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La agenda oculta: sociología de la mentira

@renemartinezpi
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Pero la mentira (como hermenéutica de la agenda oculta) habita-deambula en un espacio social frágil, buy cialis roto, movedizo, ambidiestro y, ante todo, inseparable de lo comunicacional en su talidad, por lo que es vulnerable a la constitución, tarde o temprano, de la verdad, lo que trae secuelas epistémicas y metodológicas -desde el deslinde del sujeto-objeto social hasta la denuncia del mentiroso y del manipulador- si no nos centramos únicamente en el plano formal del discurso. La mentira dota de congruencia hasta al discurso del iletrado que temerariamente crítica a la verdad; establece relaciones de poder mediante la manipulación y el ejercicio de la falsedad; e inaugura rumbos discursivos al tiempo que cierra otros. El modo en que se hilvanan los variados textos de lo cotidiano le da forma a la propia existencia de las clases sociales y, así, la mentira deja de ser una simple dimensión accesoria y casual de lo social, deja de ser un factor del cual podemos prescindir porque al final es: una disfunción que hace funcionar a la sociedad; una desviación que encausa hacia la senda florida del capital; una actitud indeseada que se desea fomentar y usar para pervertir la moral a su favor.

Entonces, está claro que la mentira pierde sus tintes morales públicos y su neutralidad (aunque se mantienen en privado) para erigirse en una de las columnas básicas de la posibilidad de vivir con otros (nosotros) y lejos de los otros mientras la realidad cambia a nuestro favor o mientras nos hacemos más conformistas para no cambiar nada. Sin embargo, la clave para que la mentira funcione y se perfeccione es el silencio, tanto en lo que se calla en la agenda oculta de lo macrosocial o en la interacción social más simple, como en lo que no se denuncia por temor o por falsa lealtad, la que se termina convirtiendo en complicidad.

Sobre el silencio como parte orgánica de la agenda oculta hay que considerar, desde la perspectiva de la sociología de la mentira, que la sociedad se desarrolló como tal por la capacidad de hablar (el lenguaje es el reflejo de la conciencia), pues esa fue la base para transmitir el saber y habilidades de sobrevivencia acumuladas; pero el lenguaje se perfecciona, para bien o para mal, cuando desarrolla la capacidad de callar, pues así como la memoria está llena de olvidos, el lenguaje está lleno de silencios. Entre lo que se dice y lo que no se dice, entre lo visible y lo oculto, entre el texto y las entrelíneas lejos de existir una insalvable frontera sin visado oportuno, transita un movimiento ininterrumpido en el que el sentido, la identidad y la relación con los otros adquiere una forma indeterminada y fluctuante (pero sin abandonar los intereses de clase, propios o ajenos) que tiene y contiene tanto lo que se dice como lo que se calla, como la tesis y la antítesis de las relaciones sociales en intrínseca correlación de fuerzas.

Así, una sociología de la mentira –cuyo objeto de estudio es la agenda oculta que maneja con maestría la derecha- debería no sólo enfatizar la ineludible presencia-ausencia e importancia de la mentira, sino también profundizar en las prácticas sociales desencadenadas, después de haber sido manipuladas, a través de la mentira, en las formas que adquiere la mentira misma como constructora de hegemonía en el nivel que, siendo el más burdo posible, tiene efectos concretos debido a que modifica el comportamiento colectivo. Y es que lo que ocurre no miente –es lo que es, nada más- pero eso no quiere decir que ocurra como se dice que ocurre, ni que ocurra con conocimiento de causa de los actores. Son las personas quienes mienten a través de los mitos, números y leyendas urbanas que nos engañan para construir una identidad sociocultural que es una no-identidad. En el capitalismo, el hombre es un no-hombre, de la misma forma en que la verdad es una no-verdad y la memoria es una no-memoria o es una memoria sin historia propia.

En uno de los más entrañables libros de García Márquez (“El coronel no tiene quien le escriba”) el autor nos introduce en un escenario en el que un coronel jubilado desfigura el espacio cotidiano –bajo la hermosa metáfora de una carta que se espera con ansias y agonía- y ante la impotencia de hacer que dicha carta tenga pies propios y llegue a sus manos antes de que el resto de su vida se convierta en el último día de su vida, el tiempo pierde sentido y la mentira oficial toma la palabra para hacer de su vida una espera sin fin. Más que el análisis concreto de la metáfora de García Márquez, nos interesa la conclusión sociológica a la que llega el coronel en la discusión final que tiene con su esposa sobre el futuro más inmediato, conclusión que bien podría aplicarse en quienes esperan de la mentira un resultado favorable a sus intereses.

Copio a continuación el punto final de la espera del coronel, el que, por cierto, es de los más memorables que le he leído a García Márquez: “La mujer se desesperó. Y mientras tanto qué comemos, preguntó, y agarró al coronel por el cuello de la franela. Lo sacudió con energía. -Dime, qué comemos. El coronel necesitó setenta y cinco años –los setenta y cinco años de su vida, minuto a minuto- para llegar a ese instante. Se sintió puro, explícito, invencible, en el momento de responder. Mierda”…..

Con esa respuesta lapidaria, el coronel huye de la verdad oculta o le da sentido a la misma, en tanto que –esperando la carta que nunca llegará- lo que él dice, lo que él puede decir, no es sino el modo en que habla la propia mentira, debido a que estar atado al correo es definitivamente más importante que recibir o no la carta, ya que eso concuerda con una vida de esclavitud moderna en la que esperamos algo que jamás llegará. Además, dudar de la validez de su espera sin fin –así como dudar de las mentiras aunque las sepamos tales- es dudar de su propia dignidad, la que es, sin duda alguna, una no-dignidad. De la misma forma, las víctimas de la mentira se llegan a convertir en sus cómplices porque es más fácil no dudar de la mentira que denunciarla y combatirla como un acto de rebelde recuperación de la dignidad.

*René Martínez Pineda
Director de la Escuela de Ciencias Sociales, UES

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