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Mi país, mi asilo interino

Sociología y otros Demonios (1095)

René Martínez Pineda

Nunca en la historia patria, de esta patria sin historia debido a la escoria, la ilusión popular, la de más de dos personas, sintió tantas ganas de volar más allá de su techo; nunca antes la imaginación durmió tan plácidamente en mi lecho soñando con pregonar el regocijo más mundano de quienes soñaron -placiendo el penúltimo trago de chicha- con ver felices a sus hijos en el atrio de una iglesia abandonada tan llena de vida y de fantasmas como la de Ciudad Delgado. Mi país, asilo interino debido a la injusticia social que me expulsa, es sin dudas el nudo ciego geográfico de mis veinte mil puntos cardinales; en sus calles llenas de leyendas sangrientas paso mis inviernos y veranos, aunque yo esté lejos tratando de ganarle el mandado a los gusanos que esperan hacer un festín con mi cuerpo, al nomás poner un pie en el infierno. Mi musa es una flor de dos pétalos que está plantada en la esquina de mi memoria de biblioteca pública carente de república.

Nací, sin más posesiones que el amor y la carestía, en el mesón sin monstruos interiores de la Avenida Juan Bertis, y he vivido, de forma recurrente y ausente, en el exilio-amnistía de Berlín Oriental, Buenos Aires, Guadalajara, La Habana, Montevideo, Tijuana, Antigua Guatemala y, por un mes, en la colonia Guatemala, pero me enamoré de la quimera inconfesa de la Farmacia La Salud y perdí la cabeza por la nostalgia perentoria del Café Bella Nápoles… y entonces me quedé anclado recitándole a las malagueñas recién horneadas. Mi país, asilo interino, es la caloría utopista de las pupusas revueltas y el cobijo caliente del café de maíz que es la leche de los pobres; es la alta mar de las ilusiones y en ella todo cabe… y hasta sobra espacio para guardar dos pétalos de miradas constantes. Mi país es mi pasión vocinglera y errante que no se jubila, y mi destino inexorable que tirita de frío en el calor de los botaderos de basura donde los niños inventan la luz; es la estación terminal de mis vías férreas que sueñan con volver a cargar los bultos de las excursiones de los esclavos del salario mínimo.

Mi país es mi rescate del naufragio, mi “vuelve pronto, te extraño”; mi patria, mi atrio secreto, mi rincón sin telarañas, mi olor a leña, mi fuego insaciable, mi agua sin sed. Mi país, asilo interino, es mi presente y futuro; mi utopía social que siempre perdona; mi corazón tan inseguro de lo que está seguro; mi deuda hipotecaria que la memoria condona. El Salvador, asilo interino, es el lugar donde reposo y camino; mi sueño del oasis como destino. Mi país es un sábado de gloria por la tarde que no tiene como ayer un viernes de santo entierro; un predio donde el sol no arde como fierro; es el último y más recóndito refugio de la Mamá Licha y la Niña Lidia Valle, las santas matronas de mi Ciudad Delgado personal; el leve coqueteo en la calle de los sueños de labios pintados con la roja pedagogía de los pies lindos. Mi país, asilo interino, es un respetuoso y erudito “coman mierda los corruptos, asesinos y traidores”; es una Constitución en la que cabe el pueblo; es el ¡Viva Carrito y su maratón Santiago!, y ¡Arriba Legua de Vaca, cabrones!

Mi país es juramento y blasfemia en la misma estrofa ecuménica mientras impere el olvido sobre la memoria con anemia; es bullicio grosero y silencio sepulcral en la misma boca y la misma misa; es una mágica letra de cristal al borde de la cornisa; es jodarria estudiantil; es una mentira hecha con doscientas verdades o una verdad zurcida con doscientas mentiras, todo depende de qué lado del coraje estamos; es ironía a la velocidad de la cruz; es el Justo Juez de la noche que no toca a las niñas; es un duende sin estudios que ganó el Premio Nobel de la sobrevivencia y el de la indecencia genocida; es un absurdo duro-blandito y una sinfonía perfecta y desconocida; una paradoja sin congoja frente a la que nunca fumo para no acostumbrarme. Mi país, asilo interino y refugio dentro del refugio, es una insurrección contra la indignidad y el subterfugio; un mercado municipal en el que está prohibido no regatear; es un cántaro de barro borracho de agua; es mi canción favorita y mi esquina, mi fetiche pedestre, mis brasas que mantienen tibia la querencia, mi miel silvestre, mi poema número veinte, mi gatita blanca, mi almohada rellena con sueños de nación naciente, mis fascinantes grupos de rock and roll y de protesta, mi milonga, mi ruda e interminable cuesta que no me cuesta.

Mi país, asilo interino; El Salvador del Monseñor Romero que quedó afónico y sin embargo siguió gritando; del Roque escribiendo poemas de amor en la décima página del suicidio; de Rutilio, El Grande, que murió arando; del Mágico González como dios del domingo, para los más mundanos que no le temen al gringo. Mi país, es libertad incondicional bajo la mirada de la luna en cuarto creciente, es igual de bonita cuando dice la verdad y cuando miente; es el crepúsculo de paso lento para no desteñir la sal de las vidas; es un laberinto de la soledad que no tiene entrada ni salida; es un rostro que frente al espejo no hace reproches a pesar de haber vivido durante siglos de noches.

Mi país, asilo interino, es la urgencia por tocar guitarras despeinadas; es la víctima de los adúlteros políticos sin clemencia que pecan contra la paciencia; una ciudad llena de escombros sifilíticos que como yugo llevo incrustados en los hombros. ¿Cómo se puede amar y odiar al mismo lugar? ¿Cómo se puede desear vivir dentro de unos muros y al mismo tiempo sentir la urgente necesidad de salir huyendo con rumbo conocido? Mi país, asilo interino, es la tierra ingobernable de los abuelos sin medallas por haber ganado las más heroicas batallas que, en secreto, les cuentan a sus nietos para no sentir vergüenza por la falta de doctorados; es el corredor maravilloso donde las abuelas zurcen los calcetines rotos que callan; es el parque público repleto de sabios confundidos y ladrones inocentes que luchan contra el hambre con uñas y dientes mientras un político les miente rebozando de alegría; es el boleto ganador de la lotería.

Mi país, asilo interino, es la hojarasca de los amores clandestinos; es el sudor del pueblo que ya perdió las uñas, pero no los dientes; es la cantina donde los pobres al alcohol 90 le llaman vino; es la cama donde se perdonan todos los pecados carnales; es el cartón orinado que tanto aman el consuetudinario vagabundo; es la marihuana del nostálgico, la milagrosa morfina del moribundo. Mi país, asilo interino, es el vaivén de los pechos de mi esposa que retumban en el inframundo cuando intento hacer de ese asilo un nuevo mundo.

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