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La incertidumbre afrontada con la esperanza activamente comprometida…

German Rosa, s.j.

La incertidumbre se ha convertido en un modo habitual de convivencia para muchas personas y se ha agudizado en estos dos últimos años con la pandemia porque ha sido la causante de tanto desasosiego, inseguridad, indecisión, vacilación, recelo, sospecha en todas las facetas de la vida personal y pública. No es para menos, pues no se puede saber con certeza lo que va a acontecer en pocos días, pocas semanas y pocos meses, porque el ritmo de la pandemia determina las restricciones y medidas sanitarias, la política, la economía, la educación, la movilidad, la planificación, la organización, etc. Dicho brevemente, vivimos en un estado de incertidumbre o una covid-inseguridad permanente.

Sin embargo, antes que comenzara la pandemia del Covid – 19 ya existía una situación de incertidumbre como modus vivendi para una infinidad de personas afectadas por el desempleo estructural, la pobreza, la marginación, la exclusión del sistema del seguro social, la inseguridad ambiental cuyas viviendas están situadas en zonas de alto riesgo, la violencia delincuencial, la imponente necesidad de migrar, la corrupción, los golpes de Estado, la represión política, las dictaduras, las guerras y los conflictos internacionales, etc. Todas estas realidades perjudicaban directamente a millares de personas antes de la pandemia, pero ésta las ha agravado y las ha hecho aún más evidentes en todo el planeta.

Ni el “sálvese quien pueda” del individualismo, ni el consumismo utilitarista del mercado, ambas propuestas como soluciones inmediatas, resolverán la incertidumbre, ni las inseguridades ampliamente generalizadas. Para construir una nueva normalidad no basta tener la capacidad técnica-científica sanitaria de la vacuna para controlar el Covid-19, ni basta solamente disponer de los recursos financieros y económicos necesarios, tampoco de la eficacia de las instituciones de la sociedad civil y de la sociedad política, ambas activamente empeñadas para lograrla. Se requiere un horizonte claro para revertir y no reproducir los problemas antes de la pandemia y también para resolver las graves consecuencias de la misma. La vacuna eficaz contra la incertidumbre y las inseguridades causadas por los problemas antes de la pandemia y sus consecuencias es la justicia orientada hacia el bien común (Cfr. https://www.diariocolatino.com/la-nueva-normalidad-y-la-esperanza-desde-los-ultimos/).

La participación activa, la creatividad de la imaginación y la solidaridad que nace de una experiencia global de vulnerabilidad son elementos que nos ayudan para encontrar perspectivas de justicia con los demás que solo es posible hacerla realidad con una esperanza activamente comprometida.

La incertidumbre nos sitúa de frente a la necesidad fundamental de la esperanza personal y de los pueblos. No podemos construir el presente sin proyectar el futuro, ni prever las condiciones para mejorar material, intelectual o espiritualmente la sociedad. Por esta razón, la esperanza es una necesidad vital y existencial para la vida humana y la sociedad en nuestro clima permanente de incertidumbre. Solamente se puede resistir y afrontar la incertidumbre con la fortaleza y el coraje que inspira la esperanza.

Una esperanza fundada sobre un verdadero conocimiento de la realidad, pero que esté orientada al mismo tiempo a una vida digna y justa a la altura de las personas y de la humanidad. Cuando nos falta la esperanza caemos en el abismo y no hay modo de salir o es muy difícil reponerse.

La esperanza nos lleva a encontrar la salida de los problemas y, en este caso, de todos aquellos causados por la pandemia y sus consecuencias, así como de los problemas precedentes a la misma. La esperanza nos moviliza porque este mundo por muy duro que se nos presente tiene posibilidades para que lo mejoremos y nos ofrece salidas a los problemas.

Necesitamos una esperanza activamente comprometida en la construcción de una nueva normalidad alternativa o diferente a aquella pre-existente a la pandemia del Covid-19. No una esperanza que nostálgicamente vuelva a re-construir el estado de cosas anterior, reforzando un orden establecido o mejor dicho, un desorden establecido que había sumido gran parte de la humanidad en el abismo de sus precariedades. Hablamos de una esperanza capaz de superar lo negativo que destruye la condición humana y nuestra casa común. Pues la felicidad, la proyección plenaria del ser humano y del medio ambiente comienza en el presente abierto trascendentalmente al futuro. No a la resignación pasiva ante el mal en todos los ámbitos de la vida y de la sociedad.

