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Mis cuentos, mis demonios: la cultura del diablo (2)

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La impresión sensorial que, physician como seres cotidianos sin pretensión de trascender más allá de nuestra biografía, here tenemos de ficción y realidad siempre es relativa, pues el tiempo-espacio es relativo, singular y expuesto siempre a los cambios de nuestro espíritu en la cotidianidad, de nuestros deseos e intereses inconfesos, de nuestra voluntad y representación; es decir una impresión sensorial expuesta y sujeta a los demonios y los dioses que fabrican y trafican con nuestra imaginación para crear la imaginería popular en detrimento de la ciencia pura. La valoración degradante de lo sensible-empírico en favor de lo intuitivo-imaginativo (que fue usufructuada por el cristianismo sin Cristo, por la teología atea y por las diversas filosofías idealistas) fue resignificada y en cierto punto radicalizada por Nietzsche en su propuesta filosófica de desenmascarar al sujeto y revelarlo como lo que es: una ficción necesaria de sí mismo y sobre sí mismo que debe poseer –como estrategia de sobrevivencia y, a la vez, máscara de la identidad sociocultural- una identidad ciudadana estable y permanente (por eso se auto-engaña) que opere y responda adecuadamente a las exigencias del mundo (su mundo); un personaje que, según las circunstancias y eventos, se desenvuelva lógica y racionalmente en un mundo ilógico e irracional para atribuirle un sentido al mundo que, por principio, no lo tiene.

Y es que, si le damos alguna validez a la sociología de la nostalgia y a la cultura del diablo de Velásquez (los demonios del pasado sodomizando al presente), concluiremos que la sociedad y las ciencias sociales no son posibles ni pertinentes sin concepciones ficticias (y, por tanto, falsas e imaginarias, pero que son premisas) y, paradójicamente, sin las mentiras consuetudinarias que sostienen la armonía social que hace funcionar a la sociedad, en tanto que todo proceso de conocimiento conlleva una fabulación del objeto y lleva a una confabulación de la realidad en tanto teoría y práctica sociológica que se topa, constantemente, con fábulas sociales que, recuperando la lógica dialéctica a partir de la lógica común y corriente, redibujan esa realidad concreta como una posibilidad más entre muchas otras que se quedan frustradas en las coyunturas, pero sólo frustradas. Algunas de esas posibilidades frustradas son la realidad misma que ha sido enmascarada por las ficciones populares o por las llamadas “cortinas de humo”, cuya función es impedir el cambio social, dentro de las cuales podríamos citar, en nuestro caso, el combate a la corrupción (y no a la explotación que es la le hace más daño al pueblo) y los mecanismos electorales superfluos en tanto están referidos a la forma de votar (y no la democracia real que debería decidir sobre qué y para qué votar).

Por esa razón el análisis sociológico debe pasar, recuperando la nostalgia, por el conocimiento y reconocimiento de la presencia ubicua de las ficciones sobre las que se funda toda nuestra vida social, moral, económica e ideológica, pero, sobre todo, en la función que cumplen en las variadas figuraciones de la constitución de nuestra subjetividad y simbolismo que es recuperado por la literatura y no por la sociología, olvidando –esta última- que existe una relación matrimonial entre las ciencias sociales y el arte como expresión lúdica de la realidad. Esto es lo que pretenden recoger mis demonios; esto es lo que recuperó, de forma magistral, el libro “la cultura del diablo” de Velásquez, desnudándola como aquella cultura que le hace el trabajo sucio a la cultura de Dios. Pero para comprender rigurosamente el papel teórico-práctico que cumple la relación entre ficción y realidad, tanto en los procesos de objetivación del imaginario popular como de subjetivación de lo que es real y concreto, es necesario que la comunidad de ciencias sociales debata una serie de problemas de orden epistemológico, metodológico, político e ideológico (teniendo como referente el compromiso social con lo social de las mismas) para establecer con claridad académica sus profundas secuelas en la investigación de la subjetividad que se produce y reproduce en la cotidianidad de carne y hueso.

Desde que los filósofos de la Grecia clásica trataron de explicar –desde una concepción que hoy puede ser considerada como fascista- la esencia de la ficción y la “sin esencia” de la realidad a partir, por ejemplo, del concepto de mímesis o de la metáfora de la caverna de Platón, se produjo (y se sigue produciendo con nuevos conceptos que tienen viejas definiciones) un desajuste vertiginoso entre la teoría y la realidad y un ajuste entre ésta y la ficción, dando lugar a un permanente enfrentamiento sobre las relaciones diversas entre ficción y realidad en un mismo tiempo-espacio. Entre los grandes acontecimiento en torno a esas relaciones puedo citar, grosso modo, los intentos marxistas por hacer de la intuición sociológica –recuperando al Marx maduro- un objeto-sujeto de estudio que llevó a planteamientos conceptuales y tesis geniales como la de “la historia dada y sus historias frustradas” (los otros mundos posibles en el tiempo-espacio del mundo que es); o como las reflexiones que siendo románticas eran científicas al ser decodificadas (pensemos en Goethe, Cervantes, Aldous Huxley, García Márquez y Galeano), las que han venido rescatando la imaginación (de la que habló Einstein), el realismo mágico de Macondo bajo la forma de intuición sociológica, no sólo en los procesos creativos de la teoría y su apropiación de la realidad, sino en la propia constitución y refundación de esa subjetividad en lo objetivo del devenir histórico de la sociedad hasta convertirse en lo que hoy es. Es evidente que -a raíz de la sospechosa caída del Muro de Berlín y de la aún más sospechosa recaída de la conciencia revolucionaria de los científicos sociales, que pasaron a ser consultores eruditos de la propiedad privada- la discusión de la relación entre ficción y realidad que está detrás de la problemática esencial de la utopía y los utopistas, aún no ha sido incorporada con todas sus implicaciones al quehacer investigativo de las ciencias sociales (basta con revisar, al reflejo, las temáticas y tertulias de los congresos de sociología), ni mucho menos se ha buscado-logrado que tenga un impacto en los debates epistemológicos, éticos, ideológicos y políticos de tales ciencias entre sí, y entre éstas y la política oficial que siempre está empeñada en defender al sistema capitalista.

*René Martínez Pineda
Director de la Escuela de Ciencias Sociales, UES

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