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Nietzsche ha muerto, San Romero lo ha sepultado

Alirio Montoya

Apropósito de la pasada beatificación de monseñor Óscar Arnulfo Romero, tadalafil search lo que ello significa entre tantas cosas es que el verdadero cristianismo aún se manifiesta entre nosotros porque existe. Ese cristianismo que tiene a su base el hacerse cargo del Otro, el de amarse unos a los otros. Ese fue el principal mandamiento de Jesús el palestino de Belén. En monseñor Romero se encarna ese amor, esa empatía por el que sufre a causa de las injusticias perpetradas por las estructuras de poder; por denunciar ese “pecado estructural” es por lo que monseñor fue asesinado.

Cuando Joseph Ratzinger, el papa Benedicto XVI, era el Prefecto para la Doctrina de la Fe, estudió muy detenidamente las homilías y cartas pastorales de monseñor Romero, concluyendo de manera inequívoca que no había error doctrinal en las prédicas de monseñor Romero. Monseñor fue asesinado entonces por odio a la fe, pero precisamente a la fe cristiana que nos manda a despojarnos de nuestra túnica y dársela al que sufre frío. Es monseñor Romero y su obra la que nos evidencia la vigencia y pertinencia del cristianismo. Ese quinto mandamiento “No matarás” fue defendido por monseñor Romero, incluso, desde la concepción del ser humano. Monseñor Romero era radical, iba a la raíz del problema, por ello señalaba al igual que la parábola del rico y Lázaro, la insensibilidad en que habían caído quienes detentaban el poder.

Ahora bien, pretendo aquí hablar y comparar lo afirmado por Nietzsche respecto de que “Dios ha muerto” y contraponerlo con la obra de Romero. De manera preliminar es de señalar que Nietzsche fue muy claro en dos cosas, a saber: que se estaba refiriendo a la muerte del Dios cristiano, y que en modo alguno Nietzsche nunca afirmó que Dios no existía como lo han interpretado los activistas vulgares del ateísmo. No, Nietzsche afirmaba que ese Dios había muerto, y si afirmaba tal cosa era porque naturalmente presuponía y admitía su existencia. Su ataque frontal iba encaminado hacia la moral cristiana, hacia los valores supremos de la cristiandad. No pretendo desvirtuar la obra de Nietzsche en base a sofisterías, pero sí atreverme a confrontar su frase de la cual se han escrito sendos ensayos y artículos de opinión poniendo como base la vida y obra de San Romero como el prototipo que debe seguir todo cristiano.

A lo que quiero apuntar y esto es con toda propiedad, es que Nietzsche carecía de la más elemental creatividad. Esa triste y célebre frase Nietzsche la retoma de Hegel en la Fenomenología de éste en su apartado sobre la Religión. Hegel era muy denso y a lo mejor para estudiar y comprender su obra requiere de un sinuoso camino. Nuestro Nietzsche se tomó muy en serio aquella aseveración medieval de que las ideas no eran de nadie sino de quien las ejecutaba. También este filósofo radicado ya en su penoso ocaso en Turín, afirmaba que “el reino de los cielos está aquí en la tierra”. Acaso no el poeta y amigo íntimo de Marx, Heinrich Heine, ya lo había dicho con mucha antelación.

Pero bien, el problema en sí, no solamente del pobre Nietzsche, sino de varios filósofos tanto modernos como posmodernos es que como bien señala Emmanuel Lévinas, vieron demasiado a Atenas y se olvidaron de Jerusalén; aunque tal aseveración también es corta por cuanto no hay que olvidarnos del lejano Oriente. Hegel, el gran Hegel, peca al decir que la filosofía proviene de Atenas gracias al favor de los romanos al difundirla por Europa. Siguiendo con Lévinas, sostenía en su categoría de la Alteridad que no debíamos olvidarnos del Otro, que si existimos es porque el Otro existe. Dicha afirmación es un golpe mortífero al cogito ergo sum de Descartes; un frio y terrible golpe a esa postura cartesiana egocéntrica en extremo. Nosotros existimos en la medida en que el Otro existe, en cuanto a nuestra relación con el prójimo.

Eso ya lo había planteado el cristianismo de las catacumbas, quienes siguiendo el pensamiento filosófico y teologal de Jesucristo, predicaron y escogieron su propio Gólgota al igual que San Romero, ese monseñor que incomodaba a los oligarcas y no oligarcas cuando demandaba el fiel cumplimiento de ese Quinto mandamiento, No matar. Lévinas hace también cierto razonamiento de ese Quinto mandamiento, al sostener que cuando nos olvidamos del Otro, en esa medida lo estamos matando. Pero monseñor Romero fue más contundente porque condenaba la violación a ese mandamiento divino viniera de donde viniera. Lo peor que podemos hacer es leer la doctrina de San Romero por pedacitos. Hablaba al igual que Pablo de la iglesia perseguida y prisionera, pero que desde el sufrir de las cadenas podía gritar y no callar cuando ambos sostenían que era la Iglesia de Cristo la perseguida. Yo, Iglesia perseguida, soy el rostro de Cristo, no te avergüences de ser mi hijo. “Ay de los que se avergüenzan de la Iglesia, y de los que continúan la campaña difamatoria contra la Iglesia, se ríen de su propia madre”, sentenció San Romero.

San Romero vino a rescatar la Iglesia de Cristo, y con ello vino a sepultar la idea de la muerte de Dios, porque el Dios que predicaba era un Dios vivo encarnado en el más necesitado. Entretanto Nietzsche, y esto es desde un plano filosófico, se ocupó al igual que grandes filósofos como Hegel o Heidegger del ser, dejando en el olvido y en un segundo plano al ente; es decir, al sujeto. El sujeto, en otras palabras el Otro, en palabras de Lévinas, me afecta en la medida en que me pertenece al hacerme cargo de él. San Romero vino a eso, a hacerse cargo del Otro, a interponer su buena voluntad por el Otro, por el más necesitado y vapuleado por los grupos de poder, por la opulencia desmedida de unos pocos a costa del sufrimiento y explotación del más necesitado.

Una de las reflexiones finales es que no permitamos que nos sorprenda ningún filósofo en nuestra buena fe. Las ideas hay que confrontarlas, hay que aprender a leer entre líneas, dudar y cuestionarlo todo, pero sobre ello observar la praxis de transformación social de la cual San Romero es la viva carne y voz de esa praxis humana de transformar las condiciones de precariedad en la que unos pocos condenan a muchos. Dios no ha muerto, Casaldáliga al igual que el padre Ellacuría sostuvieron que “con Romero Dios pasó por El Salvador”.

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