La esperanza constructiva de nueva normalidad es la brújula que orienta en tiempos de incertidumbre como el que vivimos en nuestro contexto actual. Hay que construir nuevos horizontes humanos asumiendo la situación histórica y concreta a la que nos enfrentamos.

Si se nos permite una metáfora, una esperanza así es fuente del coraje para poder atravesar la incertidumbre del desierto hasta llegar a la tierra prometida.

La esperanza crea dinamismo para ir más allá de lo inmediato, para no estancarse, moviliza la voluntad para vencer los obstáculos, de tal manera que obliga a salir de la de la pandemia hacia una nueva realidad asumiendo la situación presente. La esperanza activa comprometida es trascendente porque causa un movimiento que supera la etapa ulterior hacia un ideal que se busca alcanzar con la movilización de las energías de las que disponemos.

La esperanza es un ideal movilizador casi indecible pero que está presente en toda situación o momento (Cfr. Valadier, P. 2021. Ce qui nous fait tenir en temps d’incertitude. L’espérance vive. Paris: Mame, p. 29).

La esperanza es lo que nos empuja a construir grandes sueños y crear utopías con nuevos horizontes. Por eso podemos soñar con una nueva normalidad alternativa y tener un horizonte común para hacerla posible, pero sabiendo que nunca se logrará concretar totalmente. Siempre nos supera el dinamismo de la esperanza que engendra la utopía. Entre la realidad y el sueño hay un puente por construir superando todos los obstáculos que se oponen a dicho sueño. Si no hay perspectivas, horizontes ni ideales se cae en el abismo de la desesperanza, o bien en el peligro del consumo desenfrenado sin ninguna restricción y se vive como si el principio “comamos y bebamos que mañana moriremos” fuera lo más normal y natural. Si la pandemia del Covid-19 es una mala noticia, la nueva normalidad alternativa es la buena noticia por concretar. Y solamente se logrará con una esperanza activamente comprometida en todos los ámbitos de la vida personal y global. Esta nueva normalidad en proceso de construcción es compartida universalmente por la diversidad de culturas. Esta normalidad alternativa nos supera individualmente y no la lograremos de manera aislada.

También hay que vencer la actitud de un pasivo conformismo que se nos puede imponer como consecuencia de la fuerza de imposición de los males que nos agobian. No a la resignación ante el “reino del mal”… La humanidad no está condenada a seguir el camino del mal como una ley ineluctable del destino, sino todo lo contrario su itinerario es el de la dignificación humana y también de la creación toda entera. No a la fatalidad obstinada de una normalidad injusta que ha llevado a millares de personas al sufrimiento de una vida inhumana. De ahí que es fundamental movilizar todas nuestras capacidades, la inteligencia y la voluntad humana para superar toda fascinación perversa del mal que nos sume en una actitud pasivamente conformista y paralizante.

Un tema que no podemos obviar en nuestro contexto histórico-cultural es que hay que afrontar la incertidumbre de esta pandemia con fe porque sabemos que Dios nos acompaña.

La fe es garantía de lo que se espera; la prueba de las realidades que no se ven (Hb 11,1). Eso que se espera es el principio de lo nuevo. Hay que atreverse a contagiar la esperanza porque nos da la luz para encontrar el camino en la oscuridad de la pandemia ante un futuro incierto a sabiendas que la muerte ya fue vencida y ésta no tiene la última palabra como lo ha dicho el Papa Francisco el sábado santo el 11 de abril de 2020.

Pero no hay que olvidar que la esperanza en este camino de construcción de una nueva normalidad se nutre de paciencia, no pretende urgir el final de los tiempos, más bien nos anima a trabajar en la duración del tiempo y de la historia. La esperanza nos enseña a asumir los deberes, los fracasos, los ritmos de los seres humanos.

La esperanza es fecunda no es una pasividad que nos lleva a una huelga de brazos caídos, porque solo preparando la tierra y sembrando se cultiva y cosecha el futuro de una nueva normalidad alternativa. No olvidemos pues, que a pesar de la incertidumbre de nuestro contexto, somos la inmensa mayoría que de verdad queremos construir una nueva normalidad alternativa con justicia, paz y bienestar para todos.

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