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Los desaparecidos siempre dicen la verdad: Escuadrones de la Muerte en El Salvador (1)

@renemartinezpi
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Lo único más obsceno que un religioso pedófilo, discount y por tanto ateo, es un estudioso de ciencias sociales de derecha o reaccionario. La historia mínima del país –que tiene un conteo máximo de asesinados por motivos políticos- no puede ser contada obviando los Escuadrones de la Muerte (a menos que seamos sociólogos de derecha) que, como grupo paramilitar cuyo origen fue la Organización Democrática Nacionalista –ORDEN-, fueron los autores materiales de una guerra sucia –masivo-selectiva que se movió en el terrorismo del magnicidio y el genocidio- en nombre de la libertad y la propiedad privada. Por tal razón los universitarios, ante todo los de ciencias sociales, estamos obligados a recobrar la historia para tener memoria; a recobrar la dignidad para tener identidad, pues deberíamos ser parte del grupo de “los que no pueden olvidar” y enfrentar al grupo de “los que no quieren recordar”.

Lo anterior nos lleva a definir como apertura y cierre simbólico de nuestra memoria: el 30 de julio de 1975 y el 11 de noviembre de 1989, porque abarcan el tiempo-espacio en el que el aporte en sangre fue mayor y porque hoy existen pequeños grupos reaccionarios que, disfrazándose de gente de izquierda para ocultar su imaginario de derecha, se burlan de esa sangre y de esas hazañas y son capaces –como diría mi abuela- de venderle el alma al diablo (la abstracción del victimario) con tal de lograr réditos personales incluso a costa de los principios, mártires e imaginario de una institución por demás histórica y comprometida con el pueblo: la universidad pública. Por supuesto que es un derecho constitucional que las personas tengan las opciones ideológicas que quieran, incluso ser de derecha aunque “no tengan ni en qué caerse muertas”, pero si esa opción se promueve o valida en la comunidad de ciencias sociales no sólo es una obscenidad, sino también una perversión premeditada de los libros y de la historia de las víctimas.

Entre la apertura y cierre de la memoria e identidad revolucionaria del universitario surge -como hecho político que se tornó tétrico, porque tétrico ya era, pero con un nombre diferente, digamos PCN o PDC- el partido ARENA que, teniendo como íconos más letales, emblemáticos y magnicidas a Roberto d’Aubuisson (señalado como autor intelectual del asesinato de Monseñor Romero) y a Alfredo Cristiani (señalado como autor intelectual -o, al menos, encubridor oficial- del asesinato de los padres jesuitas y, para rematar su agresión contra el pueblo, fue el gestor de la privatización) cree en la democracia de los hornos ardientes de Hitler y en la oscura propaganda de Mussolini que decía: “Italia primero, Italia segundo, Italia tercero” (similar a: primero El Salvador, segundo El Salvador…); y “de italianos para italianos” (similar a otra propaganda más fanfarrona que sesuda) y, para completar su perfil fascista, creyó en la retórica elocuente de los Escuadrones de la Muerte que, para abonar el terreno de los asesinatos, masacres público-privadas y desapariciones, acusaba de “terroristas” a sus futuras víctimas. Aunque parezca broma de mal gusto, ese tipo de ataque conceptual y amenazas circula de nuevo en los pasillos universitarios y legislativos.

Los colores de ese partido que fue acusado de patrocinar-dirigir a los Escuadrones de la Muerte desde que su fundador y principal líder los organizó (Informe de la Comisión de la Verdad y otros como los de Tutela Legal e IDHUCA dan cuenta de ello) son rojo, blanco y azul, como los de la Pepsi, sólo que más venenosos: rojo, por la sangre derramada en las masacres; blanco, porque así quedaban los ojos de sus víctimas a las 5 en punto de la tarde –como dice un poema lapidario de García Lorca- muchas de ellas niños y mujeres; y azul, porque ese es el color de su sangre oligárquica. Sus fundadores y líderes más rancios y notables (que después de la guerra sucia que patrocinaron se dieron a la tarea de crear fundaciones pseudo-humanitarias o culturales para lavar la sangre, como los bomberos lo hacían en los años 70s y 80s, de sus múltiples crímenes de lesa humanidad) son salvadoreños -aunque parecen anglosajones- que se hacen llamar nacionalistas (en alusión al nacional-socialismo de Hitler) y construyeron –a fuerza de dinero y de temor colectivo instaurado desde 1932- el partido político de derecha más importante en los últimos cien años a partir de una red paramilitar anticomunista y genocida.

En las décadas-sangre de las masacres y desapariciones ejecutas por los Escuadrones de la Muerte, ese partido nacionalista que las patrocinó hablaba en un inglés fluido aprendido en las escuelas norteamericanas y, con la coartada de que se exterminaban terroristas, justificó el asesinato y desaparición forzosa de casi cuarenta mil civiles, arguyendo que era necesario para proteger la democracia, la propiedad privada y el libre comercio, haciendo creer a la población más ingenua y analfabeta que esas eran, también, sus prioridades e intereses, usando para ello: la manipulación mediática (que fue desde “el país de la sonrisa” –con el Coronel Molina y su concurso Miss Universo, en 1975- hasta “el país de propietarios” –con Cristiani-) y la propaganda negra en la que obtuvo un doctorado honoris causa d’Aubuisson. Hoy –aunque de forma solapada, pero no por ello menos violenta- la derecha nacionalista ha vuelto al uso de esas tácticas sucias y ha logrado penetrar ideológicamente con las mismas –en tanto las usan del mismo modo- a algunos universitarios que hacen la guerra sucia a través de las redes sociales sin usar, por lo general, nombres propios, porque lo que sostiene ese tipo de acciones –así como sostuvo la impunidad de los Escuadrones de la Muerte- es el anonimato.

En el centro del accionar cada vez más cotidiano de los Escuadrones de la Muerte a finales de los 70s (con una ola incontenible de asesinato de civiles), se gestó el involucramiento directo de EE.UU. en el conflicto político-militar. Desde 1979 –con el Golpe de Estado al General Romero- y después de casi mil millones de dólares en ayuda y la participación de asesores estadunidenses en programas de entrenamiento en contrainsurgencia, el conteo no oficial de los asesinados y desaparecidos por cuestiones políticas (dentro de los que están los universitarios desaparecidos el 30 de julio de 1975) rondó la cifra de cincuenta mil salvadoreños sin que hasta la fecha se haya procesado o, al menos, publicado judicialmente el nombre de los autores materiales e intelectuales.

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