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Soy un caso, un interesante caso

Wilfredo Arriola,
poeta

Mi noche es un incendio, el que alumbra mi desesperanza. Soy un caso, un interesante caso. Ese ojo de mi foto me lo indica, la mitad de mi labio, una fosa de mi nariz, una ceja que lidera mi párpado y mi cabello a los costados, dan fe que en efecto puedo ser un caso, un inagotable caso… como consecuencia a lo dicho, hace falta por descubrir la otra mitad de mi rostro, de mi vida.
¿Qué saben de mí? Tan poco la verdad tan poco, que amo a Sabina, porque no lo veo y lo tengo cuando quiero, que es otra forma de amar, esa bella distancia de no saber quién es alguien sinceramente, y a pesar de eso amarlo, que coincido que es un amor para salvarme de mi misma. Que estudio en una universidad local, que la visito casi siempre con olor a tequila, ron y desvelo. Que tengo un gato que duerme cuando me cuida, que aparte amo bailar cuando la orquesta es la risa de mi madre, que de a poco amo sentirme bella, por la moda, el sigilo, el maquillaje, el semi-glamour acomodado a mi cuerpo de joven, ausente por dentro y presente por fuera. Que desde hace poco mantengo una relación con un poeta, que digo y él responde, que confieso y él asiente, que devela y yo me asombro y me vuelvo frágil como el asombro.
No como de la manera que debiera, he sustituido el alcohol por la comida y cuando el sol quiebra el cristal de las ventanas me dan un poco de ganas de vivir. Pero vuelvo la mirada hacia adentro de un apartamento donde tengo unas vecinas que debo de contentar por mis desordenes musicales al amanecer. Veo hacia adentro, miro mi gato, y reitero a qué sabe la perfección, acaricio con los oídos a Sabina; observo la computadora con la pantalla tenue aun, por el ardor de los ojos, recordándome un paso corto de hace unas horas. Vuelvo caminando algo lerda, borracha de mí y escribo en el espacio pequeño del chat, a ese mismo escritor y replico: «Así es mi vida» (me ha definido tal cual soy y no le ha costado nada).
Vuelvo a ver hacia los lados y nada ha cambiado, nada. Que te describan no altera las cosas sólo las desnuda, aunque saber la verdad tal cual, también devela caminos. Ahora que sé el camino y que sé que tengo piernas para caminar y algo no me deja –me detiene como el miedo-. Mi único soplo es mi medio respirar.
«No existe un dolor que no merezca ser compadecido». Leía hace unos días en un libro de cuyo autor ya no recuerdo, pero me duele y eso siempre estará y no se lo llevará el olvido, frases recurrentes como flechas en una guerra sin atacantes, mi razón el escenario y las flechas dardos en la diana de mi mente. «Los que no se quieren siempre están queriendo cosas equivocadas». Decía, decía…
¿Por qué no podemos olvidar el dolor, como olvidamos el autor de cualquier frase? ¿Por qué se nos olvida la fecha de algún cumpleaños especial de un ser querido, y no el dolor? ¿Por qué? ¿Por qué el dolor siempre está como inquilino? A la hora de encontrar respuestas, la explicación que más te incomode, esa es la correcta.

Debería de notificarle a quien pago la renta de este apartamento, que siento que ya no es mío, que desde hace un día no vivo sola. Luego reitero: claro, aunque no olvido nunca a Paulo Freire, es el libro que leo actualmente «Pedagogía del oprimido» mientras Freire me mira de reojo, y sabe que estoy, aunque sea a medias, pero estoy, que no lo olvido. El arte de enseñar puede ser tan inmenso, pero se tiene que abordar de la manera más responsable y quizás para eso estudio… no lo sé, ahora sé poco hay veces que el recuerdo, el olvido y la borrachera no concuerdan, si se miran en la calle no se saludan, incluso ni se buscaran con la mirada aunque pareciesen tan unidos, como suelo estar yo, aunque dentro de mí solo hayan pedazos de la que fui.

