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La Oposición Fragmentada: Entre la Debilidad Ideológica y la Ausencia de Cohesión Social

Por David Alfaro
16/07/2025

La oposición partidaria y ciudadana en El Salvador, enfrenta hoy una crisis que va mucho más allá de la falta de liderazgo o recursos: es una crisis de identidad, propósito y unidad. Las fuerzas que se autodenominan opositoras parecen navegar en un mar de contradicciones ideológicas y estratégicas, donde cada sector lucha por sus propias banderas sin encontrar un punto de confluencia común que las cohesione frente a un enemigo compartido: el Sistema de Cosas plasmado en la Dictadura de Nayib Bukele.

La Derecha Política: De Instrumento Oligárquico a Cascarón Vacío

La derecha política salvadoreña, históricamente representada por el partido ARENA, nunca ha estado comprometida con la justicia social. Desde su fundación, fue concebida como el instrumento político de la oligarquía, diseñada para frenar cualquier intento de transformación estructural y conservar los privilegios de las élites económicas. Su misión no era resolver los problemas del país, sino contenerlos, administrarlos en favor de una minoría poderosa.

Hoy, ARENA es apenas una sombra de lo que fue. Enfrascada en una cruzada contra la ideología mal llamada «Marxismo Cultural» (una guerra simbólica contra feministas, personas LGBTI y causas progresistas) ha reducido su acción política a una batalla cultural irrelevante frente a los desafíos estructurales de El Salvador: la pobreza, la desigualdad, la corrupción sistémica y la concentración del poder. Su discurso moralista, anclado en el conservadurismo más rancio, la ha convertido en una maquinaria obsoleta, incapaz de articular propuestas reales frente al autoritarismo emergente.

Pero la decadencia de ARENA no es solo ideológica. Es también estructural. La oligarquía que la sostuvo ha migrado (sin anunciarlo, sin vestir chalecos, pero con hechos y silencios cómplices) hacia el nuevo vehículo del poder: Nuevas Ideas, el partido del dictador Nayib Bukele. Con ello, ARENA ha quedado como un cascarón vacío, sin base social ni proyecto político, mientras la oligarquía continúa beneficiándose del nuevo régimen, como lo ha hecho con todos los anteriores. La derecha político partidaria no ha sido derrotada; simplemente ha cambiado de piel.

Una Izquierda Política Desideologizada y Fragmentada

Por otro lado, la autodenominada izquierda, representada en teoría por el FMLN, ha abandonado sus principios históricos fundamentales. En lugar de liderar la lucha contra las injustas relaciones de producción o el sistema económico que perpetúa la pobreza, se ha perdido en debates que no tocan las raíces de la opresión. La defensa del derecho al aborto o de identidades sexuales son temas legítimos, pero no pueden ser el eje central de una izquierda que debería estar encabezando la lucha contra la precarización laboral, la explotación y el sistema.

El FMLN, reducido a un partido político sin identidad con lo que históricamente fue, es producto de un proceso en el que la oligarquía salvadoreña salió como la gran vencedora ideológica tras los Acuerdos de Paz. Esa oligarquía, como poder fáctico, logró que la izquierda revolucionaria abandonara su objetivo de transformación sistémica y se convirtiera en una organización más dentro del juego electoral, neutralizando su capacidad de cambio profundo. La lucha por refundar la nación y por transformar las estructuras de poder, quedó relegada a un ideal del pasado.

El Elemento Perdido de las Organizaciones Populares: La Lucha por Cambiar el Sistema

En los años 70 y 80, el movimiento popular salvadoreño contaba con un elemento cohesionador crucial: la conciencia de que no bastaba con reformas superficiales; era necesario cambiar el sistema en su totalidad. La consigna no era simplemente resistir, sino refundar la nación. Esta conciencia permitió una organización sólida y una movilización popular masiva, que trascendía las diferencias sectoriales en pos de un objetivo común: la construcción de un país más justo y equitativo.

Hoy, ese espíritu ha desaparecido. Las luchas actuales son legítimas, pero fragmentadas y carentes de una visión unificadora. Los diferentes sectores: médicos, maestros, ambientalistas, defensores de derechos humanos, etc. pelean sus batallas de forma aislada, sin un proyecto común que los articule. La ausencia de politización y conciencia social ha convertido las demandas en gritos dispersos que el régimen puede ignorar o cooptar fácilmente.

La Oligarquía: El Poder Fáctico que Siempre Gana

Mientras tanto, la oligarquía salvadoreña sigue siendo el verdadero poder detrás del trono. Ha sabido adaptarse a cada cambio político, asegurándose de que, independientemente del gobierno de turno, sus intereses económicos permanezcan intactos. Durante los Acuerdos de Paz, esta oligarquía no solo preservó su poder, sino que logró domesticar a la izquierda, transformándola en una fuerza política sin uñas ni dientes. Hoy, bajo el régimen de Bukele, la oligarquía sigue beneficiándose, mientras el pueblo sigue esperando las promesas incumplidas de justicia social.

Hacia una Nueva Unidad Popular: Refundar desde Abajo

Frente a esta oposición fragmentada, sin proyecto ni horizonte común, se vuelve urgente recuperar el nervio histórico de las luchas populares: la conciencia de que ningún cambio verdadero vendrá de arriba, ni de los partidos políticos, ni de elecciones, sino de la organización desde abajo, con visión de futuro. La unidad no puede ser decretada ni forzada: debe construirse sobre una base ética y política que reconozca al pueblo como sujeto histórico de transformación, no como masa electoral manipulable.

Es momento de reencontrarse en lo esencial: la lucha contra la explotación, la injusticia y la concentración del poder. Médicos, maestros, trabajadores, campesinos, ambientalistas, juventudes, mujeres y comunidades deben reconocerse no como luchas aisladas, sino como expresiones distintas de una misma necesidad: construir un nuevo proyecto de país, donde la justicia social, la equidad y la dignidad sean principios irrenunciables.

La unidad popular no es un sueño ingenuo: es una tarea urgente. Pero solo será posible si se supera el sectarismo, se renueva la práctica política, se recupera la memoria histórica y se apuesta por la formación de una nueva generación de liderazgos con raíz en el pueblo y visión transformadora. Refundar la nación implica recuperar la política como herramienta de liberación colectiva, y no como instrumento de sobrevivencia electoral. Solo entonces, el pueblo podrá dejar de resistir para empezar, de nuevo, a construir.

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