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La historia y el sentido del populismo, al descubierto

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El concepto del populismo surgió hace algunos años, como definición de un espectro casi no describible de los movimientos a veces diametralmente opuestos. Así, se ha calificado de populistas, entre otros, a seguidores de Donald Trump y Bernie Sanders en Estados Unidos; Podemos y Vox en España; Francia Insumisa y Agrupación Nacional en Francia; Syriza y Amanecer Dorado en Grecia.

Entonces, ¿qué significa ese

término?

El surgimiento del concepto

La palabra ‘populismo’ fue creada en la década de 1890 por el Partido del Pueblo de Estados Unidos, que aspiraba entonces a desafiar al bipartidismo estadounidense. Sus miembros, que se autodenominaron ‘populistas’, expresaban los intereses de granjeros pobres cuestionando el poder del capital financiero e industrial.

Durante la corta historia del partido articularon su concepción del conflicto entre el ‘pueblo’ y la ‘élite’, por lo que fueron acusados por sus oponentes de ser “demócratas falsos”.

A pesar de haber sido olvidado durante décadas, el término fue resucitado en Estados Unidos en la década de 1950, cuando una gran parte de los intelectuales liberales quedó conmovida por el ascenso del macartismo y la “caza de brujas” anticomunista apoyada por millones de estadounidenses.

El historiador Richard Hofstadter, revisó la historia del Partido del Pueblo para encontrar en ello lo que observaba alrededor de sí mismo: una visión anti-intelectualista y maniquea, que oponía, con retórica paranoica, a las masas populares a una pequeña minoría gobernante y conspirativa. La noción fue extendida por el sociólogo Edward Shils, quien definió el populismo como “una ideología de resentimiento popular contra el orden impuesto a la sociedad, por una clase dominante diferenciada y establecida desde hace mucho tiempo, que se cree que tiene el monopolio del poder, la propiedad, la crianza y la cultura”.

Definición liberal

En las décadas siguientes, las tesis de Hofstadter fueron derribadas, sin embargo, influyeron notablemente —especialmente en Europa— en el discurso público, habiendo concedido una connotación peyorativa del concepto.

Como resultado, los medios pueden caracterizar de ‘populistas’ a los políticos esencialmente centristas y liberales, por atreverse a proponer algunas medidas moderadas beneficiosas a amplias capas de la sociedad o empezar, bajo la presión popular, la discusión abierta de sus decisiones.

Dejando de lado las acusaciones mediáticas, se puede apuntar a algunos atributos casi siempre presentes en las características liberales convencionales del populismo.

Según el reciente informe de Timbro, grupo de expertos defensores del libre mercado, que enumera 267 partidos populistas en 33 países desde 1980, los rasgos más importantes del populismo son el rechazo del ‘establishment’, simpatías a la democracia directa en vez de procedimientos del sistema representativo y llamadas al fortalecimiento del Estado.

Desde este punto de vista, admiten los autores, se puede calificar como ‘populistas’ a casi todos los movimientos que se oponen al liberalismo y buscan el apoyo de las masas.

Los atributos precisos pueden variar. Por ejemplo, para el profesor de la Universidad de Princeton, Jan-Werner Müller, populismo es una política identitaria exclusivista, es decir, la que se basa en la idea de la lucha de varias identidades de algún tipo (género, nacionalidad, religión etc.). Combina antielitismo y antipluralismo representándose como la voz de todo el pueblo, indica el politólogo: “En pocas palabras, los populistas no dicen: -Nosotros somos el 99 %-. Lo que implican en cambio es que -nosotros somos el 100%-”.

A su vez, Cas Mudde y Cristóbal Rovira Kaltwasser, los investigadores probablemente más influyentes del fenómeno, definen el populismo como una “ideología centrada sobre mínimos (‘thin-centered’), que considera a la sociedad separada básicamente en dos campos homogéneos y antagónicos, el ‘pueblo puro’ frente a la ‘élite corrupta’, que sostiene que la política debe ser la voluntad general del pueblo”.

