Por David Alfaro
14/08/2025
Bukele ha hecho de la política un carnaval de disfraces. Arrancó como alcalde del FMLN, hablando como izquierdista de cafetín, pero no le tembló el pulso para fundar su propio partido y terminar abrazando el mercantilismo más extremo que tanto decía criticar. No fue un cambio de convicciones, fue un cambio de cálculo: siempre estar donde más convenga para seguir en hueviando.
En lo religioso también ha sabido “reinventarse”. De raíces musulmanas, pasó a presentarse como evangélico fervoroso, bien pegado a los pastores que mueven multitudes. Con tono de predicador y versículos bíblicos bajo el brazo, vende su “guerra contra las pandillas” como una misión divina. Claro, sin mencionar que antes se reunió en lo oscurito con esos mismos grupos para negociar la paz a su manera.
En seguridad, la promesa de paz se convirtió en un régimen de excepción sin fecha de caducidad, con miles de arrestos sin juicio, incluidos menores, y un recorte silencioso de derechos. Todo bien empacado con discursos patrioteros y propaganda que pinta la represión como milagro nacional.
Afuera, la imagen del “presidente cool” ya no brilla tanto. Cada vez más lo ven como un dictador de manual: acaparando poder, cambiando leyes a su medida, reprimiendo a la prensa y preparando el camino para quedarse en el trono el tiempo que quiera.
Bukele ha sido camaleón, estratega y actor de primera. Se cambia de colores y de credo como quien cambia de camisa. Pero ya sabemos: los disfraces no duran para siempre. Y cuando se caiga el último, quedará claro que lo suyo nunca fue gobernar para todos, sino gobernar para seguir gobernando y seguir saqueando…
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