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La izquierda revolucionaria: pensar la alternativa histórica

Oscar A. Fernández O.

Posiblemente es el momento en que la Izquierda revolucionaria en general deje de darle vueltas a los elementos de confusión ideológica que aun la atenazan, como efecto del derrumbe del llamado modelo clásico de socialismo o socialismo real. Lo que debe quedar claro, es que tiene que buscar una superioridad ética e intelectual, que le permita transformarla en más éxitos electorales y políticas públicas que marquen en camino del cambio. De lo contrario, seguiremos solamente resistiendo a los ataques de una derecha que no deja de conspirar para fortalecer y consolidar su dominio, a pesar de la crisis de su modelo de dominación, o en el mejor de los casos pretendiendo hacer la revolución desde la retórica anclada en otras realidades ya transformadas.

Por primera vez en muchos años, la derecha neoliberal está disputando a la Izquierda su hegemonía intelectual. Está en cuestión la propia idea de Estado y de progreso, después del derrumbamiento de una especie de fe teológica que produjo frases ineluctables, estáticas y repetitivas que han caído como frutas maduras, lo cual se volvió un obstáculo para la construcción práctica del modelo marxista que revolucionó y sigue revolucionando el pensamiento del mundo.

Debemos entender, desde una visión dialéctica de la historia, que mientras la tensión o equilibrio inestable entre la voluntad popular y quienes la interpretan para tomar decisiones, permanezca “inalterable”, entonces siempre existirá la posibilidad de cambiar y de fundar nuevamente nuestra forma de vida, o lo que es lo mismo, tendremos la capacidad y la obligación de hacer política frente a lo que demanda cada realidad histórica.

Estamos frente a una resurrección del irracionalismo, peligroso si tenemos en cuenta que la crítica de la razón ayudó históricamente a combatir las tendencias anti democráticas y las ideologías contrarrevolucionarias. Se ha perdido en muchos casos la visión histórica basada en el permanente conflicto entre proletariado y capitalistas; tiende a perderse el carácter indefectible, histórico del socialismo; se ha perdido lo primordial que es la lucha anti-mercantilista que impregnó al socialismo original, mientras se sigue supeditando la cultura de los pueblos a nuestra visión particular de la historia y se obvia la importancia de la cotidianeidad en la edificación del futuro.

La izquierda revolucionaria no debe olvidar que la clase obrera tiene un conocimiento político básico a priori, por la naturaleza de su vida de explotación, es decir por su condición histórica.

Sin embargo, la Izquierda está en un escenario propicio para atraer y de darle forma y contenido no sólo social sino político, a las nuevas manifestaciones de energía progresista que nacen en el movimiento feminista, el movimiento pacifista, el movimiento ecologista y fundamentalmente en la lucha del pueblo por sus derechos y necesidades básicas, olvidados por los capitalistas y sus gobiernos testaferros. Todos estos movimientos y luchas demuestran en su esencia el carácter libertario de una histórica lucha de clases, forjada desde las culturas propias de cada nación. Están ahí, en unos casos latentes en otros en efervescencia, hijos de una realidad propia.

Nuestra sociedad es el mejor espejo de que la política como espíritu del pueblo no ha muerto, como pretenden hacernos creer los neoliberales, en su discurso civilizatorio y con su aparatoso sistema de propaganda. La tensión entre la partidocracia tradicional, que ha servido al oprobioso sistema oligárquico capitalista y los nuevos movimientos sociales, versión contemporánea del conflicto histórico; y en segundo lugar, contra el catastrofismo de aquellos que consideran inevitable la privatización de los procesos públicos, favorecedores de la mercantilización de la política, expresan un crecimiento significativo de formas de participación política no convencionales, que impactan en nuestro programa estratégico y nos señalan el renovado camino de las alianzas.

La Izquierda revolucionaria ha de profundizar con base en sólidas y demostrables teorías científicas, la lucha efectiva sectorial y territorial para integrar estas nuevas formas de solidaridad a las que habría que incorporar sin duda, a la solidaridad que impregna a la juventud en sus acciones (u omisiones) Hay que desarrollar la capacidad de dar una estructura a lo que aún es una serie de actuaciones separadas, no sincronizadas y muy autónomas pero que sin duda les falta el alma política y la idea de poder. Es empezar a darle forma a lo que H. Zemelman (2005) insiste: el sujeto social del cambio. Esto no es volver al viejo y desgastado papel paternal y de politización mecánica con que la Izquierda dirigió los movimientos sociales durante las décadas 70’s y 80’s. Fue una realidad que probablemente así lo requirió y tuvo grandes réditos, pero también grandes costos sociales y políticos, que hasta hoy se resienten.

