Óscar Nájera,
Escritor y poeta
Era medio día y yo había salido temprano de clases, llegué al pequeño comedor que mi madre tenía. El comedor estaba ubicado cercano a un cine en una famosa avenida de San Salvador. Un lugar donde el tiempo pasa como los gobiernos de diferentes banderas, pero la pobreza se ancló, un país donde la injusticia llegó y se quedó.
Me senté en una de las bancas en la acera frente al comedor, observaba a mi madre cocinar. Ella siempre ponía mucho amor a la labor culinaria, era algo que sabía hacer muy bien, una habilidad heredada de mi abuela.
Los buses pasaban constantemente, pues ahí había una parada de autobuses…
Cojute Cojute…gritaban los cobradores de las que se dirigían a la hermosa ciudad de las neblinas, pero también gritaban: Soyapango, ciudad Delgado, la Dina, Monserrat, etc. Era un concierto de gritos ruleteros.
Como fondo sonaba más de una rockola tocando música de burdel, ”música para borrachos” decía la gente que pasaba caminando, y miraba con despreció lo que solo podían ver frente a su nariz, pero no miraban más allá de lo que la sociedad percibe. No ven a las madres trabajadoras, hombres y mujeres con ganas de progresar y salir de esa pobreza inmensa.
Mi madre había comenzado sus labores desde las cinco de la mañana, preparando el desayuno para la primera venta de ese día, mis hermanos menores y mi hermana habían colaborado en esas labores antes de ir a la escuela.
Posterior a eso, ella había ido al mercado a comprar todo lo necesario para el almuerzo y la cena de ese día.
Mientras cocinaba, cantaba…su voz era bella, conocía la letra de muchas canciones populares de su época de adolescente, así como la música que le gustaba a mis abuelos y la que estaba de moda en ese tiempo. Cantar era un escape para ella, era una distracción para olvidarse un poco de tanta pena..
Comenzó a platicarme que había ahorrado para comprarse un par de zapatos, los que aparte de necesitar le gustaban mucho, pero como no tenía el dinero suficiente para pagarlos, los obtuvo al crédito. Pagó la mitad y el resto lo pagaría en cuota con sus respectivos intereses.
Ella estaba muy contenta, cocinando, cantando y estrenando su nuevo par de zapatos.
Mientras platicábamos, escuchamos un fuerte estruendo. El tráfico disminuyó al grado de detenerse, ya no pasaban ni buses ni otra clase de vehículos.
Pensábamos que había sucedido un atentado.
Minutos después empezaron a aparecer las primeras personas corriendo y el número rápidamente fue aumentando.
“Rápido comienza a guardar las cosas” me grito. Ella creía que podría haber algún enfrentamiento entre los comandos urbanos y los soldados o policía, cosa que era muy común en esa época.
Mientras guardábamos las mesas, sillas, etc. Entre todas las personas que corrían, venía una señora de unos treinta años de edad, parecía secretaria porque portaba un uniforme, venía sin zapatos y quizá se había caído o estuvo cerca del bombazo, porque estaba cubierta de polvo.
Mi madre le habló, trató de calmarla ya que la señora no sabía ni dónde estaba, le dio agua..
Cuando la señora se calmó, mi madre le dijo cuál era el rumbo para donde ella tenía que dirigirse, a continuación mi madre se quitó sus zapatos nuevos y se los dio a la señora, fue una casualidad que calzaran la misma talla.
La señora ya estaba más calmada y continuó su camino huyendo del peligro.
Le pregunté a mi madre: ¿Por qué le dio los zapatos nuevos? Ella me respondió: cuando regales algo, da lo que tienes no lo que te sobre.
Fue a buscar sus viejos zapatos y continuó con sus labores.
Así era mi madre, una mujer con un carácter fuerte, pero muy noble, siempre ayudaba al que necesitaba.
Ese día aprendí una de las tantas lecciones de vida que me enseñó mi hermosa madre, una vez más vi lo noble que era…una madre abnegada que trabajaba para sus hijos.
Estábamos cerca de la guardia y la policía, los carros y pick ups de estos cuerpos de seguridad se movilizaban como hormigas locas.
Encendí la radio para enterarme de lo que ocurría.
En el noticiero dijeron que habían detonado una bomba en una sede de trabajadores organizados.
Más tarde me enteré que habían asesinado a Febe.
Ese día apagaron la luz de sus hermosos ojos , callaron su bella y fuerte voz, estandarte de lucha y liberación de la clase obrera.
Los hijos de Febe quedaron en orfandad… Casi dos años más tarde, yo también dejé de escuchar la angelical voz de mi madre.