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Lo que El Salvador necesita

Orlando de Sola W.

Mientras lo premiaban en la Asociación Salvadoreña de Industriales y ante la desgarradora crisis nacional, cure un conocido empresario del aire aseguró que: “Lo que El Salvador necesita son mas empresarios (LPG, site 13/06/15), como si esa fuera la solución a nuestros graves problemas.

Siguiendo esa misma tónica y poco tiempo después, el hijo de otro conocido empresario que se dedica a centros comerciales aclaró en una entrevista: “No soy político, soy empresario” (EDH, 22/06/15), olvidando, tal vez, que las empresas de su padre y su abuelo han participado en la política partidista.

Y un tercer empresario de las más altas edificaciones matizó con los anteriores al declarar a un periódico que: “Los empresarios necesitan un cambio de óptica, de lucro a bienestar” (EDH, 14/07/15). No mencionó que el lucro, la utilidad, o ganancia, para que sea legítima, debe ser el resultado de identificar y satisfacer necesidades y deseos ajenos.

Esa, según la teoría económica, es la función primaria del proceso productivo, no el bienestar, o la felicidad, que, aunque deseables, son conceptos mucho más amplios que trascienden lo económico, o comercial.

Al ser interrogado sobre la Responsabilidad Social Empresarial, ahora tan de moda, el joven empresario respondió que: “Al final de cuentas, en el fondo, es un tema de responsabilidad y punto, solo la R. “Tal vez no reparó en el significado de la palabra responsabilidad, que según el diccionario Larousse es: “Una obligación moral que se tiene a consecuencia de haber cometido una falta.”

Y esa falta empresarial, con la responsabilidad moral que conlleva, tiene sus orígenes históricos en la conquista, la colonización, la independencia, y en la ahora denostada república, que comenzó con el fusilamiento de Morazán, en 1842, y el consiguiente colapso de la Federación de Centroamérica.

Si de verdad queremos ser responsables debemos conocer y corregir esas faltas ancestrales, cuya naturaleza es socio-política, pero, sobre todo, cultural.

Durante el proceso de conquista y colonización surgieron figuras importantes, como el adelantado, el encomendero y el hacendado. Dichos personajes tenían bajo su cargo a las personas, recursos y bienes comprendidos en la zona que les asignaba la corona imperial de los austrias españoles, en representación de la iglesia católica, con sede en Roma.

Los empresarios de hoy son, en cierto modo, descendientes espirituales de esas figuras ancestrales, cuyas patentes, concesiones, ventajas y privilegios eran explotados con superioridad, sin intenciones de satisfacer a los inferiores, cuyas necesidades y deseos han permanecido insatisfechos. Por ello el reclamo de Masferrer y otros, quien a principios del siglo XX, publicó su “Minimum Vital”.

La cosmovisión mercantilista y su correspondiente misión han permanecido por más de cinco siglos, atravesando la conquista, la colonización y ahora la decrépita república, democrática y representativa. Por ello la satisfacción de necesidades y deseos ciudadanos, que también somos consumidores y contribuyentes, no ha sido prioritaria, ni en el estado, ni en el mercado. El egoísmo ha prevalecido sobre el altruismo, y la avaricia, que es un apetito desordenado de poder y riqueza, ha prevalecido sobre la largueza, que, según la tradición, es no codiciar lo ajeno y dar con gusto lo propio.

Además, la demanda de bienes y servicios, tanto públicos como privados, ha sido exagerada con publicidad y propaganda, no solo en lo comercial, sino en lo político-partidista, mientras la oferta se ha quedado corta. Como resultado de todo esto el mercado, deformado por favores, ventajas y privilegios mercantilistas, no ha podido homologar la escasez con la abundancia, las necesidades con las posibilidades.

Pero, empresarios somos todos, en el sentido que todos emprendemos ante las necesidades y posibilidades que nos presenta nuestra a veces triste realidad. Solo los muertos no emprenden, muy a pesar de ficciones jurídicas como el testamento y el fideicomiso.

Todos los humanos somos libres porque, unido a nuestra voluntad, también tenemos raciocinio, o conocimiento. Y esas facultades, que son las raíces de nuestra libertad, nos impulsan a emprender toda clase de proyectos, incluyendo la familia, el clan, la tribu, el estado, la comunidad, la corporación y otras formas de organización social cuyo fin debe ser el bien común.

La acción, o empresa humana, no debe ser entendida como expoliación o explotación de personas, recursos y bienes. Tanto en el estado, como en el mercado, el espíritu de servicio debe prevalecer, tratando e satisfacer necesidades y deseos, peo ciñéndose a la verdad y la justicia, porque sin ellas la libertad se vuelve libertinaje.

La verdadera responsabilidad, entonces, reside en los vicios y virtudes de los individuos, no en las empresas y otras formas de organización colectiva, que puede ser mínima o máxima, pública o privada, local, regional, o transnacional, dependiendo de su tamaño y poder.

Resulta, entonces, que lo que necesitamos no son mas empresarios, ni mas funcionarios, porque no se trata de una lucha entre estado y mercado, que son complementarios, sino de un esfuerzo para que las virtudes de las personas que actuamos en esos órdenes sociales, que somos todos, sin excepción, superen los vicios.

Por ello es importante comprender que el estado y el mercado somos todos, no solo los funcionarios y empresarios que destacan. Y que el ciudadano, el contribuyente y el consumidor somos el mismo personaje, actuando en distintos ámbitos, instituciones y organizaciones, aunque a veces nos comportamos como súbditos, esclavos, o siervos.

No se trata de escoger entre democracia liberal y dictadura conservadora, o entre izquierda iracunda y derecha despiadada; ni entre comunismo ateo y capitalismo salvaje. Todas esas dicotomías fabricadas tienden a confundirnos.

Lo que El Salvador necesita es menos arrogancia, codicia e indiferencia, pero también menos odio, pereza y envidia.

La convivencia pacífica no es una lucha entre arrogantes y envidiosos, o una competencia desleal entre inferiores y superiores, iguales y desiguales, explotados y explotadores. La concordia, o armonía social, comienza por la búsqueda de un nuevo orden cuya humanidad radique en la compasión, la misericordia y el afecto por el otro, que debe ser reconocido y respetado. Y este, a su vez, debe corresponder con una contrapartida similar de humanismo, sin importar color, religión, posición, o condición.

La civis romana y la polis griega son dos caras de la misma moneda, que es la humanidad, ahora compuesta por mas de 6000 millones de personas, en su mayoría divididas, excluidas, ofendidas y desiguales en dignidad, como nos recordó un importante jerarca de FUSADES, el afamado tanque de pensamientos, en una controversial entrevista (La Página, 29/09/14).

Lo que El Salvador necesita es rescatar las virtudes y rechazar los vicios en nuestra cotidiana actividad, o empresa, sea esta económica, social, política, o cultural, procurando la paz, la tranquilidad y el orden que resultan del amor y la justicia. Esa debe ser nuestra principal empresa, pública y privada.                                                                          

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