Luis Arnoldo Colato Hernández
Educador
El completo modelo educativo que se adelanta en el país, es por entero un desastre, un fracaso.
A los pequeños logros que el esfuerzo particular de algunos dedicados y comprometidos educadores junto a sus grupos escolares, se respondió mediatizados como logros estructurales, que el modelo instrumentaliza apropiándoselos, presentándolos como suyos, algo que no puede sostenerse, pues el completo esquema educativo no es capaz de superar la más elemental evaluación.
La prueba PISA, que mide los alcances y logros educativos año con año a nivel global, ubica a nuestro país en uno de los últimos lugares, el lugar 79 de 81[OSCE], con las peores evaluaciones para matemáticas y ciencias, y en un grado aproximado para idiomas.
Sin nota para la que quizás sea la más importante de las materias: innovación.
La cual junto a creatividad y curiosidad ni siquiera pertenecen a nuestro pensum.
Porque nuestro modelo gira en torno a la memoria, establecida como parámetro fijo para lograr una nota, no siendo ni la comprensión, ni la interpretación de datos y hechos, y menos aún el poder emitir juicios de valor, los parámetros que miden capacidades reales, sino solo la memoria pura y dura.
Esto por supuesto ha atormentado y desaprovechado la natural curiosidad del momento[momentum] de los educandos en sus etapas iniciales, que, en el mejor de los casos, luego se redujeron por la nota.
Porque mediante este esquema no se les fomenta la duda, y, en consecuencia, tampoco a aprender realmente, lo que la prueba de ingreso a la academia evidencia.
La duda ha sido desde siempre la clave del aprendizaje, pues somete los supuestos del conocimiento a ser evaluados, constituyendo en sí mismo un ciclo de aprendizaje más rico que el formal, algo que Copérnico demostrara en su día.
Por otro lado, el comprensible temor que supone admitir la irrupción de la duda en nuestras aulas, puede, mediando las debidas reformas al sistema, superando la pobre formación de nuestros educadores, a quienes se les enseñó a mantener la certidumbre del orden sin valorar ni entender que el “caos” devenido del debate no es desorden, sino evidencia de un proceso que supone despertar en los educandos, hambre por saber.
Por supuesto que eso es difícil y un reto en sí mismo, pues, bajo las presentes condiciones, sencillamente supone un algo improbable, que de aplicarse supondría un nuevo fracaso peor que el actual, por lo que de introducirse debería partir de forjar entre los educadores, las condicionantes para que puedan manejarlo, estableciendo una nueva mentalidad dirigida a favorecer el cambio.
Por supuesto, hacerlo supone abordar multidisciplinariamente los temas de la situación social, la economía y la descomposición a la que se orilló a la familia, comprendiendo cómo impacta en ellos, por lo que como vemos, la tarea de educar está entera, sin apenas hacer.
Porque hasta ahora lo importante era negar a nuestro pueblo no solo educación, también la meritocracia, y así, que la cosa no cambie.
Y se trata de cambiarla.
¿Podremos?
¿Podemos impulsarlo?
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