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Envidia y violencia

José M. Tojeira

Generalmente tendemos a ubicar la desigualdad como una de las causas clave de la violencia. También en ocasiones se suele decir que detrás de cada victimario hay siempre una víctima. En otras palabras, que quienes han sufrido especialmente mal trato o violencia optan con mayor facilidad por la misma. Y es cierto, porque el mal trato genera demasiadas veces baja autoestima. Y esta es fuente de un tipo de envidia que puede llevar a la violencia. Y como en la lucha contra la violencia bueno es analizar todas las causas, una reflexión sobre la envidia no nos hará daño. De hecho ya se ha vuelto lugar común el decir que la violencia es un fenómeno multicausal. Pero es raro que se analice como factor de violencia ese sentimiento tan común como lo es la envidia. Uno de los que más y mejor ha analizado el tema de la envidia es el pensador norteamericano John Rawls. Y por cierto relacionaba como es lógico, la envidia, con situaciones de desigualdad no solo económica o social. Con razón decía que “a veces las circunstancias que provocan la envidia son tan apremiantes que dada la condición de los seres humanos, no puede pedirse a nadie, razonablemente, que supere sus sentimientos rencorosos”.

Para este autor tres eran las condiciones que podían volver socialmente destructiva la envidia. La primera es el sentimiento de baja autoestima. No es nada raro que la baja autoestima genere reacciones violentas en algunos momentos. La segunda se da cuando las condiciones sociales hacen sentir como dolorosa y humillante la propia baja autoestima. Y la tercera cuando la situación social no permite alternativas constructivas que sirvan de alivio, o al menos de cierto consuelo frente a los mejor situados. “Para aliviar estos sentimientos de angustia y de inferioridad, creen que no tienen más elección que la de imponer una pérdida a los mejor situados”, decía el filósofo al que estamos citando. Evidentemente, solamente una sociedad que garantice un trato igual de las instituciones de apoyo y servicio al ciudadano, así como el respeto y la colaboración pueden aliviar, o al menos quitarles peligrosidad, a esos sentimientos de baja autoestima.

La envidia no es siempre maligna. Diferentes autores espirituales en el pasado hablaban de la santa envidia. El ver ejemplos buenos impulsa a muchos a hacer lo mismo. Pero en países como el nuestro, donde predomina la competencia de suma cero (lo que unos ganan es igual a lo que otros pierden o carecen de), la envidia se vuelve fácilmente destructiva. Al final, a mayor desigualdad, mayor facilidad para que la envidia se vuelva destructiva. Algunos pueden pensar que poner la envidia como causa de conflicto es una manera de despreciar o maltratar al que busca justicia. Porque muchos de los que buscan mayor igualdad y respeto a la dignidad de la persona humana no son envidiosos, sino solidarios y generosos.

Pero descuidar el tema de la envidia nos puede o volver ingenuos, o terminar por  justificar cualquier acto de barbarie con tal que sea contra los considerados opresores. Lo que es evidente es que instituciones justas, que den servicios universales, dignos y adecuados a todo el mundo, son garantía de que la envidia, que siempre va a existir, no sea destructiva. Las instituciones de educación, salud, vivienda y otras, en consonancia con la igual dignidad de la persona, logran que la competencia no sea de suma cero, sino colaborativa, y en la que todos ganan.

En nuestro país tenemos la necesidad de trabajar más los sentimientos y las emociones. De hecho vivimos en una situación de suma vulnerabilidad y de muy poca consejería y asistencia sicológica. El Estado ha sido secularmente irresponsable con la salud sicológica de sus ciudadanos, no dándole atención a través de sus instituciones. La envidia nace siempre de la baja autoestima, que es claramente un sentimiento negativo con respecto a sí mismo. Pero se multiplica cuando las instituciones son incapaces de restringir la libertad de los fuertes.

Y al mismo tiempo no dan servicios adecuados a los más débiles o vulnerables. Trabajar institucionalmente las emociones, acompañar a las personas en sus dinámicas de desarrollo y superación de complejos y sentimientos negativos es también una necesidad a la hora de desterrar los excesos de violencia en que vivimos.

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