Los mismos autores confirman que el concepto tiene sentido principalmente en las condiciones de la democracia liberal, es decir, bajo la forma de gobierno que combina procedimientos electorales con la existencia de instituciones estabilizadoras independientes.

¿Etiqueta tendenciosa?

En este contexto, no faltan críticos que indican que el intento de presentar todo el panorama de movimientos e ideologías contrapuestos al sistema dominante, como una sola entidad es inherentemente tendencioso e imparcial.

Como explica el historiador argentino Ezequiel Adamovsky, el término sirve solo para “desacreditar ciertas ideas o decisiones de política económica heterodoxas, asociando a las personas o gobiernos que las llevan adelante con cosas desagradables, como el nazismo o la xenofobia”.

“-Populismo- se ha convertido en un término de combate profundamente ideologizado. Su valor como concepto para entender la realidad, si alguna vez lo tuvo, se ha extinguido”, sintetiza el investigador.

Boris Kagarlitski, sociólogo ruso y director del Instituto de Globalización y Movimientos Sociales, corrobora la idea de Adamovsky, apuntando que “desde el punto de vista de los comentaristas liberales, ‘populismo’ es todo lo que no les gusta pero cae bien a la población”.

Sin embargo, hay un número de movimientos que aceptan voluntariamente denominarse ‘populistas’. Sus militantes y los intelectuales que simpatizan con ellos, prefieren conservar el concepto, definiéndolo no como ‘una ideología’ sino como ‘una táctica política’.

Populismo como táctica

El fundamento para el entendimiento del populismo como un método político, independiente del contenido ideológico, fue creado por Ernesto Laclau, filósofo argentino de orientación posestructuralista.

La lógica populista, elaborada por él junto con su esposa, Chantal Mouffe, supone la existencia en la sociedad de diferentes antagonismos no siempre relacionados unos con otros. Generan varias demandas sociales que pueden, teóricamente, ser realizadas por separado, pero nunca en su conjunto debido a que de este modo amenazarían la posición de la clase dominante.

Forjando una cadena de demandas equivalentes, se puede construir el ‘pueblo’, —grupo de partidarios del movimiento populista—, delimitando la frontera política con el poder. Para obtener coherencia y completar la creación de una identidad colectiva, el movimiento populista debe crear algunos objetivos específicos, que serán adaptados por varios sectores de sus seguidores.

“Una señora argentina trata de interrumpir su embarazo, llega a una clínica, no le dejan, se quita el zapato, lo tira contra el cristal y dice: ¡Viva Perón, hijos de puta!”, explica el funcionamiento de la cadena de demandas Pablo Iglesias, líder del partido español PODEMOS, inspirado por la teoría de Laclau.

Al mismo tiempo, indica Laclau, se trata de un mecanismo de construcción de la hegemonía política y cultural, que puede ser utilizado por todas las fuerzas políticas.

Así como escribe John B. Judis, autor del libro ‘La explosión populista’, en el 2016, cuando Bernie Sanders, construía su coalición populista alrededor de la demanda de la “revolución política”, su adversario, Donald Trump, utilizó con el mismo fin la idea del muro en la frontera con México. La teoría puede aplicarse efectivamente a los partidos de Marine Le Pen y Jean-Luc Mélenchon en Francia o a PODEMOS y su rival ultraderechista, VOX, en España.

Lo que no clarifica el esquema de Laclau, es por qué surgieron los movimientos populistas en los últimos años.

Sus causas

A pesar de que algunos autores insisten en la importancia de los factores culturales, —como, por ejemplo, los sociólogos estadounidenses Pippa Norris y Ronald Inglehart, que explican la victoria de Trump por el miedo de los hombres blancos heterosexuales a los cambios culturales—, la mayoría de los investigadores prefieren buscar causas más sustanciales.

Según el politólogo catalán Vincenç Navarro, el populismo no es un fantasma ideológico oportuno para el centro gobernante, sino un fenómeno real creado por el avance del neoliberalismo.

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