Un mundo raro

EL PORTAL DE LA ACADEMIA SALVADOREÑA DE LA LENGUA.
UN MUNDO RARO
Por: Eduardo Badía Serra,
Miembro de la Academia Salvadoreña de la Lengua.

«Si se cierra la puerta a los errores,
tampoco podrá entrar la verdad.»
Rabindranath Tagore

Se tiene la idea de que los científicos son personas extrañas, que viven en un mundo raro, único, en el cual sólo ellos circulan y el cual sólo ellos comparten. No es así. Los científicos son personas comunes y corrientes como todos nosotros, e incluso, muchas veces más sencillos y francos, amables y de muy buen carácter. Es así.

En el portal anterior he hablado, entre otras cosas, de la discusión sobre si la realidad es continua o no, si estamos ante un mundo discreto, propio de los “saltos de Planck”, de los “granos de luz”, posteriormente llamados “fotones”, o ante aquel de la continuidad de la materia, de las ondas electromagnéticas. El debate sobre la dualidad onda-partícula era en tal forma alto y difícil, que Richard Feynmann, el gran físico, decía, medio en broma, que “…..en esa época, la luz era una onda los lunes, los miércoles y los viernes, y era un conjunto de partículas los martes, los jueves y los sábados. Quedaba el domingo para reflexionar sobre la cuestión.”

Efectivamente, en algunos momentos, la ciencia llegó a considerarse a sí misma como la única y verdadera representante de la verdad. Recordemos los tiempos y los desarrollos, enormes, hay que decirlo, del Círculo de Viena y su Principio de Verificación, que calificaba, no sin razón, de pseudociencias a muchas formas del conocimiento tales como la psicología, la economía, la astrología, y muchas otras. El Círculo de Viena acentuó el método inductivo y la experimentación. Sin embargo, en la realidad, el desarrollo de la ciencia, sobre todo actualmente, es una abigarrada participación de experimento y especulación, de inducción y deducción, de hechos e ideas. Ciertamente, muchos de los grandes científicos actuales, a partir del “quiebre” provocado por el “año milagroso” de Einstein, e incluso antes de él, (y no digamos ya desde el mismísimo Galileo hasta Newton), no fueron muy amigos del laboratorio, de la experimentación. Planck mismo es un ejemplo soberbio de lo anterior, a grado tal que se dice, exageradamente en mi opinión, que nunca puso un pie en un laboratorio. Newton, quien habría expresado su famosa frase “no finjo hipótesis”, realmente fue un gran especulador, cosa que puede comprobarse con sólo pensar un poco sobre su ley de la inercia.

La ciencia participa tanto de la inducción como de la deducción. Esto es histórico. Grandes hechos científicos han sido producto de ambas formas de acción, obtenidos por diferentes hombres en diferentes ambientes. Pensemos en Ticho Brahe y en Johannes Kepler. Este último, (1571-1630), fue el gran especulador científico, el científico deductivo; Brahe, (1546-1601), fue el gran observador, el gran experimentador, el gran inductivo. Mientras Brahe recoge una impresionante cantidad de datos, producto de sus muchas observaciones, Kepler especula, calcula, imagina, crea. Sin los datos de Brahe, nunca hubiera podido Kepler desarrollar su gran producto científico, la “Astronomía Nova” no hubiera sido posible. Brahe era anticopernicano, Kepler fue un rígido defensor del monje polaco. Brahe reprochaba continuamente a Kepler su proceder por tanteos sucesivos cuando trataba de verificar cada vez las ideas que tenía a priori. A la muerte de Brahe, Kepler recuperó los apuntes de aquél, progresado entonces con mucha mayor rapidez.

