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A las presas y presos políticos de El Salvador

Iosu Perales

“Soy el amo de mi destino, soy el capitán de mi alma, “es la frase final del poema Invictus que tanto gustaba recitar a Nelson Mandela durante su cautiverio, en las cárceles del apartheid surafricano.

El poema, escrito por el poeta inglés Wlliam Ernest Henley en 1875, es un canto a la libertad y a la resistencia humana. Mandela se inspiró en él para seguir fortaleciendo su dignidad frente a la humillación y el espíritu de venganza del gobierno racista. Era un prisionero que nunca perdió su libertad de volar por los sueños.

Me viene este poema a la memoria cuando pienso en ustedes, compañeras y compañeros salvadoreños, presos de la autocracia. Frente a la prevaricación de algunos jueces “soy dueño de mi destino” quiere decir que son ustedes quienes deciden y conducen sus caminos a pesar de muros y rejas. “Soy el capitán de mi alma” frente a la desesperanza que inmoviliza.

Compañeras y compañeros, primero de todos quiero darles las gracias por su ejemplo de entereza que nace de la firmeza de su inocencia. Gracias a su lucha, a su sacrificio, fueron posibles cambios políticos en el país que, aunque no nos han llevado todavía a una democracia plena, si han hecho posible que las vidas de todas y todos sean mejores. Lo que ustedes están pasando ahora es una nueva prueba de su lealtad a su libre conciencia. Ustedes pagan la consecuencia de un mal gobierno y de un presidente autócrata que buscan hacer del odio y el rencor sus armas de destrucción de la convivencia y la democracia.

Es ya demasiado el tiempo de prisión que vienen sufriendo a la espera de un juicio que difícilmente será justo, cuando es un hecho que fiscalía, jueces y Gobierno, forman un equipo de carceleros para destruirlos moral y políticamente. Y mientras ustedes esperan, el príncipe de las tinieblas, Bukele, suspende investigaciones de funcionarios próximos a él, denunciados por corrupción en la Lista Engel, publicada por el Departamento de Estado.

A muchos de ustedes los conozco personalmente. Personas íntegras, comprometidas con el pueblo, que se jugaron la vida y ahora están viendo su vida robada por un dictador. Robo de la vida, con todo lo que tiene de irreversible y de doloroso. Pero ni Bukele, ni su fiscal general Rodolfo Delgado, ni el jefe de carceleros Osiris Luna, los pueden mirar a los ojos sin sentir vergüenza. Son gente acomplejada, corrupta, que ha pensado que la mejor defensa es un buen ataque. No tienen la necesaria altura humana y están conduciendo al país al desastre moral como lo desvela sus pactos con la MS13, considerada en Estados Unidos como una organización terrorista.

Ustedes están en prisión por la voluntad de los mismos que ahora corren a enterrar las investigaciones que apuntan al actual gobierno que preside el príncipe de las tinieblas. Fiscales leales al prevaricador Delgado allanan oficinas de otros fiscales que sí investigaban al actual Gobierno, para robar materiales que comprometen a Bukele y su gente.  Tal y como publica el diario Co Latino “estos allanamientos se dan, luego que el ex fiscal Germán Arriaza hablara desde el auto exilio sobre el caso con la agencia de noticias Reuters, donde confirmó que la anterior fiscalía investigaba los casos de corrupción y que fue desmantelada por el Fiscal General impuesto, Rodolfo Delgado a pocos días después de su inicio de gestión”.

¿Qué mejor prueba de culpabilidad de Bukele?

Ahora todos y todas entendemos mejor por qué Bukele ordenó el cese de fiscales y jueces para sustituirlos por otras afines. Se ha cargado la división de poderes y el estado de derecho. El Salvador sufre un escenario predemocrático. Bukele y su equipo funcionan como una oligarquía política que se ha apropiado del Gobierno y de otras instituciones, tomando decisiones sin control de ningún otro organismo del Estado. Bukele es el ejecutivo, es el legislativo, es el judicial, es el poder absoluto. ¡Pobre hombre con tanto poder!

Pienso en las familias de ustedes. En sus angustias, en su rabia, en su deseo de verlos ya libres. Me cuentan en qué condiciones viven ustedes y ello me produce indignación. El régimen carcelario que ustedes soportan, de aislamiento, de carencias, de muy escasas visitas de familiares y de abogados, de asistencia precaria a problemas de salud, es de los más duros de América Latina. En el mundo hay muchos Guantánamo.

Sin embargo, sepan ustedes que no están solos ni solas. Ya están surgiendo por distintos países comités que exigen su libertad. La corrupción judicial y la de muchos funcionarios de Bukele no tendrá un recorrido largo. Lo último que se la ocurrido, atacar a la comunidad internacional que crítica sus decisiones, afirmando que se comporta como los nazis, traspasa todas las líneas rojas. Él mismo príncipe de las tinieblas está trazando el camino para que en muchos países se le considere un apestado.

Pero no quiero seguir hablando del príncipe de las tinieblas, prefiero dirigirme a ustedes. Y lo hago a través de la novela de Mario Benedetti “Primavera con una esquina rota”. En ella, el preso político Santiago le escribe a Graciela, su esposa, diciéndole: “Los barrotes no pueden ser otra cosa que lo que efectivamente son. No hay barrotes abiertos y barrotes cerrados. En cambio, una puerta es tantas cosas. Cuando está cerrada es la clausura, la prohibición, el silencio, la rabia. Si se abriera sería la recuperación de la realidad, de la gente querida, de las calles, de los sabores, de los olores, de los sonidos, de las imágenes y el tacto de ser libre”.

Compañeras, compañeros, ustedes están experimentando la opresión de un régimen, de un presidente autócrata. Pero abriremos la puerta, esa que algunos querrían verla siempre cerrada. Lo haremos, lo haréis. Y al hacerlo escribiremos de nuevo la palabra libertad, en las paredes, en el aire. En un momento de la novela, Santiago reivindica el orgullo de ser un preso político. Más aún, cuando hijita, dice: “Me siento orgullosa de mi papá, que tuvo tantas buenas ideas y tantas luchas que por eso le metieron preso”.

Estos días vivimos un nuevo aniversario de los Acuerdos de Paz. Estuve en Chapultepec y viví aquel acontecimiento como uno de los más grandes de mi vida. Pasará el tiempo y en el 2100 se seguirá recordando que la gesta de la guerra y la gesta de la paz caminan juntas conquistando nuevos logros democráticos. Pero en 2100 nadie, nadie, se acordará de un tiranuelo de nombre Bukele, del príncipe de las tinieblas, un tipo que fue borrado por la historia.

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