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¿BUKELE PIDIÓ PERMISO A TRUMP Y A LA OLIGARQUÍA SALVADOREÑA PARA TRASTOCAR LA CONSTITUCIÓN?

Por David Alfaro
06/08/2025

–El camino de Nayib Bukele hacia la reelección indefinida no se explica sin el visto bueno de dos actores clave: Estados Unidos con su papá Trump como figura central, y su mamá oligarquía salvadoreña que hoy guarda un silencio cómodo y cómplice–.

No, Bukele no mandó una carta formal pidiendo permiso para violar la Constitución. Lo que hizo fue más eficaz: se alineó con los intereses de quienes realmente mandan. A los sectores conservadores en Washington les ofreció mano dura, control migratorio, estabilidad para las inversiones y una fachada de orden. A los grandes empresarios salvadoreños les garantizó la evasión fiscal, contratos públicos y una estabilidad política que elimina sindicatos, protestas y obstáculos. Es decir, se volvió funcional. Y mientras el negocio fluya, nadie se inmuta. Bukele entregó todo eso. A cambio, recibió un permiso implícito para avanzar en su ruta autoritaria.

Blindaje e impunidad: el verdadero objetivo

Modificar los artículos pétreos de la Constitución (aquellos que prohibían la reelección para evitar el retorno de dictadores) era impensable hace unos años. Hoy es una realidad. No porque el pueblo lo pidió, sino porque los poderes reales lo permitieron. Bukele necesita permanecer no solo por sed de poder, sino por temor a rendir cuentas.

Sin poder, no hay protección. Y sin protección, la justicia, nacional o internacional, podría alcanzar sus actos: corrupción, saqueo, pactos con pandillas, desapariciones, abusos de poder. Por eso necesita más tiempo, más fuero, más control.

¿Y el pueblo?

Lo trágico es que mientras los acuerdos entre cúpulas se sellaban en lo oscuro, el pueblo fue invitado a la fiesta como público, no como protagonista. Le pusieron luces, música y promesas de seguridad, y muchos aplaudieron creyendo que esto es democracia. Pero detrás del show hay otro libreto: el de una República que se desmantela mientras todos miran para otro lado.

Porque lo que está en juego no es solo una elección, sino el alma misma del país. El experimento autoritario salvadoreño avanza con permisos, bendiciones y cómplices. Pero las consecuencias, como siempre, las pagará el pueblo que hoy aplaude y mañana no podrá hablar ni comer.

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