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LA FAENA DIARIA DE LA SOBREVIVENCIA 

Mauricio Vallejo Márquez 

Entré en la máquina del tiempo los días finales de 2022. Tuve una larga vacación que confieso no haber aprovechado como quisiera, porque al final siempre le falta tiempo a uno. Pero a pesar de todo los últimos días me dediqué a la titánica tarea de desechar papeles y objetos que ya no eran necesarios para seguir conmigo, así como de igual forma ordené mis atestados para que cuando me los piden  junto al currículo pueda comprobar que he hecho lo que pongo en él. Tantas cosas encontré que me hicieron remontarme varias décadas atrás y volví a ver en mi mente las escenas que protagonicé con esos papeles y objetos. Casi que podía ver hasta el suelo que pisé y sentir el aroma de esos días cuando el aire tenía otra sintonía.

Muchos papeles que no daban espacio eran recibos, envolturas de chocolates de países distantes, que junto a  docenas de diskettes con materiales neófitos (que seguro ya fueron modificados u olvidados en mis oficios de escritor) acumulaban el escaso espacio que tengo para almacenar objetos. He llegado incluso a olvidar qué terminé arrojando a la basura debido a su falta de importancia en mi vida actual, pero por lo general eran cosas sin importancia.

También me dispuse a clasificar los libros en la librera, ya que entre tanto movimiento que hacía no terminaban de encajar de la manera adecuada. Es posible que no lo haya logrado  de la forma habitual cuando ponía los libros por género y autor, en la que le daba prioridad a la obra literaria y en particular a mis temas predilectos. En esta ocasión me centré en dejar  a la vista los materiales más necesarios para mi trabajo y profesión, que por alguna razón había sepultado bajo las novelas y cuentos. Sin embargo, hoy vuelven a verse y me motivan a hacer cosas, a fijarme metas y dedicarme a cumplirlas después de mucho tiempo centrado en la literatura. Me siento motivado, doblemente motivado.

El ejercicio no solo fue para aligerar los baúles del recuerdo, dos cajas plásticas que contienen: la obra y cosas referentes a mi padre, y mis recuerdos y atestados. También ayudó a que me aventurara en la cocina a desechar botellas vacías, utensilios de cocina inservibles y otros enseres que volvían más desordenada y poco práctica la vida, además de cargada. Y al final fue liberadora la sensación que tuve al ver más espacio y control en las gavetas.

Aclaro que aún me falta por ordenar, tanto en los objetos de la casa como mi guardarropa. Sin embargo, aún me falta dar el paso con mi obra literaria. Disponer solo de lo que es imprescindible para guardarse, publicarse o buscar qué hacer con ellos. Esa tarea me será más fácil ahora que las cosas estén menos caóticas en la casa. Creo que desde 2019 tengo temor de enfrentarme a los libros que he escrito y aún permanecen inéditos, temor a desechar materiales con los que me he encariñado aunque no merezcan existir y la esmerada labor de corrección y edición para lograr la excelencia de algunos de ellos. Así como la gran deuda que tengo con mi papá por editar, publicar y difundir su obra literaria (la cual tiene más de 40 años aguardando su publicación.

En medio de tanto esfuerzo por limpiar y ordenar comprendí que uno dilata concretar actos y se vuelve procrastinador por default, simplemente perdemos nuestro tiempo en la nada y dejamos de hacer cosas útiles y lo que amamos por enfocarnos en el cansancio que nos embarga en la faena diaria de la sobrevivencia. Volviendo nuestra vida estéril. Increíble, pero es la realidad.

Cuando era niño no me detenía el cansancio para jugar, para leer un libro o historieta que me gustara,  o para dibujar o escribir. Pero ahora que batallo con esas cosas que llaman de adulto la situación es diferente. Quizá todo estriba en poder volver a tener esas motivaciones para vivir, entender que la vida es como un juego y por lo tanto debemos querer jugarlo para de verdad vivirla..

Ver también

«Orquídea». Fotografía de Gabriel Quintanilla. Suplemento Cultural TresMil, 20 abril 2024.