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¿Qué democracia?

Luis Arnoldo Colato

El domingo 4 de marzo se celebraron en nuestro país las votaciones para escoger alcaldes y diputados, a las que la ciudadanía sumó el 36% de la población electora.

La cifra por cierto no descalifica el evento pues ya antes porcentajes menores han decidido el rumbo de la nación, ya que la ley no impone como obligatoria la participación en la elección, por lo que puede, por las razones que sean, sencillamente declinar su participación.

Sin embargo, tal porcentaje sí deslegitima en términos morales al evento, por lo que algunas cifras pueden iluminar su comprensión.

Una encuesta hecha pública recientemente enuncia que solamente el 3% de la muestra encuestada cree que los partidos le representan, mientras que el 64% no se identifica con ningún partido.

Si decidimos validar tal encuesta la pregunta derivada será ¿por qué?

Pues, en principio el modelo electoral es excluyente, dado que la participación ciudadana se reduce a enfundar un papel doblado en una caja, llegando hasta ahí su incidencia en “nuestra” democracia; es decir, el ciudadano comprende que su papel es sencillamente el de refrendar el proyecto político, el que sea, y sin poder incidir en el mismo.

Tal rol no es del agrado de nadie, y por supuesto lo manifiesta negándose a participar, delegando en su protesta expresamente la toma de decisiones a los que sí participan.

Ello redunda en un círculo vicioso que solo agrava su condición, puesto que se ve y se siente burlado.

¿Cómo resolverlo?

Generando por ejemplo mecanismos de participación efectiva en la toma de decisiones, tales como el plebiscito (que con la debida información habría obligado la consulta al soberano sobre temas como la dolarización, las AFP, el modelo impositivo o los TLC), que nos interesan a todos pues nos afectan a todos.

Ahora y sin embargo, si el conservadurismo asume por mayoría el legislativo, por extensión lo hará del judicial, reduciéndolo a lacayo partidario para superar al ejecutivo e imponer su agenda, así como agudizar el atraso e ineficiencia de este, afianzando así la impresión de corrupción que mediáticamente la oposición y sobre el gobierno ha generado exitosamente en la población -a pesar de que los casos comprobados de corrupción son de elementos opositores.

En tal sentido la siguiente fase será la de apropiarse de los logros del progresismo para presentarlos como propios, exhibiéndolos ante una audiencia dócil y que de hecho somete con desinformación (el crecimiento económico sostenido del último lustro por ejemplo, lo que no logró en 20 años de piñatería y libertinaje económico, concentrando la riqueza y saqueando al Estado sus bienes, entregándolos a privados para beneficiarlos), lo que de hecho contribuye en la conducta ciudadana observada, habiendo empero, hecho todo a su alcance para impedirlo.

La democracia es una construcción diaria además de comprometida, no algo de “los demás”; su mayor logro es la participación de todos, de cada uno, negando así la exclusión y sí robusteciendo la inclusión.

En tales términos, las decisiones electorales equivocadas ¿facilitarán su construcción?

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