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MEMORIA DE ROBIN WILLIAMS

Álvaro Darío Lara,

Poeta y docente

 

Hace uno años el actor norteamericano Robin Williams (1951-2014), que tanto hizo reír y sacar lágrimas a millones de personas alrededor del mundo, fallecía trágicamente en su casa de Tiburón, al norte de California.

¿Qué llevó a esta histriónica celebridad, ganadora de un Óscar y cinco globos de oro a atarse una cuerda al cuello, y terminar de una vez con todo?

Williams alcanzó una gran notoriedad -la dorada fama para muchos-  a finales de los ochenta y en la década de los años noventa con películas memorables. Para nuestro gusto: “Buenos días Vietnam” (1987), “La sociedad de los poetas muertos” (1989), “Despertares” (1990), “Mrs. Doubtfire” (1993), “El indomable Will Hunting (1997) y “Patch Adams” (1998).

Sus papeles, siempre entre la comicidad y el drama, nos presentaron al sujeto idealista, luchador, humano, que no se doblega ante los obstáculos para hacer prevalecer el bien y la verdad.

Nunca fueron personajes planos, siempre mostró a las personas en su complejidad, en su contradicción. Frente a la derrota. Frente al dolor. Frente a la frustración. Para luego, desde ahí, erguirse, triunfantes, arrebatando la admiración y los aplausos del público.

Sin embargo, entre el mundo de Hollywood que se apaga, cuando los reflectores se desconectan -como bien escribe Ernesto Cardenal en su “Oración por Marilyn Monroe”- y la realidad, hay un abismo.

Nadie sabe lo que habita en la mente humana. Probablemente después de una sonrisa, de un gesto benévolo, la nube negra de la desolación se instala apoderándose de los nervios, del corazón y del cuerpo.

Horrorosos episodios destructivos y autodestructivos, no respetan la gloria de algunos. Y es una verdad incuestionable que entre más escalones subimos, más enrarecido es el aire. Más difícil resulta la administración del bien, el sendero recto de nuestras propias vidas.

Oficinas disfrazadas de buenas, donde se conspira y se dictan macabras órdenes. Salones donde pasea el crimen, la corrupción, la muerte.

Decía Óscar Wilde en su genial “Balada de la Cárcel de Reading”: “…cada hombre mata lo que ama, sépanlo todos: unos lo hacen con una mirada de odio; otros, con palabras cariciosas; el cobarde con un beso; ¡el hombre valiente, con una espada!”.

Domeñar la mente, he ahí una de las grandes empresas a conquistar. El Sabio de Ojai, Krishnamurti, nos invita a sujetarla, en su libro “A los pies del Maestro”: “La mente tranquila implica también el valor que da ánimo para afrontar sin temor las pruebas y dificultades del Sendero; significa, además, la firmeza que permite soportar fácilmente las molestias de la vida cotidiana y evitar la angustia incesante por cosas sin importancia, que absorbe la mayor parte del tiempo de mucha gente”. También el escritor místico, Rubén A. Dalby, nos dice: “La mente es la que rige al cuerpo; entonces, cabe pensar que las experiencias placenteras o dolorosas tienen su origen en la mente”.

¿En qué momento Robin Williams, perdió las riendas de su mente? ¿Qué lo llevó a la depresión, al alcohol, a las drogas? Quizás nunca lo sabremos completamente.

Y es que la mente humana es un misterio. Y cada mente, un universo abierto a la luz o a las tinieblas. Conseguir el equilibrio, la armonía interior es el gran imperativo.

Mientras tanto, lo que sí es seguro, es que el inolvidable Robin Williams, más allá de su propia tragedia, nos seguirá demostrando en todas sus cintas cinematográficas, que la esperanza continúa y continuará iluminando al mundo.

 

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