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Mercantilismo: ¡Culpable!

Guido Castro

Existe toda una serie de injusticias en nuestra sociedad que solamente encuentran su explicación en los efectos del mercantilismo salvaje que domina nuestra economía.

El mercantilismo, medicine al impedir el ejercicio del libre mercado, provoca que el 90% de la riqueza se encuentre en manos del 10% de la población y que el resto solo goce de los beneficios de apenas el 10% de la riqueza nacional.

Solamente el mercantilismo puede ser el culpable que la educación sea un objeto de lujo reservado a una mínima parte de la población. Así como antes se pretendía mantener en la ignorancia a los campesinos para que no reclamaran sus derechos, así se pretende ahora mantener en la ignorancia al pueblo para que acepte todas sus imposiciones y que se sumen a la secta del consumismo egoísta.

Es el mercantilismo el culpable de la pasada guerra civil, en la que miles de jóvenes murieron pensando que morían por sus ideales o por la Patria, y en realidad lo hacían para enriquecer más a los mercantilistas, porque toda guerra es un negocio. Ahora la post guerra nos ha llevado a una guerra social, más cruenta que la anterior.

Culpable es el mercantilismo de que millones de familia se encuentran destruidas, porque los mejores salvadoreños se han visto obligados a ir, a ganar el sustento que su Patria les ha negado, a tierras extranjeras, donde muchos han muerto en el intento o han sido explotados al asumir los trabajos que antes solo realizaban los descendientes de los esclavos.

El mercantilismo es el culpable del surgimiento de las maras, porque su salvajismo produjo la marginalidad que se convirtió en el caldo de cultivo de ese fenómeno social violento, culpable porque hizo de la violencia un negocio y no dejó que los gobernantes atacaran las causas estructurales que las producen.

Es culpable de la corrupción en la política, porque desde siempre han utilizado a los políticos como sus sirvientes para orientar las políticas de Estado para sus proyectos más abyectos.

Es la causa de que entre los salvadoreños existan distancias abismales, y diferencias insuperables entre las clases sociales, generando odio, marginación, desprecio y todos los vicios de la miseria humana.

Es el mercantilismo salvaje el que contaminó nuestros ríos y descuajó nuestros bosques milenarios. Es esa corriente satánica la que nos impide ser hermanos, hijos de una misma historia y de una misma tierra.

Esta maldición nos ha dividido hasta dentro de los mismos credos, ahora hay templos y movimientos para ricos y para pobres, servicios religiosos para las zonas marginales y para las grandes residenciales, solo los mercantilistas han sido capaces de poner precio a la Palabra de Dios.

Por el mercantilismo hay enfermedades para pobres y para ricos, y hay muchos millonarios a costa de la salud y de la vida de cientos de miles  de salvadoreños pobres.

Es el mercantilismo el que ha dividido la calidad de los productos que ofrece el mercado: hay supermercados para pobres y para ricos, los productos frescos y recientes se van a los últimos y los marchitos y vencidos para los otros.

El mercantilismo es tan acaparador que con la salida de millones de salvadoreños y la destrucción de la industria durante la guerra, prefirieron transformar nuestra economía en una economía de consumo, y en vez de fábricas empezaron a surgir negocios de comida rápida y centros comerciales, inculcando el culto al consumismo egoísta, a fin de captar la mayor parte de los 4,500 millones de dólares que envían anualmente los emigrantes salvadoreños.

La emigración de los salvadoreños y centroamericanos más pobres, permitió el crecimiento descomunal de una línea aérea que se lucró de ellos.

¿Es justo que 15 ó 20 padrinos sigan rigiendo el destino de nueve millones de salvadoreños?

¡No! pero lo seguirán haciendo mientras la clase política y el pueblo se lo permitamos. Hay que volver realidad la letra de la Constitución y entregarle por primera vez el poder al pueblo, por ejemplo, a través de las consultas populares organizadas los Consejos Municipales, en las que se puede poner a consideración el texto de una nueva Constitución y una nueva forma del gobierno que le permitiría ejercer el poder más directamente.

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