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El tráfico de armas

José M. Tojeira
José M. Tojeira

José M. Tojeira

Recientemente ha ocupado un cierto lugar en los periódicos el caso que inculpa a algunos militares en tráfico de armas. Como de costumbre vemos más el escándalo de que algunos militares hayan traficado con armamento, sick and que el problema de las armas en El Salvador. El tráfico de algunos militares es secundario al lado de la cantidad de armas que existen en El Salvador. Y salvo algunas campañas contra la tenencia de armas que hubo en un pasado que se va ya alejando (por cierto campañas realmente bien diseñadas), seek nada se ha reflexionado formal y oficialmente sobre un problema grave en El Salvador. La abundancia de armas, tanto de tenencia legal como ilegal, es exagerada. Lo mismo que el número de homicidios, que supera lo que podríamos definir como una triple epidemia. Y lo impresionante es que más del ochenta por ciento de los asesinatos se cometen con armas de fuego, sin que casi nadie se cuestione el problema de la abundancia de armas que circulan en nuestro país y el gran número de personas que tienen licencia de tenencia y portación de armas.

Las armas son ciertamente un mal. Pero dado que es imposible erradicar ese mal en nuestra sociedad, es imprescindible concentrar la tenencia en las menos manos posibles y mantener además una supervisión exhaustiva sobre quienes las portan. No es posible que a principios de este siglo fuéramos en algún momento uno de los principales importadores de armas cortas. Un estudio reciente insistía en que así como las drogas suben hacia el norte, las armas bajan legalmente hacia el sur, sembrando de muerte y crímenes nuestras tierras. Enfrentar el problema del exceso de armas en El Salvador es una necesidad, si nos tomamos en serio la necesidad de bajar el número de homicidios. No es la única medida que hay que tomar, pero sí es una de las cinco medidas más importantes. Rechazar esa medida es simple y sencillamente apostar a la continuación de los homicidios.

Y no sirve decir, como se nos repite hasta la saciedad, que las armas son necesarias para que los buenos ciudadanos se defiendan. Los verdaderamente buenos ciudadanos en un altísimo porcentaje, no saben manejar bien las armas. De modo que el simple hecho de tenerlas ya entraña un peligro. Pero además quien debe defender a los ciudadanos es el Estado, y no esa especie de matonería que a veces se nos pega viendo películas. El argumento favorable a las armas en manos de buenos ciudadanos es absurdo, porque si realmente se creyera en él habría que dotar de armas a un alto porcentaje de personas. A no ser que se piense que los buenos ciudadanos no llegan en el país al setenta o al ochenta por ciento de los mismos. En general está demostrado que a mayor número de armas de fuego en la calle el número de homicidios aumenta. Y por supuesto no está demostrado que quienes tengan armas sean los mejores ciudadanos. Otra cosa es que una mezcla de ridículo machismo con intereses económicos nos quiera decir lo contrario. Uno de los sociólogos y pensadores contemporáneos más agudos, Pierre Bourdieu, decía que “la virilidad es un concepto eminentemente relacional, construido por y para los hombres, y en contra de la feminidad, en una especie de miedo a lo femenino y en primer lugar a sí mismo”. En otras palabras, y aplicándola a quienes se creen más cuando tienen un arma; el que se crea más macho por tener un arma, al final de lo único que no está seguro es de su hombría. Como tampoco está seguro de su propia racionalidad y sentimientos.

Las armas en manos privadas son un peligro. Es cierto que es difícil despistolizar El Salvador. Pero hay que buscar sistemáticamente reducir el número de armas en la calle y en manos privadas. Se le debe dar un papel mucho más activo en esta tarea de despistolización a los agentes del CAM, además de mantener formas de control de parte de la PNC. La legislación tiene que ayudar este tipo de proceso. El arma de fuego no es una prolongación de la personalidad ni un derecho inalienable unido a la para algunos sacrosanta propiedad privada. El arma de fuego es un peligro. Un peligro que con frecuencia le gusta más a quienes están peor preparados sicológicamente para portarlo. La racionalidad y la conveniencia pública, en este sentido, indican que armas solamente deben tenerlas y portarlas aquellas personas que están sujetas a entrenamiento y control permanente y que están al mismo tiempo vinculadas a los cuerpos de seguridad del estado. Incluso las grandes compañías de seguridad privadas deben tener un control mucho mayor y, en el futuro, ojalá que próximo, sufrir una revisión que limite calibres y capacidades de portar armas según sean las tareas que se les encomienden. No es necesario que todo vigilante, por el hecho de serlo tenga que ir armado. “Armas ni de juguete”, decía la inteligente campaña lanzada en El Salvador hace algunos años. Renovar este tipo de campañas, en vez de gastar dinero en decir cada institución del estado, municipio, etc., que hacemos esto y lo otro, sería mucho más inteligente y positivo. Esa fiebre de gastar dinero presumiendo de lo poco que se hace es ridícula y parte de la estupidez subdesarrollada de nuestros políticos. Tener en los medios campañas educativas por parte de los Ministerios en vez de autopropaganda haría mucho más fácil y honroso dar después cuenta de los egresos públicos cuando el ciudadano preguntara cuánto se gasta en propaganda y publicidad.

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