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¿La guerra civil y los Acuerdos de Paz, una farsa?

Blanca Flor Bonilla
Luchadora social y diputada del PARLACEN

La historia no es de derechas ni de izquierdas: es de todas y todos como sociedad. El desconocimiento de nuestra historia es una enorme deuda de los gobiernos anteriores y del actual para con nuestra sociedad que, al parecer, podría tener un costo muy elevado en términos de democracia y Estado de Derecho.

En estos momentos se identifica lo peligroso del desconocimiento de la historia de nuestro país: el actual presidente de El Salvador, un megalómano que decidió no formarse, desea establecer un culto a su personalidad, negando y distorsionando la historia para su beneficio propio y el de sus allegados, inoculando versiones inventadas, tergiversadas y a medida. El desconocimiento de nuestra historia por parte de jóvenes y adultos, aunado a los problemas estructurales de la injusta e inequitativa distribución de la riqueza, la violencia y la inseguridad social, son un caldo de cultivo para la manipulación de masas.

Un breve repaso histórico sobre los conflictos en El Salvador es esclarecedor para comprender que estos se deben, fundamentalmente, a la respuesta popular -de la gente-, ante las injusticias perpetradas por los cúpulas económicas y políticas.

En 1833, Anastasio Aquino -indígena Nonualco- dirigió una sublevación contra la explotación en las plantaciones de añil, despojo de tierras indígenas, reclutamiento forzoso e imposición de tributos abusivos2. Aquino fue ejecutado y se procedió a una intensa represión contra la población indígena, principalmente contra los Nonualcos, en La Paz, Cuscatlán y San Vicente.

En 1932, en la región de los Izalcos, tuvo lugar un levantamiento campesino-indígena liderado por Feliciano Ama y Farabundo Martí, quienes buscaban reivindicaciones sociales, económicas y mayor autonomía. La insurrección fue reprimida violentamente por el golpista y dictador Maximiliano Hernández Martínez. Los dirigentes fueron fusilados y se continuó la represión y dejó un saldo de 32,000 muertos, equivalente al 28.5 % de la población total de la región3. Los sobrevivientes se vieron obligados a abandonar o a mantener en clandestinidad su identidad indígena para sobrevivir: idioma, vestimenta y costumbres.

Posteriormente, a partir de 1944, a la dictadura le sucedió el autoritarismo militar que perduró hasta 1979. Durante la década de 1970, la acumulación de altos niveles de represión, fraudes electorales y empobrecimiento de la población trabajadora provocaron un incremento de las organizaciones sociales: estudiantiles, obreras, campesinas, de profesionales y el surgimiento de las organizaciones político-militares, lo que conllevó, junto al asesinato de san Romero de América, a la creación del Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional, en 1980.

Entre 1932 y 1992 se perpetraron horrendas violaciones a los derechos humanos, primero desde la dictadura, y luego desde el autoritarismo, militar y civil, que incluyeron la violación al derecho de libertad de expresión, encarcelamiento de opositores y represión social violenta, masacres, desapariciones y asesinatos. Se alentó, desde la cúpulas económicas y políticas, la intolerancia a otras formas de pensamiento y organización social, se asesinaron a más de 100,000 personas y se desaparecieron a más de ocho mil. Solamente durante la guerra civil, más de 160 masacres colectivas están documentadas, entre ellas, la del Mozote en Morazán.

El pueblo -y no una cúpula, como maliciosamente se intenta hacer creer- se organizó en armas, para defender la vida y luchar por la libertad, los derechos humanos, la democracia, la justicia social y la paz, en contra de las reales cúpulas políticas y económicas y del autoritarismo. El resultado de esa lucha fue la firma de los Acuerdos de Paz en 1992, que involucró a las Naciones Unidas, a la comunidad internacional y al pueblo salvadoreño que deseaba la paz. A partir de entonces se derrotó el autoritarismo, se reformó la Constitución de la República y por primera vez en la historia, se respeta la libertad de expresión y se inicia la construcción de nuestra joven democracia.

Actualmente se evidencian intenciones por retroceder hacia un autoritarismo con rasgos fascistas: se desprecia el consenso y la participación social y se busca la concentración de poder, violando la Constitución y el Estado de derecho, se retrocede en el ejercicio de la transparencia pública, y se realizan esfuerzos por construir culto a la mitómana personalidad del actual mandatario, a la vez que se fomenta el odio hacia la crítica.

Solamente interesándonos en conocer nuestra historia se pude frenar el autoritarismo emergente, aportando en la construcción de una sociedad en consenso, justa, tolerante y democrática. Es mucho lo que está en juego si cada persona decide no usar sus facultades mentales para discernir los peligros que se nos avecinan.

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