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Juego, dinero virtual y responsabilidad

José M. Tojeira

Con el dinero no se juega, solían decir personajes que advertían contra el mal uso del mismo. Pero aunque la frase tiene sus razones, y más en tiempo de crisis, a los seres humanos siempre les ha gustado esa mezcla de riesgo y suerte que hay en los juegos de azar cuando se juega dinero. El negocio de los casinos muestra tanto la tendencia de muchos a jugar con el dinero así como la utilización de las debilidades humanas para hacer negocio. Pero más allá del placer y gusto en favor del uso irresponsable del dinero por parte de individuos particulares, hay un tipo de dinero que no se debe arriesgar en el juego: el dinero público.

Efectivamente, el dinero público no pertenece a ningún gobierno, sino que es dado por la población para beneficio común. Aunque existe la tendencia de dar más a quien da más por parte de los gobiernos, el dinero público debe ser administrado con seriedad y responsabilidad. Por esa misma razón la gente odia la corrupción en el manejo de los fondos públicos. El fracaso de muchos gobiernos es que no logran desmentir la opinión y conciencia pública, que percibe un enriquecimiento rápido de personas comprometidas en puestos de administración del Estado.

Si estamos de acuerdo que con el dinero público no se puede jugar, nos encontramos en el Salvador con el bitcoin. No han faltado personas últimamente que se alegran y justifican la compra estatal de bitcoins por la sencilla razón de su aumento espectacular en los últimos tiempos. El año pasado El Salvador compró 80 bitcoins a un promedio de 19.000 dólares. Hoy el  precio es de 39.000 dólares por bitcoin, lo que significa una gran ganancia. Pero lo que se deja en silencio es que El Salvador ha comprado en años anteriores más de 900 bitcoins a un precio superior a los 50.000 dólares. Lo que quiere decir que las pérdidas, desde que se inició la compra de esta moneda virtual, son más de cinco veces mayores que la ganancia obtenida.

Al bitcoin le llamamos moneda, pero es en realidad un producto especulativo. Su valor depende de la demanda y en relativo poco tiempo puede reducirse en el mercado a una tercera parte de su valor o aumentar al doble. Sin mayores controles estatales, puede servir para lavar dinero o para evadir impuestos. Las ganancias y la pérdidas pueden sucederse en un lapso de tiempo relativamente corto. Y aunque haya técnicas para jugar acertadamente con el bitcoin y ganar dinero, el riesgo es mucho mayor que en otras inversiones. Como el juego en los casinos, puede dar grandes ganancias o terribles pérdidas.

Y al igual que el dinero público no puede jugarse en la ruleta o en juego de baraja, por muy expertos que fueran los gobernantes con los naipes, así tampoco debiera gastarse dinero público en este tipo de producto especulativo que puede fluctuar con tanta facilidad. De hecho en El Salvador el bitcoin no ha dado ganancias al erario público si contrastamos los precios de compra en su conjunto total con el valor actual de esa especie de moneda electrónica.

El dinero público se administra desde la Asamblea Legislativa que aprueba el presupuesto, y desde el poder ejecutivo que presenta el presupuesto de gastos y lo invierte tras la aprobación legislativa. Ambos poderes del Estado tienen la responsabilidad de que el dinero sea invertido en el bien común de El Salvador. Y el bien común, un valor constitucional que exige responsabilidad con el mismo, implica que el dinero debe invertirse pensando especialmente en los más desfavorecidos del país.

 

Jugar con el dinero difícilmente puede conjugarse con el bien común. Al igual que nadie puede ni debe participar en juegos de azar con dinero ajeno, tampoco el Estado, o quienes lo administran, pueden darse el lujo de poner en riesgo el dinero público, que evidentemente no le pertenece a los gobernantes. Aunque mucho se puede hablar sobre la responsabilidad en el uso de los dineros públicos, tanto en el gobierno actual como en los gobiernos anteriores, la conversión de dinero público en bitcoins no tiene explicación posible en un estado de derecho. Y si las pérdidas son  espectaculares en los tres años que se viene jugando con este producto especulativo, ni el derroche ni el juego tienen justificación.

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