Ya no por pura ambición de poder sino como imperativa necesidad para no ser juzgado por sus crímenes
Por David Alfaro
30/12/2025
En una entrevista reciente con el creador de contenido español @TheGrefg, Bukele dejó al descubierto algo que ya no sorprende, pero sí confirma temores fundados: su deseo explícito de permanecer en el poder más allá de 2033. Su argumento fue revelador por su simpleza y gravedad. Dijo que le resulta muy difícil delegar. En cualquier democracia, esa frase bastaría para encender todas las alarmas.
El problema no es sólo lo que dice, sino lo que ya está haciendo. De cara a las elecciones de 2027, los diputados oficialistas han estirado el período presidencial de cinco a seis años, una maniobra abiertamente inconstitucional que viola artículos pétreos de la Constitución salvadoreña. No es un tecnicismo jurídico, es una ruptura deliberada del orden constitucional, así como lo es y será su reelección indefinida.
La entrevista no fue un desliz ni una broma. Fue una confesión. Bukele no concibe el poder como algo temporal ni delegable, sino como una extensión de su voluntad personal. Eso explica por qué desmontó los contrapesos, subordinó a la Asamblea, capturó la Corte Suprema de Justicia y normalizó la reelección prohibida.
La aspiración de eternizarse en el poder ya no responde únicamente a la ambición política. Responde al miedo. Miedo a rendir cuentas, a enfrentar la justicia por violaciones de derechos humanos, saqueo, corrupción, abuso de poder y crímenes cometidos bajo el régimen de excepción. Permanecer en el cargo se ha vuelto, para Bukele y su círculo, una estrategia de autoprotección.
Cuando un gobernante dice que no puede delegar y al mismo tiempo cambia las reglas para quedarse, no estamos ante un líder fuerte, sino ante un proyecto autoritario en fase avanzada. El poder eterno no es gobernabilidad. Es huida. Y El Salvador está pagando el precio.
Bukele lo justifica todo con eso de la «voluntad popular».
Conviene desmontar otro argumento recurrente del oficialismo. Bukele y su entorno repiten que solo cumplen la voluntad del pueblo y que, si una mayoría desea su reelección indefinida, eso es democracia. Ese planteamiento es falso. La democracia no consiste únicamente en invocar mayorías circunstanciales, sino en gobernar dentro de las reglas que el propio pueblo se dio a través de la Constitución. Cuando se ignoran los límites constitucionales, incluso con aplausos de fanáticos, ya no hay democracia, hay violación del orden legal. Que un sector quiera perpetuar a su líder no convierte ese deseo en legítimo. La reelección prohibida no es voluntad popular, es ruptura constitucional y negación de la República.
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