Caralvá
Intimissimun
“ahí no habrá nunca más primavera, el reposo de la tarde sobre los sembrados. No habrá sembrados. Cada cosa tiene un precio que los inocentes siempre acaban pagando” Salvador Espriú (España)
Vilma Miranda tomó un novela para olvidar el tiempo que necesitaba perder, hojeó despacio las amarillentas páginas de aquél texto, observó las letras en disposición universal, las vocales interpuestas entre consonantes; vestía una blusa rosa y bluejeans, porque iría a una zona guerrillera, seguía leyendo rápidamente sin intención de terminar, solo de explorar el texto: “Vine a Comala porque me dijeron que acá vivía mi padre” y “Dio un golpe contrala tierra y se fue desmoronando como si fuera un montón de piedras”.
Cerró el libro manteniendo la vista fija en cualquier parte del estudio, recordó el nombre del libro: Pedro Páramo de Juan Rulfo, un libro que acompaña mucho a El Salvador día tras día entre campos y veredas, entre basureros del Plan del Pino, La Chacra, El Playón o el kilómetro 28 de la carretera a Chalatenango.
Vilma continuó sujetando a Pedro Páramo, sus manos conservaban un tanto del talco de los guantes quirúrgicos, la operación de aquella noche fue tremenda, él había llegado con el preludio agitante de las sirenas, ese rutinario ruido emergente, al que ya estamos acostumbradas -se dijo- pero a lo que una nunca se acostumbra es a ser indiferente ante cada paciente, menos cuando el “accidente” ha sido programado.
Llegó desfigurado por un balazo de G-3, una odia esas armas porque hacen unas heridas bárbaras, sino mutilan un brazo, arrancan un pie, destruyen las manos o abren de tajo como cuchillo, recuerdo aquel niño en San Vicente, esas balas habían matado a sus padres, mientras otra le mutilaba su bracito.
Vilma alargó su meditación en las salas de cirugía conocida como Vietnam, en la sección de Emergencia del Hospital Rosales.
El muchacho recién llegado tenía 14 o 15 años, con una herida que penetra por el estómago y sale por el vértice del pulmón derecho, tiene un pedazo de pulmón expuesto y la bala destrozó de tajo la cara, su rostro es una masa deforme sin boca, sin nariz, su mandíbula es un colgajo de carne rojo sin dientes, no se distingue su lengua, sin embargo, sus ojos recuerdan la juventud rebelde, su mirada es la de un niño travieso que pide no le castiguen; Vilma no pudo contener su dolor, lloró por un joven desconocido, por efecto de la injusticia ese joven puede ser cualquiera.
Las enfermeras se dispusieron para una larga operación.
De prisa prepararon todo.
“Previa asepsia y antisepsia” comenzamos la intervención.
En aquella cirugía amanecimos, al terminar una tiene ese malestar del cuerpo similar al agotamiento total, como sed e impotencia simultáneos, la instrumentalista me contó que el muchacho estaba en el cuarto de su hermano, a quién buscaban los Escuadrones de la Muerte, al oír el escándalo de los paramilitares que tomaron la casa por asalto, Cristóbal se refugió bajo la cama, los sujetos dispararon, el resto lo hemos vivido aquí, Cristóbal no viviría 4 horas más.
La Dra. Vilma Miranda continuó hojeado el libro sin prisa, angustiada tal vez por el retraso de la llegada del conecte, pero al fin llegó Raúl, que le dijo vas a ir a San Vicente, allá necesitan de tu conocimiento de cirugía.
La Dra. Vilma Miranda llegó a la zona guerrillera horas antes que el ejército lanzara un fuerte operativo de combate.
La Dra. Vilma Miranda desapareció y nuestro recuerdo por ella permanece intacto décadas después. amazon.com/author/csarcaralv

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