa y los paisajes nublados característicos de la cordillera de Nahuaterique, demostrando que lo «urbano» puede estar al servicio de lo «ancestral».
Un escenario de fuego y letras
El clímax del evento ocurrió la noche del sábado 27 de diciembre. Por primera vez en la historia del Museo de la Revolución Salvadoreña, el recinto se abrió para una ceremonia nocturna que rompió con la solemnidad del dolor para dar paso a la esperanza.
La noche inició con una invocación ancestral. Alrededor de una fogata, el humo del copal se mezcló con el aire frío de la montaña. Los participantes realizaron un círculo de palabra, pidiendo por la unidad del sector artístico y expresando sus intenciones para el año 2026. Billy Calles, de ASITAC, recordó que el fuego ha sido el centro de reunión para el pueblo salvadoreño en sus momentos más críticos: «Aquí compartimos la palabra, así como lo hicieron nuestros ancestros y los que lucharon en las montañas. El fuego nos iguala y nos recuerda nuestra responsabilidad con la cultura».
Una explosión de diversidad artística
La oferta cultural de la noche fue un despliegue de la diversidad que caracteriza a la escena artística salvadoreña actual. Gracias a la gestión de Rockers El Salvador, la Asociación Cultural Kuskatan y la Asociación Sindical de Trabajadores de las Artes y las Culturas, el escenario se llenó de:
- Música: desde la nostalgia de la trova hasta la rebeldía del reggae y el hip-hop, pasando por la calidez del rock acústico.
- Poesía y Literatura: además de las lecturas de poesía, se presentaron los libros “El próximo vino” y “Antología 1524”, obras que exploran la identidad y las memorias.
- Artes Periféricas: El estatismo humano y la intervención de un clown aportaron una nota de interactividad, permitiendo que las familias de Perquín se sintieran parte integral del espectáculo.
Ada Membreño, de KusKatan, hizo un llamado político: “Este espacio es especial. Nos convoca a pedir por los derechos de los trabajadores de las artes y los gestores culturales. Estamos en un lugar cargado de memoria, y desde aquí seguimos pidiendo por todos aquellos que, en cualquier rincón del mundo, mantienen encendida la llama de sus luchas frente al fuego”.
Hoy, las paredes de Morazán no solo hablan de lo que fuimos, sino de lo que elegimos ser: un pueblo que reconoce sus raíces ancestrales, que honra a sus héroes y que, por encima de todo, utiliza el arte como la herramienta definitiva para la paz y la unidad.

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