Darwin y Lamarck ofrecen otro claro ejemplo de desarrollo científico utilizando métodos diferentes. Uno, Darwin, (1809-1882), el gran observador y experimentador, ejemplo del método inductivo, publica su “Teoría de la evolución”; el otro, Lamarck, (1744-1829) el gran especulativo, el teórico, el genio creador, el naturalista francés, propone su “Herencia de los caracteres adquiridos”. Debo decir que también otro biólogo inglés, Alfred Russell Wallace, (1823-1913), propuso una teoría de la evolución por medio de la selección natural, una hipótesis que expuso el mismo Darwin en una carta en 1858, y que ambos presentaron sin éxito ante la Linnaean Society ese mismo año. Un año después apareció “El origen de las especies”.

Doy un ejemplo final de los muchos que pudieran darse: Lo constituyen Einstein y Bohr. Estos dos grandes amigos, grandes científicos, sostuvieron diferentes posiciones y utilizaron diferentes metodologías alrededor de temas como el de la teoría cuántica. Einstein, (1879-1955), el gran teórico, el gran especulador, el que, como muchos otros tampoco fue muy amigo de los laboratorios; Bohr, (1885-1962), el gran danés, genio de la experimentación, superaron sus diferencias y unieron sus esfuerzos para consolidar ese enorme edificio de la teoría cuántica.

Arthur Eddington, Sir, gran científico británico, él mismo participó de ambas formas de conocimiento: Fue un gran observador, y a la vez, un gran teórico especulador. Navegando en el Océano Atlántico para tratar de observar el eclipse que permitiría confirmar la teoría de Einstein de la curvatura del espacio, se puso a calcular, ¡a mano!, su famoso número, el “Número de Eddington”, una de las constantes fundamentales de la naturaleza, que representa el número de protones, y también, el de electrones, que existen en el universo, que en lenguaje ingenieril se escribe 1080, y que es el siguiente:

15,747,724,136,275,002,577,605,653,961,181,555,468,044,717,914,527,116,709,366,231,425,076,185,631,031,296.

Se dice que leer el “Número de Eddington” es una de las mayores dificultades que puede intentar una persona en su vida, y que, aun siendo longevo, no alcanzarían los años, comenzando desde el nacimiento y terminando en su muerte, para leerlo.

Los científicos, y la ciencia con ellos, son abiertos a lo que puedan encontrar. Muchos de los grandes hechos científicos han sido producto de la serendipia, lo que comprueba el amplio sentido de apertura con que han actuado. Recordando a Tagore, participan ellos de aquello de que “si se cierra la puerta a los errores, tampoco podrá entrar por ella la verdad”. Buscando confirmar algunas ideas, los científicos han encontrado otras. Ejemplos de ello han sido las teorías sobre la extinción de los dinosaurios, la famosa teoría del flojisto, la de la formación de los continentes, la del “universo dinámico”, el descubrimiento del cometa Halley, el descubrimiento de la fiebre puerperal, el de la píldora anticonceptiva, de la penicilina, de la nitroglicerina, del caucho, del daguerrotipo, de la pila de Volta, del ADN, de las lunas de Plutón, e incluso, del Principio de Arquímedes, de la Ley de la Gravitación de Newton, y de la mismísima Relatividad General.

La ciencia es una de las mayores contribuciones que ha habido para la humanidad. Mucho de lo que el hombre es ahora mismo se lo debe, en mucho, a la ciencia. Por ello, nuestros países deben apostarle a ella. No se trata de esa grave equivocación de creer que aprendiendo a manejar un lenguaje computacional y haciendo vericuetos en una computadora se está desarrollando un país tecnológica y científicamente. Necesitamos formar ingenieros, científicos, técnicos, pero en el más alto sentido de lo que ello significa. Confundir la tecnología y la ciencia con la computación y lo virtual, es un grave, mayúsculo, error. No nos equivoquemos. De otra manera, seguiremos siendo siempre dependientes y estaremos siempre a la zaga, diciendo y haciendo lo que otros quieren que digamos y hagamos, porque ya otros pensaron por nosotros.

Ver también

«Orquídea». Fotografía de Gabriel Quintanilla. Suplemento Cultural TresMil, 20 abril 2024.