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RTVE, déjala arder

Roberto Mendés

Rebelión

En la comedia César y Cleopatra, de George Bernard Shaw, cuando el fuego prende en la famosa biblioteca de Alejandría desde uno de los barcos de la flota romana, anclada en el puerto de la ciudad egipcia, y amenaza con destruirla completamente, Teodoto, un viejo sabio, preceptor del joven príncipe egipcio Ptolomeo y guardián de los viejos saberes, llega hasta Julio César para exigirle que envíe a sus legiones a extinguir ese fuego que sus soldados han provocado. El incendio, que partió de sus naves, se ha extendido hasta comenzar a quemar los primeros pergaminos y amenaza con destruir completamente la biblioteca que los contiene. Según el erudito preceptor: “Lo que arde es la memoria de la Humanidad” y César le responde: “Déjala arder. Es una memoria de infamias.”

Hoy en día, si un Julio César ocupara Alejandría, lo que dejaría arder no sería la biblioteca, sino los medios públicos de comunicación, no porque estos sean, como dice Teodoto de los libros, “los depositarios de la memoria de la Humanidad”, sino porque son los depositarios del derecho a la información veraz, que vendría a ser su equivalente en el siglo XXI. Nuestro Julio César actual probablemente habría alegado algo muy parecido a lo que alegó el César romano: “es una información de infamias”, como justificación de su incendio… y probablemente tuviera razón. Pero cuando el actual Teodoto le hubiera preguntado al César si quería pasar a la historia como el gobernante que destruyera el derecho a la información, probablemente la respuesta sería la misma que Bernard Shaw puso en boca de su Julio César: “Ay, and build the future with its ruins” (Sí, y con sus ruinas construir el futuro).

Ya sea la memoria de la Humanidad o el derecho a una información veraz lo que arda, siempre habrá julioscésares que, después de causar el incendio, afirmen con displicencia “Déjala arder” porque, como es notorio, ni la memoria, ni la verdad sirven para construir el futuro que conviene a sus intereses.

En Hispania, la quema de los medios de comunicación públicos comenzó hace años y los ejércitos de nuestros julioscésares se han encargado de que prendan bien, y llevan ardiendo el tiempo suficiente como para haber quemado ya una buena parte de nuestro derecho a una información veraz; de hecho, apenas queda ya nada. Es el momento, pues, para que esos mismos que comenzaron el incendio y luego dejaron que ardieran nuestras empresas públicas de comunicación reclamen ahora su premio: el derecho a construir con sus ruinas el futuro que les conviene.

Nos vienen a la memoria pavorosos incendios, como el de la radiotelevisión valenciana o el de Telemadrid (un buen ejemplo, por cierto, este último de en qué consiste “construir el futuro con sus ruinas”). Ahora le toca el turno a RTVE. Ya ha ardido lo suficiente. Es tiempo de derribar lo que quede y, con esos restos, construir algo que sea, probablemente, lo más parecido a nada.

Tendrían razón nuestros julioscésares si dijeran que lo que para algunos debe ser información veraz no es, en realidad, más que un cúmulo de infamias, y en nuestro caso lo saben bien, porque igual que sus legiones comenzaron el fuego que asuela el derecho a la información, son también sus legiones las que llevan años esforzándose porque la verdad desaparezca y sea sustituida por la infamia. “Déjala crecer”, dirían de la infamia nuestros julioscésares, para luego edificar la nada sobre sus restos calcinados y así, con la verdad quemada y la infamia crecida, arrasar las ruinas de lo que un día fueron medios públicos de comunicación.

No se nos escapa la realidad de que los julioscésares dicen lo que dicen porque suyas son las legiones que ocupan Alejandría. A su favor rugen, entre otras, la Legio Máxima Regulatoria, conocida como CNMC o Comisión Nacional de los Mercados y la Competencia (cuyo emblema es Sed quid custodiet ipsos custodes?, tomado del mismo Juvenal: ‘¿Pero quién vigilará a los vigilantes?’), o la Legio Tercia Participatoria, conocida como SEPI o Sociedad Estatal de Participaciones Industriales (que luce en sus estandartes el lema Sic volo, sic iubeo, ‘Así lo quiero, así lo mando’ – también de Juvenal –), encargadas de poner en marcha esa terrible máquina de guerra que son los “informes oficiales” y dotadas de impedimenta suficiente como para eliminar esos restos del derecho a la información que pudieran quedar, no solo en Egipto, sino incluso en cualquier aislada villa gala para que el Imperio quede libre de semejante antigualla helenizante, como es ese anacrónico derecho a la información veraz.

No faltan tampoco los abundantes legionarios juliocesaristas encuadrados en cohortes informativas independientes de honderos francotiradores especializados en el tiro de piedra con mano escondida y legiones auxiliares formadas por barbari y peregrini, financiadas por el influyente grupo de los telecomunicatio operatores, que no forman parte del Imperio (pero les gustaría) y mientras lo consiguen luchan con fiereza por la paga y los beneficios derivados de las exenciones de impuestos que otorga el pelear junto a los verdaderos romanos, sin olvidar a los comerciantes, que esperan obtener sus buenos sextercios negociando con la publicidad que RTVE perdió en el incendio provocado por María Teresa Fernández de la Vega, sacerdotisa de Ysi (¿Ysi les quito la publicidad?) allá por los idus de septiembre de 2009.

Del otro lado, tan solo un exiguo ejército derechoinformativista defiende los rescoldos de la cultura de la verdad, peleando en alpargatas y shenti, frente a las legiones romanas formadas por miles de legionarios con glaudium, pilum, scutum y muy pocos escrúpulos.

La pelea ha comenzado y muchos son los que aún la contemplan en silencio, un silencio que parece querer decir: “Déjala arder” y consentir por omisión que RTVE se consuma, lo que significa (que nadie se llame luego a engaño) perder un espacio público para difundir la verdad y construir la democracia. Será una pérdida irreparable que sólo se entiende por el beneficio que algunos esperan obtener del incendio, un beneficio que proviene del desmantelamiento de lo que es de todos, de la destrucción de la confianza en los medios públicos de comunicación, de la apropiación de la verdad y de la negación del derecho a la información veraz en un mundo cada vez más desconfiado y falaz.

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