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Encrucijadas y desafíos de la sociología (2)

René Martínez Pineda
Director Escuela de Ciencias Sociales, UES

Las encrucijadas son signo de cambios sustanciales que llevan a la acción, en lo político y teórico. Hago mías las palabras de Helen Keller: “no soy el único, pero así soy alguien. No puedo hacer todo, pero aun así puedo hacer algo; y justo porque no lo puedo hacer todo, no renunciaré a hacer lo que sí puedo”. Se que el compromiso como acicate de la sociología y la política se ve poco, pero eso se debe a la apatía que se ha convertido en parte del consenso moral básico de la sociedad hasta llevarla a la crisis de la situación revolucionaria (de la democracia) de la que habló Marx, la cual es un hecho sociológico que hemos obviado, al igual que hemos olvidado el análisis del discurso demagógico, cuya esencia no está en el contenido de lo que dice o promete, sino en su intencionalidad. Si permitimos que la apatía domine todo, cual moderno Leviatán, seguiremos siendo víctimas de la historia y de la serpiente de la burocracia neoliberal que retoca con su veneno textos académicos y planes de gobierno, y hace de la investigación social una consultoría, lo cual es una ignominia que depreda al pensamiento crítico y mutila los sueños (la opción perversa de la encrucijada), porque para la sociología los sueños son válidos cuando son colectivos.

Hoy, enfrentando esas encrucijadas y desafíos de la sociología, debemos optar por el compromiso social con el pueblo, como imperativo sociológico y como una misión en favor de los demás que hará que cada ciudad de nuestro país sea una “ciudad de la alegría”, y que los zapatos nuevos no sean un espejismo infantil que hiere los ojos del semáforo. Las frases anteriores lucen como lirismo, como impropias para los estudiosos de la sociología, pero son para mí la base vital de las ciencias comprometidas.

El compromiso en sociología (recordemos a Marx y los utopistas; a Gramsci y sus carceleros; a Rosa Luxemburgo y sus detractores; a Boaventura y los críticos de su estilo) es un sueño privado en movimiento colectivo. El compromiso es no olvidar de dónde venimos; no olvidar el ombligo que dejamos enterrado bajo el mango indio que creció en el predio baldío que de milagro se ha salvado de la expropiación capitalista; no olvidar los pies descalzos que se sacrificaron por nosotros para darnos estudios y metas; no olvidar que nuestro comedor es un lugar de comunión familiar gracias a la institución que nos formó, a la que le daremos cuentas de lo que hicimos, no de lo que fingimos; no olvidar el pecho enemistado con la camisa que pulula en las milpas, mercados y burdeles de los puertos y cabeceras… Es no olvidar que somos la razón de ser de nuestros mártires y fundadores, aunque ignoremos o despreciemos su legado. El compromiso social no es un acto final, aunque a veces le ponga fin a algunas realidades trazadas con fechas cabalísticas. Es levantar entre todos –estudiantes, docentes y profesionales- una obra social y teórica que valga la pena continuar cuando nos hayamos ido y que nos haga merecedores de ser estudiosos de la realidad, pues eso es “sentir y actuar con las ciencias sociales”.

El compromiso social -como el mayor desafío y como la mejor opción de la encrucijada a través de las epistemologías mundanas- no es una consumación, es una prueba de inspirada iniciación para hacer algo que nos supere y sobreviva, y nosotros tenemos la mística suficiente para lograrlo, mística que se sobrepone a los problemas personales: la hipoteca de la casa, el pago de la luz, los achaques que no perdonan, los dilemas de nuestros hijos, los dulces, semillas, pepitoria y pupusas que los estudiantes (los relevos generacionales) deben vender para pagar la cuota de la “U” y dibujarle una sonrisa a sus cuadernos; y los gritos que reclaman su puesto en los libros.

Y es que todos deberíamos tener reservado un grito que lanzar antes de morir, y lanzarlo porque creemos que es nuestro deber como sociólogos. Entendiendo por grito una obra social e intelectual que remonte la coyuntura porque será en beneficio de quienes nunca han tenido beneficios. Grito, obra, conciencia, gratitud. Sueños de libertad y justicia. Epistemologías mundanas. Seis ideas utópicas y una sola obra a construir: compromiso social. El compromiso social de una obra colectiva que transforme el país para bien, porque en el fondo todos los utopistas queremos cambiarlo, ya que quienes no han tenido esa emancipadora sensación de amor hacia los otros, es porque le fueron arrebatados los sueños, les caparon la utopía y les hicieron un trasplante de soberbia en el quirófano de las aulas doctorales o en los salones de hotel. El compromiso efectivo y afectivo como una conspiración sociológica que tenga como espías, milicias y pregoneros las retribuciones voluntarias y las obras públicas para ser de nuevo una ciencia incómoda y maliciosa. La mejor forma de iniciar la gran conspiración (forma de resolución de las encrucijadas) para construir un país distinto -un país bonito y bien peinado y perfumado, como dijo Roque- es iniciar por la conspiración personal (ser un intelectual orgánico), o sea entregarnos a una misión que –sin dejar de ser académica- cada día asuma el compromiso con quienes viven en una situación precaria y con ello, construir juntos una leyenda urbana, no importa quién esté al frente de la burocracia institucional; ser juntos una leyenda como la que nos enamoró a quienes estudiamos sociología en los rojos años 80s: la leyenda de los profesores argentinos y de los estudiantes de sociología que se disfrazaron de guerrilleros buenos.

La vida universitaria en descomposición –como la sufrida antes de la Reforma de Córdova o durante la guerra con Honduras- provoca que todo se detenga por olvidarse de devolver un mundo mejorado, al ser esclavos de la seguridad de lo dado. La seguridad como derecho e imaginario es imprescindible (pensemos en Marx, Lenin, Boaventura y Gramsci), pero si tal seguridad implica que hemos de cerrar las fronteras del cambio y del rigor científico que tiene una posición de clase, también quedará cerrado el pensamiento crítico comprometido y con ello, el desarrollo científico-político. La sociología necesita un nuevo grito, un nuevo sentido común que sea un sentido de clase. Un grito que sirva para consolidar la educación y la democracia. Un grito que se separe del oscurantismo vivido y de la vileza individualista de quienes no han hecho nada por los otros.

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