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El fin del feudalismo en El Salvador

Guido Castro Duarte

En 1525, el Feudalismo que moría en España iniciaba en El Salvador. Los denominados hacendados y encomenderos se comportaron como los antiguos señores feudales, con derecho de pernada y todo.

Los primeros conquistadores, lo peor de los presidiarios españoles, se dedicaron al pillaje, al asesinato y al enriquecimiento. A 5000 kilómetros de cualquier autoridad peninsular, las noticias tardaban seis meses en llegar y en El Salvador, y como en toda América, se dio continuidad al feudalismo, ignorando las ideas que permitieron la formación de los estados nacionales, la superación de las monarquías absolutistas y los principios del liberalismo y la democracia.

Si bien los procesos de independencia en América se inspiraron en los hechos que desembocaron en la Revolución Francesa y la Independencia de los Estados Unidos de América, el feudalismo se mantuvo de forma práctica, y los supuestos procesos democráticos, se redujeron al formalismo de unas elecciones en las que se impone la voluntad de los señores feudales, y en caso  que el gobernante de turno se saliera de sus lineamientos, se le deponía con un “golpe de Estado”.

Pero lo más grave de todo ha sido la mentalidad de siervos de la gleba que ha prevalecido en el pueblo, al que se le mantiene pobre e ignorante, para que sigan rindiendo pleitesía a los patrones que gobiernan el destino del país, el llamado G-20, antes conocidos como “las 14 Familias”, siendo la partidocracia su principal instrumento de dominación y de manipulación del poder.

Tristemente, la que dice ser la izquierda revolucionaria, pudo romper con ese esquema feudal, más bien, se acomodaron a él. La evidencia de la realidad, la degradación de las instituciones feudales (llamadas democráticas), la democratización de la información a través del internet y la corrupción galopante y vergonzosa de la clase política, es lo que está acelerando la decadencia del feudalismo y el surgimiento de un nuevo sistema político que debería iniciar, lógicamente, con la promulgación de una nueva Constitución, que sustituya, a la también decadente, Constitución contrainsurgente de 1983. Una nueva Constitución que no debe elaborarse por medio de sentencias de funcionarios de segundo grado, sino, de la voluntad del pueblo a través de sus verdaderos representantes.

Este despertar del pueblo, del verdadero Soberano, debe llevar a la formación de un Espíritu de Nación, de una conciencia de Nación. El Soberano debe manifestarse y hacer oír su voz, Debemos pasar de una democracia representativa a una verdadera Democracia Participativa, en la que el ámbito local debe jugar un papel importante.

Tenemos que construir un nuevo Estado que se preocupe únicamente de alcanzar el Bien Común, no es otro el papel del Estado. Todo lo que no cumpla esa misión debe ser confiado a la sociedad civil, la que debe gozar de una libertad responsable.

El Estado debe tener el tamaño adecuado para cumplir con su papel, y sus funcionarios y empleados deben salir de los mejores elementos de la sociedad. Los sectores de salud, seguridad y educación, deben ser potenciados en su máxima expresión.

Ni la oligarquía ni los políticos pueden seguir violentando la dignidad de las personas, no pueden seguir viviendo a expensas del trabajo de la gente, que es quien sostiene el aparato estatal con sus impuestos y remesas.

El control de los funcionarios debe estar directamente en el pueblo en el nivel municipal, y los partidos deben organizarse fundamentalmente a ese nivel para romper con la partidocracia. Los liderazgos locales deben potenciarse para evitar los entendimientos entre las cúpulas partidarias y entre ellos y los representantes de poder económico, y de esa manera, destruir de una vez para siempre el mercantilismo, con todos sus privilegios que han prevaleciendo desde hace siglos en El Salvador.

La conciencia de Nación debe surgir a partir del municipalismo, que permita un nuevo ordenamiento territorial que maximice la utilización de los recursos existentes.

Tenemos que empezar a pensar como una nación moderna, tenemos que dejar el provincialismo y la cultura feudal. Si no dejamos de pensar como pigmeos nunca podremos conquistar el futuro. La tecnología junto con los principios éticos en los asuntos públicos nos conducirá en pocos años, al concierto de las naciones desarrolladas.

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