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Ave, Brutus

René Martínez Pineda

En el instante en que, copiando a las casas y pieles derretidas de Hiroshima bajo el calcinante aliento del Tío santo más malo, colapsaron las redes sociales y quedaste desnudo, huérfano, risible, triste e impotente porque no tuviste la oportunidad de subir tu última foto defecando defectos en un pecoso baño público, señor asesor de la miasma pétrea, vi en todito su esplendor apocalíptico, y en toda su algarabía de payaso de circo fracasado tu rostro feo y ordinario ensayando la risa. Me pregunto, señor dirigente popular que odia al pueblo: ¿de qué se ríe tu alma purulenta de drásticas manías? ¿de qué se ríe tu pedófila hacienda que le da las nalgas al volcán para que te masturbes con el recuento frenético del dinero del pueblo con que la compraste? ¿de qué se ríen tus familiares y amantes bisexuales que tienen rostro de cómplices mandatos mientras los desempleados crónicos que pululan en el parque Libertad ponen en cautiverio los ojos al ver las palomas buscando ilusorios granos de arroz?

Aquí, en la despreciada y depreciada placenta de la calle, pasa la vida y no pasa nada porque el pasado se niega a pasar; caminan las cosas que está prohibido decir en voz alta para no alterar el sueño del corrupto consuetudinario que tiene bajo llave la fórmula de Matusalén; los estudiantes, otrora revolucionarios, y los sindicalistas, otrora como la miel, se niegan a poner los puntos sobre las íes de la traición para que no les quiten los puntos sobre las jotas del jugoso soborno. Por eso, señor líder de la miseria de los tuyos, pregunto: ¿de qué putas te ríes? ¿de nosotros, los utopistas que seguimos creyendo que se puede construir un mejor país sobre las ruinas del peor? Nadie mejor que vos -Brutus malnacido nacido en un cantón marginal que te alimentó con atol en lugar de leche porque el dinero no alcanzaba- conocés la ley acre de los olvidados por el trepidante progreso capitalista; vos, señor dirigente de una tétrica jauría de ladrones y traidores al discurso revolucionario, sos el vivo retrato del implacable oprimido-opresor en el que pensó Martín-Baró cuando escuchó el último disparo, tan cruel y despiadado con tu pueblo y tan servil al patrón de sangre azul como la bandera patria de una patria que tiene pocos patriotas porque la mayoría carece de patrimonio.

Vos, señor dirigente de cómplices históricos que serán olvidados por la historia de los mártires buenos, has traicionado las cositas que los pobres tienen como patrimonio vitalicio, mientras el gringo de ojos azules y manos blancas redacta caninas cláusulas de cobro sin Alzheimer; vos –y tu séquito de cabrones a los que les encanta meter la lengua donde la espalda cambia de nombre- has traicionado los juguetes del niño pobre, has traicionado las ilusiones juveniles que vagan por las calles empedradas del barrio sin estirpe, has traicionado los sueños por cumplir de las ancianas que se niegan a morir antes de conocer el paraíso prometido por un Moisés demagogo, escatológico y asilado. Entonces, señor jefe de jefes del Estado Mayor Conjunto de la Injustica Social, no pongás cara de indignado si te hago preguntas retóricas y pletóricas. Aquí, en las sinuosas calles atiborradas de vendedores ambulantes sin etnografías y en las aulas repletas de mentes en busca de autoría sobre la historia, tus voceros de las consignas que tuvieron un pasado honroso y tus gendarmes privados que guardan el secreto de tus perversiones de mierda asesinan la memoria colectiva de los que mueren siendo humildes, mientras sus hijos lloran de rabia esperando que les toque el turno del ofendido para ser el unicornio azul del Conde de Montecristo.

Allí, donde el cenzontle quema sus alas y el horizonte muere de hastío para que el cementerio municipal descanse en paz, la democracia es humor negro y la Constitución un catálogo de posiciones sexuales más audaces que el Kama Sutra de un sucio burdel pueblerino; allí, la vida se muerde a sí misma en la cárcel de la pobreza para saberse viva; aquí, en este territorio sin mapa ni brújula tu cúpula de miserables hizo sufrir al hombre santo e hizo llorar a la mujer heroica que inventa manjares para sus hijos hambrientos… y eso es una traición de lesa humanidad que se repite por tu sola presencia. No te has dado cuenta, señor militante de la traición impensada en tiempos de guerra, que vos –y tus secuaces que hace poco estaban del otro lado de la utopía masacrando al pueblo- sos el corroído mástil de un barco pirata que naufraga llevándose consigo el fabuloso botín de dos siglos.

Vos, señor dirigente mediocre que engulle la sangre del mártir, sos el firmante de un testamento sin herederos; sos el autor material del contrato de funcionarios que sólo funcionaban para el robo lujurioso; sos el hijo putativo del político que tiene más grande la lengua que el cerebro; sos el inventor de votantes que votaban sin poder botar a nadie tras el tercer engaño; sos el accionista secreto de los medios de información que desinforman; sos el director de la escuela que enseña la ignorancia deliciosa; sos el rector inconfeso de la educación superior que titula para trabajar por una vida inferior. Bajo tu amargo mando de dictámenes tutelados y sifilíticos, señor dirigente del mar rojo convertido en mar muerto, los jueces condenaron a cadena perpetua al que robó un celular y a pocas horas de trabajo comunitario al que robó millones o abusó de una niña del pueblo.

En la hora exacta en que entraste en agonía porque las redes sociales estaban tan caídas como la blanca barba de tus huevos verdes, vos, señor feligrés de la iglesia de los santos neoliberales de los últimos días, quedaste solo y desnudo padeciendo el síndrome de Brutus, y en esa hora todos recordamos que fuiste vos el que le enseñó el color del crimen a la policía y pusiste como su director al dueño de agencias privadas de seguridad para que la delincuencia siguiera siendo un negocio tan redondo y diluviano como tus nalgas de oso; bajo tus mandatos inicuos, la miseria se hizo más colectiva y la plusvalía más privada; por tu culpa, el dinero tiene más protección que la gente que camina por las calles desoladas de la madrugada de las horas extras sin pago extra; con tu mentira colosal nos enseñaste que la verdad es más dura que un martillo sediento de clavos.

Vos, señor dirigente de los espectros de la traición, rompiste la tierra para sembrar desilusiones; regaste pesticidas para impedir el brote de la primavera del pobre; envenenaste la levadura de la revolución recién horneada para matar los besos sabrosos; el pueblo fue la negra copa de tu delirium tremen pecuniario sin límites marinos ni caducidad; pretendés renacer en la cuna donde el traidor y el verdugo se creen miradas inmunes a la muerte. Pero llegará el día, señor pastor de la soledad, en que verás crecer maizales dispuestos para la tortilla colectiva; verás el país inundado de huracanes sin miedo a la libertad limpiando los caminos de los siglos de la oscuridad del destrozo; nos llevaste a tocar fondo cuando robaste los fondos del Estado y condenaste a la poesía para que no tomara partido en las elecciones por la vida, y entonces comprendimos que había cicuta en tu cruenta saliva salida de la última Caja de Pandora en la que te has ocultado durante treinta y dos años.

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