Se trata de situar estos movimientos en una sintonía de interdependencia, anti-sectarismo y libertad mutua, con proyectos de transformación y cambio radical de la realidad actual. La falta de conexión que proviene muy probablemente de la carencia ideológica y teórica desde fines del siglo recién pasado, es la que explica que fuertes movimientos sociales que nacieron en los 50’s-60’s, más de cuarenta años después no hayan podido movilizar las sociedades de hoy. Curiosamente la politización de un movimiento social e ideológico potente, sólo se ha dado en el ámbito cultural islámico, a través de un fundamentalismo que ha llegado con suma facilidad a la esfera política. La renovación ideológica, que es una renovación cultural, tendrá que empezar por romper con el tratamiento de la cultura como algo independiente y divorciado del proceso de la vida. (Diego López. ¿Qué es la Izquierda?) La cultura es al final una expresión racional o no, de la política popular.

Muy probablemente, una segunda fase de este gigantesco trabajo que hoy se demanda de la Izquierda, tendrá que ir en la línea de renunciar a ideologías acabadas para permitir la lucha de las ideas y el desarrollo natural del conflicto. No debe pretenderse la planificación absoluta del futuro. Hay que abrirse sin elitismos, a lo que viene de las mayorías y las minorías. En fin, la idea es colocar la justicia antes que la modernidad, antes que el capital y el mercado, y que ésta se convierta en el lenguaje universal de los pueblos.

Tenemos en el horizonte el difícil reto de construir una sociedad que posibilite una vida conscientemente orientada, que presupone que el pueblo tenga la oportunidad de decidir realmente sobre el derecho de recibir de la riqueza construida por los esfuerzos de la colectividad, lo que básicamente se necesita para reproducir sus condiciones dignas de existencia, sea a través de un salario correspondiente al costo de vida, o de provisiones de seguridad, como salud, educación, canasta básica de alimentos, habitación, entre otros.

Todo esto, también presupone una regulación que reafirme una hegemonía de valores que sirvan como base a relaciones de solidaridad y a la tendencia de que las personas puedan decidir en un plano de relativa igualdad, el rumbo de su existencia.

En un mundo cada vez más pequeño gracias a los modernos medios de información y comunicación cibernética, que promueven una alteración radical en la sociedad similar al inicio del capitalismo, hay posibilidad para un proyecto político, económico y social autónomo pero no aislado del resto del planeta. El éxito de este proyecto creo que sólo será factible si es cooperativo e interdependiente, condición que no es para nada ajena a la concepción marxista de universalidad, que rechaza la uniformidad.  Cada realidad social responde a su propio desarrollo histórico y por lo tanto no puede homologarse con el resto. Por ello, podemos afirmar que el futuro de cada uno está ligado al de todos, aunque éste no sea el mismo necesariamente.

La creación de un nuevo modo de vida conscientemente orientado, sólo ocurrirá mediante el cambio de la de la democracia burguesa por la democracia del pueblo, con normativas mínimas que liguen los proyectos de rediseño del Estado y de la sociedad a un horizonte utópico (socialista), dónde la cuestión de la igualdad social, pre-vista como susceptible, deba ser ordenada racionalmente por el pueblo y en especifico por los trabajadores, guiados por sus liderazgos políticos legítimamente reconocidos y guiados por el ejercicio de un equilibro entre la ética de los principios y la ética de la responsabilidad.

En este contexto, los debates sobre el significado del socialismo en este siglo, tienen un carácter muy concreto, relevante y urgente. La campaña vociferante contra el marxismo y el socialismo, que llegó a un crescendo ensordecedor después de la caída de la ex-URSS, ha sido repetida por los revisionistas que están haciendo todo lo posible para introducir las ideas burguesas en el movimiento obrero y revolucionario. La lucha contra la ideología burguesa es por lo tanto una tarea urgente, y más urgente es en El Salvador.

La democracia como el cuerpo humano necesita el oxígeno. Nuestro país necesita de un Estado fuerte, volcado en su primera fase histórica a indemnizar la desigualdad, con esencia de pueblo, así como necesita urgentemente de la democracia y de un sistema económico que se fundamente en ella, e insisto no se trata aquí de “perfeccionar” la democracia burguesa fraudulenta, que es sólo una hoja de parra que oculta la dictadura del gran capital financiero y de algunos restos peligrosos aún, de una oligarquía doméstica. Se trata de pensar y construir una democracia genuina, como fue defendida por Lenin en su libro El Estado y la Revolución (1917) –  una democracia que se construye y ejerce de “abajo hacia arriba”.

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