Freire lo sabe y mis vecinos deberían de saber también que ya no vivo sola, que está conmigo Paulo y mi dolor, acompañándome con su sigiloso silencio y yo con mi lamentable ruido. En mi aventura que mide una década adentro de sus cuatro paredes, y ahora intuyo, ¿Serán estás las estaciones del tiempo? ¿Estás cuatro paredes? Será que aquí hay invierno, verano, otoño y primave… No primavera ni la termino de pronunciar, es un estado que por el momento no se parece nada a mi vida, porque parece ser un crudo invierno que hace que llueva ron, sí, ron en mi casa… veo ron por todas partes menos en la botella que lo contiene, esa, la veo como un pequeño infierno porque sé que se va a acabar y no quiero siquiera imaginar su fin, es como decirle adiós a mi anestesia y para el dolor no hay nada peor que estar consiente, sí, consiente de uno mismo.

Me tomo otro trago y siento que nada ingiero, quizás esté borracha, quizás me he excedido este día, raro porque no es de noche, y de día nada parece perfecto, el recuerdo no puede ser perfecto y quien lo crea tiene mala su realidad. No quiero comer y me veo y percibo una extraña sensación de nostalgia. Suena otra canción, la olvido por un momento y canto como si toda mi casa fuera una ducha y nadie me escucha y es en efecto, nadie solo mis fantasmas; creo que hasta ellos se han ido. ¿Qué podría darles yo a ellos? Ni la sensación de ver mi miedo reflejado por ellos, yo en si soy un miedo latente, un miedo que no conoce todavía su final.

Pasa el día, no me concentro, esto es un día interminable como quería que fuera cuando empezó todo. No en este momento, quiero que sea rápido, fugaz, se me es imposible concentrarme. La auto conversación no se me da. No me da analizar ciertas canciones que amigos con su fina sutileza me invitan a escuchar, a esta hora hasta Silvio me parece pesado, también el cielo y el inédito color de mi recamara. Todo gira, los vértigos se apoderan de mí como cuando sentí las contracciones emocionales de esas mariposas que le llaman, estúpidas emociones. No es día inteligente, la etiqueta de ron ha mentido con sus indefensas indicaciones con etiqueta parafernalia. La Resaca no es así, perdón la borrachera porque lo sigo estando. ¿Qué lujo puede ser esto de mentirle a la razón? Bueno la he engañado o me he engañado, qué importa ya… Soy un testamento que no conoce a su muerto porque me gasto lo inútil que puedo dejar, si es que qué se puede dejar algo.
Recapacito y pienso en Gustave Round si todavía tendrá sus labios y ojos cerrados, o peor aún si tendrá todavía su dolor cerrado a la ilusión de salvarse, no lo sé… pienso en Cortázar pero recuerdo que ya no tengo espejo adonde mirarme y por ratos dudo de mi rostro. Suspiro y recuerdo a Neruda y mi gato me recuerda a él, más que él mismo. Será por mi amor a los gatos tiernos e indefensos, como creo estar en este momento. He pensado mucho, quizás no esté ebria solo del alma.
Si he sido feliz alguna vez ha sido con la felicidad vista en los demás, nunca a costa mía. Cuando le ame se le olvido hasta su nombre… no puedo imaginar y creer pensar que se acordará ahora del mío.
¿Vaya qué hacer? El tiempo que he perdido no lo encuentro ni recordando. Silvio, maldito Silvio, como apareces con tus frases: «Ya no te espero, porque de esperarte hay odio». Y sí, eso me pasa, este día ha sido dedicado a otra cosa que no sea la felicidad, este día ha sido una marcha pacífica en contra del amor aunque de pronto se escuchan balas, gas lacrimógeno, y en las paredes de mi alma hay pintadas que dicen: « Ya no te espero, porque de esperarte hay odio». Estoy caída, peor que el muro de Berlín peor que ver siempre cada vez, la hora de mi móvil sin ningún mensaje, ni siquiera de invitación a juegos que nunca jugaré. Pero… ¿tendré vida? en realidad ¿tendré vida? Esa botella no se ha tomado sola y lo cristalizado de mis mejillas dicen que lo estoy. Hoy fue un día adelantado de infierno, y ya no le temo más, que venga lo que sea, y lo que sea, poco le importará que espere de él.
«No voy a negarte que has marcado estilo /que has patentado un modo de andar/ sin despeinarte por el agudísimo filo/ de la navaja de esta expedita ciudad / sabías hacer turismo al borde del abismo…»
– Gira el esférico del volumen y cualquier cosa parece poca en la hora del desamor.

 

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