(Por Raul Palacios, Sep./26/25)
“No viviremos de rodillas… y tú tampoco deberías hacerlo.” Con esta frase, James Comey, ex director del FBI, enfrentó públicamente las consecuencias de haber desobedecido al presidente Donald Trump. No lo hizo con odio, sino con dignidad. No pidió clemencia, sino juicio. Y en ese gesto, se unió sin saberlo a una larga cadena de ciudadanos que, desde distintos oficios, han sido señalados como enemigos por ejercer su libertad.
Yo soy uno de ellos. Como periodista y creador escénico, he dedicado mi vida a la palabra crítica, a la memoria viva, al testimonio ético. Y hoy, ante las amenazas presidenciales que etiquetan como “enemigos” a quienes disienten, reafirmó: disentir no constituye enemistad.
Pensar distinto no es traición y criticar al presidente no es delito.
El comediante como conciencia democrática
Jimmy Kimmel, desde el humor, ha sido acusado de “poner en peligro a la red” y de ser “basura demócrata”. Pero su monólogo de 28 minutos, lejos de ser un acto de provocación, fue una pieza de análisis político, de defensa ética, de amor por la democracia. Mientras el presidente lo descalificaba por “malos índices de audiencia”, el video acumulaba más de 12 millones de visitas en apenas 12 horas.
¿Qué revela esto? Que el intento de censura, en tiempos de conciencia digital, multiplica la voz del disidente. Que el público reconoce el valor de la risa que no se rinde, del comediante que no se arrodilla, del ciudadano que no calla.
Kimmel no insultó. No pidió que nadie “se pudra”. No llamó “perdedores” a sus críticos. Respondió con datos, con humor, con humanidad. Y en ese gesto, mostró una tolerancia que el poder no logra imitar. Porque el comediante, cuando es auténtico, no teme al disenso: lo celebra. No persigue al que piensa distinto: lo escucha. No destruye al adversario: lo interpela.
El juez moral frente al poder: James Comey y la traición que no se prestó
Donald Trump ha definido a James Comey como “una persona enferma” y “de la izquierda radical”. Lo ha llamado “policía corrupto” y ha afirmado que “todos lo saben”. Pero si “todos lo saben”, ¿quiénes son esos todos? ¿Acaso cuando lo nombró director del FBI él era tan ignorante que no lo sabía, si fuera cierta su afirmación?
La contradicción es evidente. Trump no cuestionó la trayectoria de Comey cuando este era útil. Solo lo hizo cuando Comey se negó a prestarse a una operación política contra Hillary Clinton, y más aún, cuando se resistió a jurarle “lealtad personal” en lugar de institucional. Esa negativa, ética y constitucional, marcó el inicio de una campaña de desprestigio que hoy culmina en una imputación que muchos juristas consideran una venganza política disfrazada de justicia.
Comey no se prestó. No se arrodilló. No convirtió el FBI en brazo del poder presidencial. Y por eso fue destituido, humillado públicamente, y ahora acusado. Pero su respuesta, lejos de ser defensiva, ha sido testimonial: “No viviremos de rodillas… y tú tampoco deberías hacerlo.”
Esa frase, que yo rescato como eje ético, no es solo una declaración personal. Es un llamado a todos los funcionarios, periodistas, jueces y ciudadanos que enfrentan el poder sin perder la conciencia. Porque cuando el presidente exige obediencia ciega, y castiga la autonomía como traición, lo que está en juego no es solo la reputación de un hombre, sino la columna vertebral de la democracia.
La moral frente al poder: ¿quién juzga a quién?
La moralidad de la justicia no se mide por simpatías políticas, sino por coherencia ética. Y cuando el poder político intenta someter a la justicia, lo que se revela no es fuerza, sino miedo. Miedo a la verdad. Miedo a la autonomía. Miedo a que el juez no se incline, a que el periodista no se calle, a que el comediante no se rinda.
La justicia no puede ser instrumento del poder. Debe ser su límite, su espejo, su conciencia. Y cuando el poder intenta quebrarla, la sociedad debe responder no con violencia, sino con memoria. No con obediencia, sino con testimonio.
La justicia por sí misma, es un ideal moral que requiere ser aplicada, de lo contrario queda solo como una hermosa idea pero impotente; el poder político se identifica como el vehículo de aplicación, pero advirtiendo que si este poder carece de un fundamento moral, la justicia, se convierte inevitablemente en tiranía abusiva de quienes poseen el poder; y la única forma de que la sociedad funcione es a través de la unión y control mutuo de ambos elementos que les es imperativo complementarse y no confrontarse.
“La justicia sin la fuerza es impotente; la fuerza sin la justicia es tiránica.”
(Blaise Pascal)
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