Caralvá
Intimissimun
No lo pensó dos veces aquel dinero le serviría para iniciar su propio negocio, bajo una nueva identidad.
Deseó transformarse en un ciudadano común, cambiar su rostro, aquello era bastante complicado, de tal forma que lo más efectivo fue buscar una nueva identidad con otra persona fallecida, así al menos tendría un margen de maniobra; adquirió una nueva identidad, de ahora en adelante se llamaría: Estebano Mateo, un tipo que coincidía en edad, parecido físico, pero hace años difunto en Chalatenango, sobornó a un secretario del municipio llamado San Francisco Morazán, un poblado con mínima historia de consumo de drogas, con ríos de nombres de hacienda: Tulipa, Paso de Caña, Grande, Tabacales, El Padre, Sumpulito de Chacón, Sumpul de Avelares, ahí existen estribaciones de cordilleras como: Alotepeque, los cerros de Izotalío, Chino, con una población cercana a los 3000 habitantes.
La nueva identidad le permitía muchas facilidades.
De todos los negocios posibles con su nueva fortuna, nada le parecía adecuado. Luego de un tiempo comprendió que tampoco podía iniciar una nueva vida sin que todos sus congéneres percibieran su inexplicable cambio repentino, entonces una idea cruzó por su mente, instalar una planta distribuidora de agua, el método no era tan complicado, solo se necesita un procesador de bolsas, botellas o garrafones, un filtro de bajo costo con los permisos legales que no había problema alguno, puesto que siempre existe un abogado “conocido” que se encarga de la legalidad por dinero concebido en la ilegalidad. El procesador de agua era de bajo costo, los controles estatales eran mínimos y complacientes. Con dificultades comenzó operaciones distribuyendo bolsas de agua por la ciudad, los controles sanitarios son tan leves que aquello era cuestión de niños. El negocio fructificó, pero no por mucho tiempo, una denuncia ciudadana por la venta de agua sin controles sanitarios inició una investigación sobre el lugar que paralizó la producción mientras no se demostrara con rigor el procesamiento del agua, en poco tiempo el capital del Cachas se esfumaba entre las manos por su mala administración.
El negocio no prosperó, por el contrario, se hundía en pérdidas pero aferrado a esa obsesión, decidió con ayuda de un familiar solicitar “socios” quienes con unos cuantos miles de dólares mantendrían la operación con ganancias; aquél familiar se encargaba de conseguir conocidos para entrevistarles, así Estebano Mateo (Alias Cachas) conseguía dinero fresco y mantenía cierto nivel de producción mínimo. A cambio la inversión a cada socio les otorgaba la escritura de compra-venta de un camión a su nombre, con la ayuda legal del abogado de confianza, el cual no preguntaba la procedencia del dinero; tampoco le pareció ilegal al abogado que la misma transacción fuese efectuada una docena de veces, él solo daba fe… “ante sus ojos” era correcta la operación. Aquello era una estafa en serie.
Los nuevos socios comprendían que por una cantidad razonable de dinero podían recuperar la inversión y ganar algo, el Cachas mostraba los libros contables, la legalidad, los derechos de los socios, “todo en orden”, los nuevos miembros de aquella empresa aceptaban e iniciaban una danza de espera por el retorno de su dinero.
Uno de aquellos días, el Cachas fue a celebrar el ingreso de tres nuevos socios que le aportarían una buena cantidad de dinero en efectivo, dinero fresco a su favor. En sus giras etílicas por una barra show denominada: El Pavilion Glup, se encontró con el Sarno, viejo conocido del centro de detención migratoria fronteriza en Estados Unidos.
Entre los tragos, saludos y abrazos, el Cachas le invitó a su sociedad comercial, lo cual fue aceptado, así compartieron el negocio de engaño y fraude.
Pero el negocio no funcionaba por ningún lado, pronto los nuevos socios reclamaban su dinero y el Cachas mostraba de nuevo el estado contable, les citaba en sus oficinas y les atendían cordialmente, pero algunos socios no aceptaban más explicaciones después de varios meses de paciencia con sospecha de fraude, entonces reclamaban su dinero en el mejor tono amenazante, condición límite de peligro para el Cachas que de acuerdo con el Sarno, aceptaban devolver el dinero en la sala de negocios de la oficina; en aquella sala reinaba la “normalidad”, excepto que en determinado momento, el Sarno hacía su aparición armado y les conducía a una bodega ruidosa llena de barriles de químicos de cloro, en ese sitio luego de atarles, les asfixiaba colocándoles bolsas plásticas en sus cabezas, golpeándolas y finalmente acuchillando a sus víctimas sin piedad.
De esa forma uno tras otro los viejos socios simplemente desaparecían, sus cadáveres eran depositados en barriles de plástico y desechados en ríos marginales. Continuará amazon.com/author/csarcaralv

Diario Co Latino 134 años comprometido con usted
Debe estar conectado para enviar un comentario.