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El último diálogo de Facundo Cabral

Telesur

En marzo de 2011, y en Madrid, Percy Llanos perdió a su esposa. Cuatro meses después, en Guatemala, ocurrió el asesinato de su amigo y representado, Facundo Cabral, estando juntos, en el mismo vehículo. Todo ocurrió mientras hablaban. Este 9 de julio se cumplen diez años de los hechos que acabaron con la vida física del trovador universal.

“No había manera de bajar a Facundo del puesto delantero porque siempre le gustó estar de copiloto. Me pasaba con él y con otros representados como Marcel (Marceau). Yo monté, exactamente detrás de él, no en otro auto, como se dijo, sino en el mismo auto, en el puesto de atrás. No era lo que habíamos previsto pero el productor del espectáculo en Guatemala se excusó de trasladarnos al aeropuerto y Henry Fariñas, quien había sido el productor de los conciertos en Nicaragua, se ofreció a trasladarnos al aeropuerto desde el hotel donde estábamos alojados. Fariñas era un devoto de Facundo y en Managua hasta le había obsequiado las obras completas de Rubén Darío a raíz de una anécdota que contó Cabral que le pasó con Jorge Luis Borges. Todo estaba muy bien. Todavía no eran las seis de la mañana”.

Los ojos de Percy Llanos, tan acostumbrados a expresar el deleite cuando escucha música, esta vez estaban muy pequeños. Hombre serio, y seguramente enseñado a no llorar en público, no lloraba esta vez, pero sí lo había hecho la noche anterior, y a raudales recordando a su esposa Anita Giménez, actriz y empresaria, amiga, confidente, la mujer de la sonrisa eterna, la que aupó tanto a Carlos Giménez, su hermano, para que echara a andar el Festival de Teatro de Caracas a bordo de “Rajatabla”.

Con los ojos empequeñecidos y las manos en descanso, Percy prosiguió su relato. “Me puse en el asiento trasero, detrás de Facundo. El señor Fariñas se sentó frente al volante. Detrás de nosotros iban escoltas y personal amigo del equipo de trabajo, por ejemplo, nuestro sonidista”.

“Facundo insistía en que viajara con él a Buenos Aires, pero nuestros boletos eran diferentes. Él iba a Argentina, donde le esperaba Silvia, su esposa, y yo iba a Caracas, ya fallecida Anita (su esposa), a arreglar asuntos familiares. Yo le decía que no se preocupara. En Panamá también le esperaban para ayudarlo en su vuelo. Él, sin embargo, insistía”.

Tal vez Facundo adivinaba o intuía que a su amigo le sentaba mejor Argentina que Venezuela en esas horas de tribulación afectiva que se tapan con labores, pero que están allí, agazapadas esperando la soledad para coger aire y agigantar nostalgias. Tenían una amistad de muy vieja data surgida en Argentina, el país donde se habían conocido desde hacía más de 35 años cuando Percy David Llanos llegó a Córdoba procedente de Perú, su país natal, a estudiar y a sentar cátedra radial con su programa “El discotecario de la noche”. La amistad se había agigantado al convertirse Percy en su representante para toda Latinoamérica.

“Me puse en el asiento trasero, detrás de Facundo. El señor Fariñas se sentó frente al volante. Detrás de nosotros iban escoltas y personal amigo del equipo de trabajo, por ejemplo, nuestro sonidista”.

En marzo de 2011, y en Madrid, Percy Llanos perdió a su esposa. Cuatro meses después, en Guatemala, ocurrió el asesinato de su amigo y representado, Facundo Cabral, estando juntos, en el mismo vehículo. Todo ocurrió mientras hablaban. Este 9 de julio se cumplen diez años de los hechos que acabaron con la vida física del trovador universal.

