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Franco Huixtemi, docente de náhuat, ha trabajado de cerca con las comunidades, y conoce muchas de las historias de los abuelos sobrevivientes a la masacre. Foto Diario Co Latino/Iván Escobar

Comunidades indígenas resisten y siguen en luchan contra las estructuras de poder

Iván Escobar
@DiarioCoLatino

Hablar de 1932 aun es doloroso para las comunidades indígenas en El Salvador. No es tan fácil obtener información al respecto. No obstante, su resistencia obedece a una serie de situaciones que a lo largo de casi noventa años han afectado sus vidas y la de sus descendientes.

La mayoría de salvadoreños, por no decir la sociedad completa, “desconoce” qué pasó entre el 21 y 22 de enero de 1932, es decir, hace 89 años. Era un año nuevo, próximo a celebrar elecciones municipales y legislativas, luego del Golpe de Estado, con el cual el general Maximiliano Hernández Martínez, un mes antes había llegado a la Presidencia, iniciando una oscura dictadura que se prolongaría por catorce años.

La masacre indígena del 32, como es conocida en los ámbitos académicos e investigativos, se ejecutó por orden del General, quien temeroso aquellos días, del fantasma del Comunismo Internacional, acusó a las poblaciones indígenas del occidente del país, así como otras localidades, que fueron masacradas a punta de fusil.

Las poblaciones indígenas lucharon contra los militares, en clara desventaja armamentista, y poca experiencia ante un conflicto que desbordaba el malestar de la población por las innumerables violaciones a sus derechos, y desde finales de 1800, con la expropiación de las tierras comunales y ejidales de los pueblos indígenas.

¿Un tema en el olvido?

Este tema durante el período de Martínez, se invisibilizó, y la academia y la literaria acompañó, recuerda, el Dr. Rafael Lara Martínez, investigador académico y conocedor del tema.

“1932 no tiene un solo mes –enero– sino doce meses que la historia suele olvidar”, comenta el académico, al consultarle respecto al por qué muchos ignoran la fecha hoy en día.

En sus investigaciones Lara Martínez, advierte que la intencionalidad por ocultar todo lo del 32, ha quedado al descubierto hoy en día. El Boletín de la Biblioteca Nacional, que comenzó a publicarse en 1932 “incluye a casi todos los autores de prestigio. Al eliminarlo de la documentación primaria, las ciencias sociales inventan un 32 sin 1932, es decir, omiten la apertura dictatorial a la ciudad letrada”, comenta.

Y añade que el 32 implica cuatro eventos en El Salvador, que no pueden olvidarse: “El golpe de Estado y apoyo intelectual; Revuelta y falta de apoyo intelectual; Matanza y conciencia, denuncia tardía; y política cultural de Maximiliano Hernández Martínez y apoyo intelectual (…)”. Este punto, considera Lara Martínez es importante analizarlo a fondo, porque si bien mucha de la intelectualidad del país, no denunció los sucesos, y comenzó a construir un país, sin hablar de la masacre.

“Podríamos hacer una antología de 1932 sin mencionar la matanza”, comenta de forma irónica el también autor de muchas investigaciones relacionadas con el tema indígena y la lengua náhuat.

Feliciano Ama, líder indígena que fue ejecutado durante la masacre del 32, por militares. Foto Diario Co Latino/Iván Escobar

La voz indígena se silenció

Los sucesos del 32, llevaron a las poblaciones indígenas a ocultarse. Guardar silencio fue una decisión que perduró por muchos años, negar su identidad en público, silenciar su lengua ancestral, el náhuat; y evitar su vestimenta, todo esto con el fin de no ser perseguidos ni marginados.

No obstante, la pobreza extrema y marginación social, ha sido un factor a lo largo de estas casi 90 años entre las poblaciones indígenas del país, una muestra de que la masacre, sepultó la identidad indígena en El Salvador.

Franco Huixtemi, docente de náhuat, quien en los últimos años ha trabajado de cerca con las comunidades, y conoce muchas de las historias de los abuelos sobrevivientes a la masacre, cree que el desconocimiento en la sociedad actual sobre lo sucedido, tiene a la base la desinformación, la falta de educación, y la utilización política del tema.

“La educación que hemos tenido no ha sido basada en memoria histórica, y si ha pasado (que) los grupos que lo cuentan, (y) lo hacen a su favor”, precisa. En tanto subraya que es una historia “que está pintada al color del grupo que te lo cuente”.

