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Militares, ¿para qué?

José M. Tojeira

Cada vez con mayor frecuencia, la existencia de los ejércitos se justifica tanto en las funciones de asistencia humanitaria como en las misiones de paz. Y muy probablemente la actividad de los ejércitos tendrá que ir por ahí en el futuro, convirtiéndose en instituciones sumamente técnicas y ciertamente con menor gasto público y menor peso social del que mantienen hasta el presente. Salvo en países muy grandes, no sería extraño que esta función la hicieran en el futuro ejércitos internacionales, especialmente en países pequeños. La Policía, en cambio, resulta indispensable para la convivencia democrática, sujeta al poder civil y especializándose tanto en la investigación y persecución del delito como en la protección de los derechos de las personas. Y así como nadie duda de la necesidad de la Policía, cada vez más ciudadanos se preguntan sobre la necesidad de los ejércitos. Constituyen un gasto muy grande y en sociedades democráticas, con fronteras y tratados internacionales claramente establecidos, su función es cada día más innecesaria.

En América Latina en particular, después de un tiempo del vuelta a los cuarteles, e incluso enjuiciamientos por violar gravemente derechos humanos, estamos viendo de nuevo un ascenso del papel insano de defensa de dictadores. En Nicaragua el ejército reprime a la población y da seguridad y permanencia en el poder a un régimen dictatorial y corrupto. En Venezuela la represión y los asesinatos extrajudiciales vinculados al ejército están claramente atestiguados en las instancias internacionales de defensa de los Derechos Humanos. En Colombia han reprimido con furia a la propia población que se manifestaba pacíficamente. En Honduras y Guatemala están claramente implicados en la defensa de gobiernos autoritarios, implicados en corrupción y probablemente en narcotráfico. Entre nosotros, en El Salvador, la Fuerza Armada se niega a colaborar con la justicia impunemente, se toma con armas largas la Asamblea Legislativa y se manifiesta políticamente partidaria del actual mandatario. Si miramos hacia atrás unos cien años, es difícil encontrar una Fuerza Armada latinoamericana que no haya cometido gravísimos crímenes. Y con un agravante: generalmente el peso de los ejércitos arrastró hacia la brutalidad y la represión a las policías de sus propios países. Situación ésta que se repite en la actualidad en prácticamente todos los países donde el ejército juega un papel de poder y control autoritario.

¿Qué decir ante esta situación?

Ciertamente nuestros países latinoamericanos tienen que avanzar en democracia y en respeto a los derechos humanos. No se puede defraudar a la ciudadanía y al mismo tiempo prohibirles manifestarse y reclamar sus derechos. Pero además de eso, un paso clave es el de dar formación en Derechos Humanos y en sus correlativos deberes. Y al mismo tiempo dar una buena ley de protección a quienes defienden derechos. Será la gente formada en esta especie de moralidad externa al poder que son los Derechos Humanos, la que al final piense y decida sobre los ejércitos. Y será lo mejor para los hombres de uniforme, porque solo desde el más profundo respeto a los derechos humanos se puede pensar y repensar en papel de los ejércitos en América Latina.

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