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Ese 16 de enero de 1992: estalló la paz

Víctor Manuel Valle

El Castillo de Chapultepec, donde funciona el Museo Nacional de México, estaba repleto. El Gobierno de México, del presidente Carlos Salinas de Gortari, había decidido que, el 16 de enero de 1992, ahí se firmaría el Acuerdo de Paz,  entre la insurgencia legitimada del FMLN y el Gobierno del presidente Cristiani.

Para quienes estuvimos ese día, hace 29 años, en los principales escenarios del evento, no queda duda que fuimos testigos de un hecho de gran importancia histórica para El Salvador.

Así como el poeta Carlos Bustamante escribió hace más de un siglo, para describir poéticamente nuestro período colonial, “Noche de tres centurias, noche en plena noche”, ese 16 de enero, el secretario general de Naciones Unidas, Boutros Ghali, dijo en su discurso de saludo que, con la firma del Acuerdo, “La larga noche de El Salvador está (ba) llegando a su fin” y, como parte de su análisis político, afirmó que “(…) habida cuenta de su amplitud y alcance, estos acuerdos causarán una revolución lograda por la negociación”.

En realidad, los Acuerdos fueron vistos ampliamente como un impulso a la esperanza de construir un país desarrollado, en paz y armonía social. Quimera o utopía, pero así se vieron.

Como algo inesperado, y tal vez inédito, el presidente Alfredo Cristiani dijo en su discurso de la ocasión: “(…) la crisis en  que se vio envuelta la nación salvadoreña en el último decenio no surgió de la nada, ni fue producto de voluntades aisladas, esta crisis tan dolorosa y trágica tiene antiguas y  profundas raíces sociales, políticas, económicas y culturales”

Y tenía razón. Esa era la larga noche a la que se refería Boutros Ghali que, como egipcio, estaba culturalmente  preparado para ver los fenómenos sociales y políticos en sus raíces de larga data, con la antigüedad de  las pirámides y la esfinge.

Lo insólito para mí fue que,  por primera vez, escuchaba que un alto representante político de la derecha del país, reconocía el origen multidimensional del conflicto armado, y se alejaba de los slogans de acusar a los insurgentes del FMLN de terroristas o agentes cubano-soviéticos, y de ser los responsables del enfrentamiento armado.

Por su lado, Schafik Hándal -en nombre del FMLN- resumió como origen de su lucha y la importancia de los Acuerdos así: “La firma del Acuerdo de Paz marca la culminación de una etapa decisiva en la larga y heroica lucha del pueblo salvadoreño por sus ideales de libertad, justicia, democracia, dignidad humana y progreso”.

En la falta de construir y proteger esos ideales en el país, estaban “las antiguas y profundas raíces” mencionadas por el presidente Cristiani.

Después de esos discursos y de la firma de los acuerdos, vinieron los abrazos y las caras alegres y un almuerzo ofrecido por el presidente Carlos Salinas de Gortari en la Residencia Presidencial “Los Pinos”, donde recuerdo algunos eventos que merecen consignarse.

Al concluir la ceremonia, abandonaron el local en el Castillo de Chapultepec  el presidente de México y los presidentes invitados de Venezuela, España y Colombia y otras personalidades, como el Secretario de Estado de Estados Unidos, James Baker. La prensa los persiguió para tomar fotos y declaraciones en el habitual tumulto. Rezagados en torno a la mesa principal se quedaron los cinco comandantes del FMLN y la esposa del presidente Cristiani.

En un gesto no registrado por la prensa,  pero que observé a pocos metros vi el saludo de la señora Margarita Llach, esposa del presidente Cristiani, con beso en la mejilla incluido, a los cinco comandantes del FMLN, Hándal, Roca (Jovel), Cienfuegos (Sancho), Villalobos y González (Sánchez Cerén). Lo vi como un promisorio símbolo de la anhelada reconciliación basada en justicia a la que muchos aspirábamos; pero que nunca llegó.

Después, la gran mayoría de los asistentes a la ceremonia de firma, teníamos invitación para el almuerzo ofrecido por el presidente Salinas. El gobierno mexicano invitó a amenizar el evento al cantante Vicente Fernández quien, después de su saludo inicial, entonó varias canciones y comenzó con aquella que dice: “Se me acabó la fuerza de mi mano izquierda (…)”. (Te solté la rienda).

Es dudoso que el repertorio no haya sido consultado por el charro con el protocolo de México. El presidente Salinas había saludado al FMLN, en la ceremonia, en un discurso que los exhortaba a “(…) pasar de ser guerreros a constructores y productores”. Quizá Salinas, indirectamente, le decía a los exbelicosos de ambos bandos que tenían sueltas las riendas y se les dejaba el mundo de la paz para ellos solitos.

Cuando el almuerzo estaba a punto de concluir se formaron pequeños grupos de saludos y las promesas de siempre: “sigamos hablando”

En eso estábamos cuando vi que Salvador Sanabria, representante de la Resistencia Nacional para asuntos político-diplomáticos del FMLN, en Washington D.C., organizaba un encuentro breve e imprevisto entre Shafick Hándal y el secretario de Estado de Estados Unidos, James Baker, acompañado de Bernard Aronson, subsecretario para asuntos inter-americanos. No se qué hablaron, pero sin duda fueron saludos cordiales y reiteraciones de la importancia histórica del evento y los propósitos de trabajos conjuntos para consolidar la paz en El Salvador.

En otro grupo, recuerdo que nos abrazamos eufóricos por estar en este hecho histórico, Schafik Hándal, Fabio Castillo Figueroa y mi persona, evocando las jornadas comunes en las que estuvimos durante treinta años, antes de ese 16 de enero.

Después, llegó la tarde y comenzaron las carreras para ver cómo se comenzaba a construir y consolidar la paz que había estallado con la firma del Acuerdo. Ahí, con preocupación, vi cómo cada quién (es decir, cada organización del FMLN) comenzaba a fracturar la unidad sólida que los llevó a la victoria política. Se veía que cada quien, como se dice en salvadoreño, “jalaba para su lado” y lo más preocupante era  que el estira y encoge no era entre cinco,  sino entre más porque en algunos casos cada una de las cinco organizaciones tenía sus tendencias.

Lo demás, es historia conocida. Lo que sí hay que rescatar es que ese 16 de enero de 1992 sucedió un hecho de gran importancia histórica para El Salvador y creo, por haber sido testigo, que fue la convicción  de muchos, empezando por Shafick Hándal, Fabio Castillo Figueroa, Alfredo Cristiani, Boutros Ghali y James Baker.

Francamente, al recordar ese 16 de enero de 1992, es pertinente tomar en cuenta aquella famosa frase común de origen controversial: “Los pueblos que no conocen su historia están condenados a repetirla”.

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