Para este docente, es preocupante que esta educación no permita interiorizar a la población en su raíz, particularmente las nuevas generaciones ven el tema como ajeno, incluso en el interior de las comunidades. “Viven el día a día, pero no traen un ayer en la memoria”, lamenta.

Por ello, en su labor docente Huixtemi, procura dar los elementos básicos del aprendizaje del náhuat, el cual ha cultivado con el contacto directo con los abuelos y maestros en las distintas comunidades de la zona occidental, pero aprovecha para dar a conocer investigaciones, literatura, documentales y todo aquello que hable del 32, a modo de que las personas tengan una base identitaria, y fortalecer el aprendizaje con el náhuat.

Considera que las comunidades indígenas hoy en día enfrentan grandes retos, como son: el que se les garantice a través del cumplimiento de normativas internacionales, que se les devuelvan sus tierras ancestrales, y les permitan ser comunidades auto sostenibles, gozando del respaldo del Estado; permitirles desarrollar sus costumbres y tradiciones, entre otros.

“Las poblaciones indígenas tienen grandes retos, luchar porque la lengua no muera, ese es uno grande (…) se está haciendo mucho, pero falta mucho por hacer. El reto también de mantener la vestimenta”, añade Huixtemi.

Es de destacar, cómo hoy en día, las poblaciones organizadas como en el municipio de Izalco, en el departamento de Sonsonate, una de las poblaciones más golpeadas en 1932, hacen uso de las nuevas tecnologías, y redes sociales para dar a conocer sus ideas, su voz, sus proyectos, como Alcaldía del Común que constantemente se proyecta como un colectivo organizado que trabaja por garantizar los derechos de las poblaciones originarias.

Esto es un avance, para aquellos que durante muchos años vieron a los indígenas al margen de la exigencia de sus derechos. No obstante, hay aún temor a hablar sobre la temática. Es decir, la pesadilla del 32, sigue latente.

Las comunidades para esta semana de enero, específicamente en el occidente del país, han organizado una serie de conmemoraciones por el 89 aniversario de la masacre, pero siguen demandando del Estado un apoyo real. Si bien el país, cuenta con una Política de Pueblos Indígenas, aprobada durante la administración del profesor Salvador Sánchez Cerén; y en la legislatura 2012-2015 se ratificó la Constitución de la República, para reconocer en El Salvador a las poblaciones indígenas. Aún hay deudas.

Hoy las poblaciones originarias en El Salvador exigen al Estado la ratificación del Convenio 169, de la Organización Internacional del Trabajo (OIT), en el cual se reconoce a las poblaciones indígenas. Una deuda aún pendiente, remarca Huixtemi.

No se puede ocultar la historia

La dictadura de Martínez dejó en claro un atropello a los derechos de las poblaciones indígenas, se invisibilizaron estos atropellos, incluso la masacre, y se calificó en un momento, por algunos investigadores allegados al mandatario, como “una necesidad” para frenar la expansión del Comunismo en tierras salvadoreñas.

Hoy en día, el país vive situaciones preocupantes, como el ataque entre las instituciones del Estado, los efectos de una pandemia que ha cobrado la vida de muchas personas, se agudizan problemas sociales que llevaron a la guerra en el pasado, y desde el Gobierno central se califican como “farsa” la guerra y el acuerdo de Paz, que este año cumplió 29 años de su firma.

Recientemente, el exmandatario salvadoreño, Mauricio Funes, expresaba en una entrevista concedida desde Nicaragua, a una televisora local, que “(…) la estructura oligárquica de poder en El Salvador, data de más de 100 años, desde finales del siglo XIX cuando se aprueba la Ley de Extinción de Ejidos, y eso permite el primer proceso de acumulación original de capital que da lugar a la oligarquía salvadoreña (…)”.

Es decir, la concentración de la tierra en pocas manos, una causa que en la historia del país ha dado paso a los conflictos sociales en 1833, en 1932, en la década de los 80s durante el conflicto armado, entre otros sucesos, sigue siendo una realidad; y la principal demanda de las comunidades es recuperar las tierras, y recobrar su identidad, su historia, su memoria.

La herida de 1932 está latente, no obstante poco a poco el velo para ocultar estos hechos, se ha caído, y ha trascendido del ámbito académico, a una realidad, y una resistencia plena de las poblaciones, que hoy exigen y reclaman por sus derechos. “Seguimos vivos”, advirtió un grupo de indígenas recientemente, en una transmisión por una red social, desde Izalco.

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