“No había manera de bajar a Facundo del puesto delantero porque siempre le gustó estar de copiloto. Me pasaba con él y con otros representados como Marcel (Marceau). Yo monté, exactamente detrás de él, no en otro auto, como se dijo, sino en el mismo auto, en el puesto de atrás. No era lo que habíamos previsto pero el productor del espectáculo en Guatemala se excusó de trasladarnos al aeropuerto y Henry Fariñas, quien había sido el productor de los conciertos en Nicaragua, se ofreció a trasladarnos al aeropuerto desde el hotel donde estábamos alojados. Fariñas era un devoto de Facundo y en Managua hasta le había obsequiado las obras completas de Rubén Darío a raíz de una anécdota que contó Cabral que le pasó con Jorge Luis Borges. Todo estaba muy bien. Todavía no eran las seis de la mañana”.

Los ojos de Percy Llanos, tan acostumbrados a expresar el deleite cuando escucha música, esta vez estaban muy pequeños. Hombre serio, y seguramente enseñado a no llorar en público, no lloraba esta vez, pero sí lo había hecho la noche anterior, y a raudales recordando a su esposa Anita Giménez, actriz y empresaria, amiga, confidente, la mujer de la sonrisa eterna, la que aupó tanto a Carlos Giménez, su hermano, para que echara a andar el Festival de Teatro de Caracas a bordo de “Rajatabla”.

Con los ojos empequeñecidos y las manos en descanso, Percy prosiguió su relato. Estaba, por fin, en Caracas, ciudad amada porque le acogió con cariño y oportunidades cuando llegó a ella procedente de Argentina. Junto a él estaba Horacio Carbia, viejo amigo, esposo de la señora del tango, Hilda Martí. Era diciembre de 2011 y no habían transcurrido todavía seis meses desde los sucesos de Guatemala.

“Me puse en el asiento trasero, detrás de Facundo. El señor Fariñas se sentó frente al volante. Detrás de nosotros iban escoltas y personal amigo del equipo de trabajo, por ejemplo, nuestro sonidista”.

“Facundo insistía en que viajara con él a Buenos Aires, pero nuestros boletos eran diferentes. Él iba a Argentina, donde le esperaba Silvia, su esposa, y yo iba a Caracas, ya fallecida Anita (su esposa), a arreglar asuntos familiares. Yo le decía que no se preocupara. En Panamá también le esperaban para ayudarlo en su vuelo. Él, sin embargo, insistía”.

Tal vez Facundo adivinaba o intuía que a su amigo le sentaba mejor Argentina que Venezuela en esas horas de tribulación afectiva que se tapan con labores, pero que están allí, agazapadas esperando la soledad para coger aire y agigantar nostalgias. Tenían una amistad de muy vieja data surgida en Argentina, el país donde se habían conocido desde hacía más de 35 años cuando Percy David Llanos llegó a Córdoba procedente de Perú, su país natal, a estudiar y a sentar cátedra radial con su programa “El discotecario de la noche”. La amistad se había agigantado al convertirse Percy en su representante para toda Latinoamérica.

“Yo le estaba replicando, y ratificando que viajaría a Caracas cuando de pronto sentimos unos sonidos sordos, pequeños, puf, puf, puf. Eran raros, pero de adentro hacia afuera no veíamos nada, a causa del papel ahumado, un papel grueso y muy oscuro…”.

“Puf, puf, el sonido seguía ante nuestra sorpresa, cuando de pronto me di cuenta de que eran disparos, pero no por el puf puf, que a la final era disparos con silenciador, sino por la metralla inmisericorde que cayó sobre el señor Fariñas. Disparos que estaban hechos como por un gigante, y desde el lado mismo del conductor”.

El también amigo de muchos años buscó aire. A veces los recuerdos parecen asirse al cuello de quien recuerda, como para ahogar, pero en este caso Percy Llanos pudo continuar. “No sé, Lil. No se. Facundo ladeó la cabeza hacia el lado izquierdo y allí quedó. Yo, que venía conversando casi al oído con él, ubicado a su espalda, le vi ladear la cabeza. No se movió más. Vi cuando el señor Fariñas cayó sobre el volante. El peso de su cuerpo atrozmente herido, hizo el resto pues su pie cayó fuertemente sobre el acelerador. Creo que Fariñas me salvó al medio virar el volante como para escapar a la balacera que ya lo estaba dejando sin vida. La camioneta viró hacia la derecha, desenfrenada. Fue así como como se metió contra un vehículo del cuerpo de Bomberos. No fue que Fariñas condujo, fue que la camioneta, ya sin dirección se fue hacia allá”.

