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Buen vivir y civilización empática

Luis Armando González

Poco a poco, cure   se impone la conciencia de que las sociedades actuales, a escala planetaria, están organizadas de manera contraria no sólo a la humanización de hombres y mujeres, sino en contra de la naturaleza. En términos más graves y generales, que la civilización actual amenaza, con su lógica de consumo insaciable y su productivismo desaforado, la vida en la tierra. No sólo la vida humana, sino también la vida en toda su diversidad y manifestaciones.

La exigencia de un cambio de rumbo se va abriendo paso, en diferentes ambientes y con distintas formulaciones éticas, filosóficas, científicas y religiosas. Nuevas visiones y paradigmas se están construyendo tanto para criticar radicalmente los fundamentos de la civilización actual como para proponer nuevos caminos de organización social, económica y medioambiental, pero también nuevas formas de pensar y de ver la realidad, así como de relacionarnos con los demás.

Estos nuevos paradigmas están en construcción, ciertamente. Pero no parten de cero: se nutren de tradiciones religiosas y éticas, filosofías y enfoques científicos que, siendo algunos de ellos parte de la modernidad occidental, se han plantado críticamente ante ella, manteniendo vivas las ansias humanizadoras y emancipadoras de hombres y mujeres.

El Buen vivir es uno de esos paradigmas que propone, desde una crítica a lo existente, un horizonte esperanzador de organización de la vida social, económica, política y medio ambiental. En otros espacios se ha abordado el tema del Buen vivir.  Por ahora, se quiere dejar establecida su legitimidad como una cosmovisión que puede ayudarnos a caminar por unos derroteros opuestos a la deshumanización predominante.

La apuesta por el Buen vivir, asimismo, hace parte de la conciencia, mencionada antes, acerca de la crisis brutal de las dinámicas productivistas y consumistas de la civilización (capitalista neoliberal) actual. Al igual que intelectuales, filósofos, economistas y luchadores sociales trabajan por poner a punto el paradigma del Buen vivir, en otros ambientes se está trabajando el “paradigma de la empatía”. Jeremy Rifkin ha dedicado un gran esfuerzo a la configuración de ese paradigma, mismo que se recoge en su libro La civilización empática (Barcelona, Paidós, 2010).

Sin duda, se trata de un libro polémico en muchos aspectos, pero lo que nos interesa aquí es resaltar la sensibilidad que el mismo expresa, una sensibilidad acerca de los graves problemas que aquejan a las sociedades actuales, así como de la necesidad de un cambio drástico de rumbo. Quizás la propuesta de una “civilización empática” no sea la mejor, e incluso quizás los fundamentos históricos, antropológicos y psicológicos en los que la propuesta descansa no sean todo lo contundentes que Rifkin supone, pero su conciencia sobre los males de las sociedades actuales es firme. Y esa conciencia descansa en una severa crítica de la “eficiencia” y del “productivismo”:

“En el nuevo mundo industrial –dice Rifkin— la eficiencia se redefinió en función de maximizar el rendimiento con el mínimo trabajo, tiempo, energía y capital… La eficiencia no tardó en ser adoptada por la industria y fue popularizada en las factorías y los equipos directivos  por Frederik Taylor y sus principios de gestión científica. Desde ahí se introdujo en las escuelas y en la vida pública hasta llegar a las relaciones familiares. La eficiencia se convirtió en la virtud suprema del hombre moderno. Bajo aquel frenesí latía la idea inconsciente, o al menos no expresada, de que ser más eficiente permitía, de algún modo, ahorrar tiempo y engañar a la muerte” (p. 164).

La búsqueda insaciable de la eficiencia lleva a convertirlo todo en un instrumento para alcanzarla, sometiendo a quienes nos rodean a un trato inhumano que ahoga los vínculos de afecto y amor.

“Reestructurar las relaciones económicas y sociales en torno al valor temporal de la eficiencia tiene el efecto de hacer que todas las relaciones sean instrumentales para lograr un rendimiento productivo. Todas las cosas, así como la actividad de cada ser, se convierten en un medio para optimizar la producción. Pero, ¿realmente podemos tratar con eficiencia alguien a quien queremos? ¿Expresaríamos nuestro amor y nuestro afecto, y extenderíamos nuestro cariño y nuestra atención maximizando nuestro rendimiento en una cantidad mínima de tiempo y dedicando un mínimo de trabajo, energía y capital? ¿Podríamos sentir alegría e intimidad de una manera eficiente? ¿Sería posible sentir empatía con otro ser de una manera muy eficaz? Convertir las relaciones en medios eficientes para unos fines productivos destruye el espíritu empático” (Ibíd.).

El “espíritu empático” se mueve en una dirección opuesta a la lógica instrumental, eficientista y productivista.

“Cuando sentimos empatía por otra persona, esta vivencia es una afirmación de nuestra existencia y una celebración de nuestra vida. Los momentos empáticos son las experiencias más vivas que podemos tener. Nos sentimos supervivos porque en el acto empático,  que empieza siendo incorpóreo, ‘trascendemos’ nuestros límites físicos y durante un breve periodo de tiempo vivimos en un plano incorpóreo compartido y eterno que nos conecta con la vida que nos rodea. Nos sentimos llenos de vida, la nuestra y la de los demás: estamos conectados e integrados en la realidad del aquí y del ahora que crean nuestras relaciones. Cuanto más desarrollada está nuestra conciencia empática, más universal e íntima es nuestra participación en la vida y más profunda es nuestra conciencia de los niveles de la realidad” (p.162).

La conciencia empática llama a “celebrar la vida”, lo cual significa “vivirla a fondo con los demás. Las personas con una empatía superficial  y unas experiencias limitadas viven menos plenamente. Una vida solitaria es una vida menos vivida” (Ibíd.). Lo mismo que lo es una vida que renuncia al cuerpo por considerarlo imperfecto, sujeto a la corrosión y a la muerte. “La empatía trasciende la muerte de una manera muy diferente: en lugar de reprimir la naturaleza temporal de la experiencia corpórea reconoce la fragilidad para poder vivir la vida con plenitud… En lugar de huir de la vida buscamos optimizarla… Sentimos empatía con la lucha de otros contra la muerte y por la vida… Apoyar y confortar a otro y acudir en su ayuda es una afirmación y una celebración de su vida. Ese vínculo común intensifica la propia sensación de estar vivo” (pp. 164-165).

En fin, la apuesta por la empatía –por un vínculo amoroso y afectuoso por los demás, sobre todo por los más vulnerables— es la negación del productivismo eficientista del capitalismo neoliberal de nuestra época.

En la visión de Rifkin, ese productivismo eficientista, con sus perversiones consumistas y de abuso de los recursos naturales, amenaza con poner fin a la vida humana en la tierra. Necesitamos, dice él, una nueva de civilización. Su propuesta es la civilización empática. Otra propuesta, no necesariamente contradictoria con la Rifkin, es la del Buen vivir.

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