Era la madrugada del 9 de julio de 2011, Día de Independencia en Argentina, día del natalicio de Mercedes Sosa y todo acontecía frente a una estación de Bomberos en una avenida llamada Liberación. “Bombero bombero, yo quiero ser bombero (…)”.

Percy Llanos continúa: “Pensaba que todo lo estaba viendo desde la muerte, como si fuera un espectador desde otra dimensión. Pero fue cuando el vehículo se detuvo contra la estación bomberil, que me dije: ‘Percy, ¿qué vamos a hacer, carajo?’

Los bomberos abrieron las puertas. Fariñas tenía las vísceras fuera de su cuerpo. Facundo estaba intacto. Yo no tenía heridas, pero estaba bañado por la sangre de los dos. Le pregunté al bombero ¿Están vivos? Y el bombero me dijo: “El conductor está destrozado, pero tiene pulso… el otro no (…)”.

Luego, a las horas, contaría el sonidista que iba en la camioneta de escoltas que un hombre sacó medio cuerpo erguido desde el vehículo desde donde dispararon. Era una ametralladora.

Los bomberos y las personas que comenzaron a llegar preguntaban, ¿quién es el fallecido? El retumbe del apellido fue inmenso y espantoso: Es Cabral.

“Yo hablé con los bomberos. Tenía miedo. Los sicarios seguramente no sabían que había alguien vivo en la camioneta y vendrían por mí, pensaba. No sabían que yo no sabía, que no había visto nada por lo oscuro del papel ahumado y porque iba hablando con Facundo, atento a sus palabras. Me identifiqué como David (segundo nombre) y les pedí que llamaran a la embajada y al consulado argentino. Fueron los bomberos entonces quienes, comprensivos, me llevaron a un cuarto a que me lavara. Yo bajé de esa camioneta con mi maletín, y pude ponerme ropa limpia. Por eso, cuando comenzó a llegar la prensa, no me identificaban. Me preguntaban: Hay una tercera persona: ¿usted la ha visto? Y yo: No, no he visto a nadie. No me podía mirar a mi mismo en ese momento”.

“El personal argentino en Guatemala se ocupó de mí. No quería estar solo. No quería caminar por ninguna parte, no quería pasar por el hotel. Me llevaron a otro, y fue tal el aparataje de seguridad que parecía un artista, paradójicamente”. Ellos se ocuparon de Facundo con tanta diligencia como tristeza. Hablé con Silvia, la esposa de Facundo. Venezolana ¿sabés?”. Sabíamos.

“Ella me dijo que no viajaría a Guatemala y que lo esperaría en Buenos Aires. Preguntó a dónde iría yo. Le dije: ‘a dónde le decía a Facundo cuando la muerte nos separó’: A Caracas”.

En Caracas Percy todavía tenía muchas amistades y conexiones profesionales derivadas de su compañía de representaciones artísticas, “Contemporánea” y también estaba su apartamento, el que por tanto tiempo compartió con Anita. Hacia 2003 se trasladaría a Madrid con la esposa y las hijas, y con la empresa.

No quiso hablar con nadie. Se sentía perseguido. No sabía detalles mayores. Solo sabía que él y Fariñas estaban vivos, y que Facundo había fallecido víctima de lo que tanto había combatido con su canto de paz.

Al preguntarle a Percy cuál sería su futuro inmediato, respondió: Seguir representando a artistas y a personajes útiles, como homenaje eterno a mi amigo Facundo”.

Para 2013 Percy, y su hija Gabriela escribieron el libro “Facundo Cabral. Crónica de sus últimos días” para la editorial Alfa.

Percy Llanos falleció en Madrid el 4 de abril de 2018, a los 75 años. Le sobreviven sus dos hijas, Gabriela y Mariana, y su viuda, venezolana. Alejandro Jiménez, “el palidejo”, autor intelectual del atentado a Henry Fariñas, y el propio Fariñas están privados de libertad.

Una vez cantó Cabral: “No vayas a creer que con un tiro vas a cambiar el argumento del maestro”. Si Señor”.

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